Algunos días después de la APEC, poco a poco, el Per&uac...
En Perú y Chile las izquierdas en todas sus versiones solían propagandizar “los logros” del modelo de sustitución de importaciones de Bolivia, que lograba crecer en alrededor del 4% del PBI luego de la nacionalización del gas que perpetró el gobierno bolivariano de Evo Morales. La propaganda era efectiva y necesaria para la izquierda colectivista latinoamericana, porque el fracaso económico de Cuba y Venezuela dejaban sin modelo alternativo al llamado Socialismo del Siglo XXI, que tiñó de rojo la mayoría de los países de la región.
Sin embargo, el modelo de sustitución de importaciones en Bolivia, que se basó en la apropiación del 85% de los ingresos del gas –luego de la nacionalización–, consistía en que las empresas privadas seguían produciendo el gas, en tanto que Yacimientos Fiscales Petroleros Bolivianos (YPFB, la empresa estatal) se encargaba de la exportación a Brasil y Argentina. Bajo esta lógica el modelo producía el espejismo de funcionar; sin embargo, los dólares conseguidos en exportaciones no se invirtieron en nuevas exploraciones, sino en la masificación del gas para las familias bolivianas, en las clientelas del MAS y los conocidos casos de corrupción de las izquierdas latinoamericanas. Y como todos sabemos, el populismo nunca paga ni pagará, más allá de la ilusión pasajera.
Sin inversiones en exploración el gas comenzó a acabarse y empezaron a faltar dólares. Se proyecta que para el 2028 ya no se podrá exportar ni un solo centímetro cúbico de gas de las reservas probadas. La economía sin dólares y el gobierno chavista de Bolivia echó mano de los fondos de pensiones de los trabajadores para solventar casi el 40% del PBI en gasto estatal y una deuda pública que sobrepasa el 80% del PBI. En este contexto, el modelo boliviano de sustitución de importaciones se convertía en una verdadera bomba de tiempo que, en cualquier momento, puede estallar desatando una nueva ola de refugiados en el sur del continente, que afectará directamente al Perú.
De esta manera el castrochavismo regional se quedaba sin alternativa económica, más allá de los evangelios y fundamentalismos marxistas. En Cuba y Venezuela la pobreza supera el 90% de la población, y luego de que más de 10 millones de personas emigrarán de Venezuela escapando del hambre y la persecución política es incuestionable que el Socialismo del Siglo XXI es la fuente de todas las tragedias latinoamericanas y una increíble fábrica de pobreza.
Si a esto le sumamos que las izquierdas en Chile y Colombia simplemente han frenado el crecimiento de las economías de esos países, sumiéndolos en recesión y en expansiones magras de apenas del 1% del PBI, la conclusión es inapelable: el chavismo no tiene alternativa económica viable.
Si un proyecto político no tiene un modelo de crecimiento –es decir, una alternativa para reducir pobreza y expandir el bienestar en la sociedad–, ¿ante qué tipo de proyecto político estamos? Ante una estrategia de poder que propagandiza la defensa de los pobres y pretende colectivizar la economía para aumentar la pobreza y convertir a la sociedad en dependiente de los mendrugos del Estado, tal como sucede en Venezuela y seguramente acaecerá en Bolivia. En otras palabras, no solo estamos ante una simple estrategia de poder por el poder –sin propuesta para la sociedad– sino ante una estrategia abiertamente totalitaria.
En el Perú, políticos comunistas como Pedro Castillo, Vladimir Cerrón, Verónika Mendoza, Antauro Humala e, incluso, algunos sectores progresistas han defendido el modelo boliviano para oponerlo al llamado “neoliberalismo regional”. Luego del colapso del modelo boliviano de sustitución de importaciones es evidente que el único sistema que puede crear riqueza, reducir pobreza y expandir el bienestar es el basado en la inversión privada, la desregulación de mercados, el libre comercio y el papel subsidiario del Estado ante la iniciativa privada. Se trata del modelo que todavía sigue vigente en el Perú, no obstante todos los esfuerzos de la izquierda para derribarlo.
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