Algunos días después de la APEC, poco a poco, el Per&uac...
Es incuestionable que el desarrollo del Foro Mundial de APEC en Lima le ha recordado a los peruanos las enormes posibilidades que tiene nuestro país, no obstante la perpetua crisis política, la desaprobación de los poderes del Estado y el erosión de las instituciones frente al desborde de la criminalidad. Una parte del Perú está mal, no camina y se desorganiza: el Estado y la política. Sin embargo, el hecho de que solo tres economías latinoamericanas pertenezcan al mayor foro económico y social del planeta -únicamente México, Chile y Perú forman parte de APEC- nos revela que la economía peruana, a pesar de todos sus yerros, sigue participando de las grandes ligas económicas mundiales.
El Perú entonces tiene grandes problemas, pero también gigantescas posibilidades, algo que no tienen otros países de la región que pugnan por incorporarse al gran foro mundial de APEC, que reúne a las 21 economías más dinámicas del planeta; el área económica que más crece, que más ha reducido pobreza y que más ha expandido las clases medias. Es la zona económica que representa más del 50% del PBI, más del 60% del comercio internacional y que suman alrededor del 40% de la población planetaria. Un Foro que, por otro lado, significa alrededor del 65% de los intercambios comerciales del Perú.
Nuestra sociedad contempló el desarrollo de APEC en Lima en el preciso momento en que Donald Trump ganaba las elecciones de los Estados Unidos y anunciaba un relanzamiento del capitalismo estadounidense. Sin embargo, sus anuncios de elevar aranceles e iniciar guerras comerciales preocuparon a quienes defendemos el libre comercio como fuente de progreso planetario. En ese sentido debemos señalar que una de las vigas del modelo económico del Perú es el libre comercio y los 22 tratados de libre comercio (TLC) firmados por el país. Es evidente que el Perú debe tejer una red extendida de TLC para sacar todas las ventajas de la libertad económica. El Foro Mundial de APEC sirve para ratificar esta política de Estado y descartar cualquier proteccionismo y mercantilismo.
Sin embargo, el Perú tampoco debe caer en la ingenuidad de creer que el libre comercio existe al margen de los bloques económicos, los imperios, los estados y los sistemas republicanos versus los no republicanos. Luego de la caída del Muro de Berlín se impuso una globalización en los organismos multilaterales que extremó las sanciones y restricciones a los países occidentales, mientras se permitía que los países emergentes no respetaran los derechos de propiedad intelectual y de patentes y se desarrollaran innumerables políticas de subsidio empresarial de los capitalismos de Estado.
Trump ha anunciado que renegociará ese orden económico que –junto a la burocratización del Estado federal de los Estados Unidos y la influencia progresista– también explica el declive económico de la gran nación del norte, una situación que, indudablemente, genera interrogantes sobre eventuales peligros para los sistemas republicanos y las libertades en el planeta.
Es en ese contexto que el Perú, a través del puerto de Chancay y el proyecto del Puerto Espacial con la NASA, se convierte en un actor privilegiado de la nueva geopolítica que comienza a organizarse en el planeta. En ese sentido, el país debe afirmarse en que la estrategia del libre comercio planetario es el mejor camino para su proyecto de desarrollo y debe distanciarse de cualquier tipo de proteccionismo, estatismo o capitalismo estatal. De allí que, con el mejor sentido pragmático, debemos sacar la mayor de las posibilidades de nuestras relaciones económicas con China y los Estados Unidos. Pragmatismo en la nueva geopolítica planetaria.
Sin embargo, el Perú no debe olvidar que es un proyecto republicano cercano a las grandes tradiciones occidentales. Es decir, democracia, sistemas republicanos, gobierno de las instituciones para controlar el poder, al lado de libre mercado, libre comercio y el Estado como actor subsidiario de la inversión privada. Allí también tenemos que entender que el libre comercio no es solo asunto de aranceles, sino también de bloques y realidad, tal como ha sucedido a lo largo de la historia de la humanidad, exceptuando las tres décadas luego de la caída del Muro de Berlín.
Es incuestionable que la geopolítica para Venezuela y Bolivia –países sin regímenes republicanos ni libertades políticas y económicas– tiene que ser radicalmente diferente que la de nuestro país, que, no obstante todos sus problemas, sigue siendo una democracia con contrapesos institucionales. Pragmatismo en la nueva geopolítica parece ser la consigna.
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