Editorial Cultura

Sin catolicidad,¿de qué hispanidad estaríamos hablando?

Nueva edición de S.P.Q.R.

Sin catolicidad,¿de qué hispanidad estaríamos hablando?
  • 18 de noviembre del 2021

Aquí presentamos los artículos de la segunda edición de la revista S.P.Q.R, en la que se analizan los mensajes anti occidentales del neoindigenismo que habla de supuestos “pueblos originarios”, en contraposición a nuestra herencia hispana. Evidentemente este análisis no se puede desarrollar sin reflexionar sobre la identidad nacional y latinoamericana a partir de las mezclas de las tradiciones de los pueblos prehispánicos y la herencia española.

Debajo de los artículos publicados se podrá descargar el PDF de la última edición de la revista (y de la anterior).

En unas semanas S.P.Q.R. tendrá su propio repositorio.

 

 

POR SAMUEL SOLDEVILLA BURGA.

Difícilmente podría escribir algo sobre la hispanidad que no se haya escrito ya por plumas mejor cortadas y, sobre todo, mejor fundadas. Sin embargo, sí que puedo advertir de cierto peligro que conlleva enarbolar las aspas de Borgoña a la par que se ostenta alguna idea o doctrina contraria a la esencia misma de la hispanidad: la doctrina católica.

Ahora bien, muchos son los que, luego de verse hastiados con las miserias ofrecidas por esta sociedad cada vez más enferma, vuelven los ojos hacia cualquier cosa que parezca contraria a la vorágine decadente en la que se ha sumergido nuestra época. En este sentido, motivado casi siempre por el rechazo hacia aquel neomarxismo llamado indigenismo, en cuyos fundamentos se deja ver la pérfida dialéctica simplista del indígena bueno y oprimido contra el español malo y opresor, el bisoño reaccionario ubicará fácilmente a la hispanidad como una realidad interesante y atractiva, digna de ser asilada en su emergente abanico terminológico anti establishment; aunque, como suele pasar, sin atender a las enormes incompatibilidades doctrinales que pueda haber detrás de las palabras que conforman este catálogo. De esta manera, cuando no se pasa de los indicios a un conocimiento más nutrido de lo que en verdad es la hispanidad, se termina por promover ideas y doctrinas que lesionan el nobilísimo fin que esta persigue.

A decir de Elías de Tejada en La monarquía tradicional, la hispanidad no es otra cosa que una christianitas minor, “una zona en la que aún alientan vestigios arraigadamente tenaces de la Cristiandad que allí se refugió después de que fue suplantada en Francia, Inglaterra o Alemania por la visión europea, secularizada y moderna de las cosas”. Y es que la christianitas maior, es decir, la Civilización Cristiana, el orden temporal constituido a partir de la doctrina católica entregada por nuestro Señor Jesucristo a la custodia de su única Iglesia fundada, se vio gradualmente atacada en el proceso revolucionario iniciado por el heresiarca Lutero en 1517, con su liberalismo religioso e igualitarismo eclesiástico que, sazonados con el espíritu de duda del humanismo renacentista y neopagano, dividió por primera vez a la Cristiandad.

Si a esto agregamos la separación maquiavélica entre ética y política, la supresión de la autonomía de los cuerpos intermedios promovida por Bodino, el contractualismo carente de sustancia comunitaria de Hobbes y los tratados de Westfalia de 1648, con su naciente política internacional contraria a la jerarquización de los pueblos, podremos entender por qué, para el autor antes mencionado, el término Europa, lejos de ser un simple concepto geográfico, es en realidad un concepto cultural revolucionario que fue ganando espacio en los países que antes constituyeron la Cristiandad. Una Cristiandad que, sobre todo por los puntos antes mencionados, quedó reducida al ámbito geográfico de las Españas. O si se quiere, de la hispanidad.

Alcanzado este punto, se hace imperativo señalar lo más esencial de la Cristiandad, lo que le hace ser: la universalidad del reinado de nuestro Señor Jesucristo. Sin este aspecto doctrinal el salto hacia el orden social cristiano no encontraría mayor fundamento que el mero apetito humano enmarcado en un contexto sociopolítico sin mayor trascendencia.

Espada temporal y espada espiritual

En la Cristiandad la espada temporal y la espada espiritual siempre combatieron, cada una según sus naturales competencias, al servicio del mismo Señor, conociendo en menos de cinco siglos una extensión y una prosperidad incomparables. Sin esta sana distinción entre poderes todo tendría el mismo valor, nada evitaría que lo material se adjudique un origen divino y no se le pueda atacar sin cometer un sacrilegio.

Los estados modernos pretenden crear una totalidad sin religión, la Cristiandad en cambio forjó una totalidad que reconoce al Papa y al emperador en sus respectivos campos de acción, un todo no totalitario ya que es el todo de la Iglesia en donde la distinción entre lo espiritual y lo temporal no es sinónimo de oposición o de ruptura sino todo lo contrario. Como decía San Ambrosio: “El emperador está en la Iglesia. Es hijo de la Iglesia. No es pues inferirle una injuria, sino hacerle un honor recordárselo”.

Este es el orden social querido por Dios al que llamamos Cristiandad; la civilización cristiana cuya restauración los católicos contrarrevolucionarios no nos cansaremos de perseguir. Y que luego de la Paz de Westfalia quedó reducida a la Hispanidad, la Cristiandad menor, rota a su vez en el s. XIX por la irrupción de las ideas liberales de la ilustración y su europeización; al punto de conservarse mejor, en más de un aspecto, en la actual Hispanoamérica, miserablemente balcanizada por los procesos independentistas, que en la misma península ibérica.

Llegados a este punto, queda claro que por Hispanidad no podemos entender sino el afán hispano de unión que va más allá de los límites impuestos por la raza o la geografía; promotora y defensora de la fe católica, su esencia. Y que nada tiene que ver con aquel error de corte nacionalista que diviniza a España a través de una inversión perversa, en donde la religión estaría al servicio de la nación como si algo le debiera. Lo cierto es que si España fue grande, lo fue en cuanto permaneció católica y su desnaturalización se debió a la pérdida de esta su identidad. En ese sentido dirá García Morente en Ideas para una filosofía de la historia de España:

En la nación española y en su historia la religión católica no constituye un accidente, sino el elemento esencial de su historia misma. Intentemos representar la historia de España sin incluir como elemento esencial el catolicismo. No podemos. (…) Algunos pretenden negarlo. Pero será porque desean personalmente la descristianización de España a sabiendas de que lo de esta descristianización resultase ya no sería propiamente España, sino otra cosa, otro ser, otra nación; o, más propiamente aún, nada.

Imposible sería enarbolar el estandarte de la hispanidad sin atacarla a su vez cuando se abraza alguna idea o postura hija de la Revolución a la que justamente debe la destrucción de la Cristiandad. En este sentido, la defensa de la hispanidad no podría reducirse a la mera cacería de leyendas negras, demanda necesariamente una actitud contrarrevolucionaria. No está de más recordar que por Revolución, así escrita con “R” mayúscula, se entiende el trastocamiento del orden querido por Dios, trastocamiento con carácter multiforme y multisecular, que ha conseguido confundir a muchos católicos y personas de buena voluntad, arrastrándolos en sus luchas intestinas y falacias de falsa dicotomía. Incluso le ha hecho creer que “derecha” e “izquierda”, “liberal” y “totalitario” o “conservador” y “progresista”, entre otras etiquetas, son posturas totalmente opuestas, cuando en realidad todas estas doctrinas políticas y sus derivados, que cada vez están más envilecidos, se basan en las mismas premisas filosóficas y antropológicas de la Revolución. Esas premisas son el orgullo y la sensualidad, que derivan respectivamente en el rechazo a toda jerarquía y toda ley, constituyéndose así como profundamente igualitaria y liberal, tal como lo señalaría el profesor Plinio Correa de Oliveira en su conocido Revolución y Contra-Revolución.

Y como el fondo del problema no se reduce a la cuestión nominal, ya que es posible que una misma palabra pueda tener significados diferentes y hasta contrarios, se hace referencia aquí a las doctrinas devenidas a partir de la revolución protestante antes mencionada, con su carácter igualitarista a nivel eclesiástico y su liberalismo religioso que, siglos después, dio paso a la revolución francesa. Lograron el triunfo del igualitarismo en el campo religioso, con el ateísmo laicista, y en el campo político con aquella falsa máxima, impuesta de forma sangrienta: “toda desigualdad es una injusticia, toda autoridad es un peligro, la libertad es el bien supremo”. No está de más recordar que es justamente por esta exacerbación de la libertad que el término liberal pasó a significar en el ámbito social y político la parcial o total emancipación del hombre respecto al orden sobrenatural, moral y divino. Un atentado directo al corazón mismo de la Cristiandad.

Sin embargo, no fue el fin del embate revolucionario contra los restos en ruinas de la Civilización Cristiana; la transposición de estas máximas igualitaristas y liberales al campo social y económico degeneró más tarde en el nacimiento del socialismo y la revolución comunista. Esta última, odiando la desigualdad suscitada por la anterior revolución, optó por sacrificar aquella libertad absoluta, constituyéndose como el liberalismo de interés individual pero asumido, siempre de forma totalitaria, por los miembros del cuarto estado y del proletariado. El movimiento comunista de Babeuf, el comunismo utópico del s. XIX y el comunismo científico de Marx no son más que algunas de las tantas formas de esta tercera gran revolución.

A través de una gran variedad de corrientes y sistemas ideológicos enquistados en nuestras instituciones, el igualitarismo y el liberalismo revolucionarios han desembocado en lo que podríamos llamar revolución cultural, secuestrando tiránicamente nuestras costumbres y manipulando fácilmente los modos de ver, sentir y pensar del hombre de hoy. Una revolución que ya no se limita al cuerpo social, sino que es capaz de penetrar in interiore homine y revolucionar al mismo cuerpo humano, concibiendo así aberraciones morales que incluso forman parte de políticas públicas sujetas a agendas globalistas que hasta hace unos cuantos años solo cabían en mentes enfermas y pervertidas por el vicio. Hoy nos son impuestas como si fueran derechos exigidos por la diosa democracia, entendida no ya como una forma de gobierno más, sino como el fundamento del gobierno, negándose así la existencia de realidades que no puedan estar sometidas al tiránico consenso.

En una realidad social como la nuestra, tristemente gobernada por esquemas ideológicos revolucionarios, difícilmente podríamos esperar algo bueno por el solo hecho de usar el término hispanidad. Y no me refiero únicamente a la manipulación neomarxista de las leyendas negras, en aras de fomentar actos subversivos exacerbando los ánimos y resentimientos de aquellos ignorantes de su propia historia; sino más bien, a la confusión que se genera incluso en el bando aparentemente contrario; para muestra un botón.

La variante conservadora del libertarismo llamado paleolibertarismo, sostiene acertadamente que la sociedad del Antiguo Régimen fue la más libre. No ve con desprecio su carácter jerárquico y religioso; sin embargo, admira a la Cristiandad por la ausencia del Estado en esta, considerándola una especie de sociedad precapitalista. Lo cierto es que, por su naturaleza estamental y gremialista los católicos cuerpos intermedios de la Civilización Cristiana castigaban la usura e imposibilitaban la aparición de cualquier forma de capitalismo sin Estado ¿Qué sentido tendría, entonces, que un paleolibertario blandiera la bandera con las aspas de Borgoña si su admiración hacia la Cristiandad menor consistiría en una errónea concepción de sociedad sin Estado? El riesgo de tergiversación es latente. 

Cualquier intento de “reunificación” hispana que no se sostenga en la fe católica como elemento principal de su estructura, terminará miserablemente constituyéndose como una caricatura utópica de lo que alguna vez fue la Hispanidad, cuyas bondades todas, huelga ya decirlo, se debieron a su catolicidad.

  • 18 de noviembre del 2021

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