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“Austin, Texas 1979”, extraordinaria novela de Francisco Ángeles
Por Fausto Barragán
Infinidad de historias discurren por sí solas con el pasar del tiempo, ese que sin reparos nos presiona a tomar decisiones cada día, a cada hora, a cada segundo, para al final darnos cuenta si en verdad valieron la pena. El problema, es que solo podremos saberlo una vez acabado el recorrido. Es la tragedia a la que estamos irremediablemente condenados. No importa el camino que se tome, sea o no el correcto, se haga o no las cosas bien, nunca sabremos cuándo el destino depare una jugada nueva, imprevista, y lo modifique absolutamente todo. Esa incertidumbre sumada a la crisis cercana a los treinta años, al miedo a salir de la caverna, a los inminentes cambios de la vida, en resumidas cuentas, a crecer, es la atmósfera que predomina en la reciente novela de Francisco Ángeles, Austin, Texas 1979.
Es difícil discriminar las historias que se cruzan en esta novela, pues son varias, y cada una de ellas, significativa. Lo que sí podemos mencionar es la pasiva mirada del protagonista ante todas ellas, joven de veintisiete años, escritor, recién divorciado, y quien vive solo en compañía de su mascota (un conejo). Luego de someterse a la ayuda de un costoso psiquiatra, conocerá en una las sesiones a Adriana, bella mujer que lo hará parte de su extraño plan conspirativo, en el que abrirá los ojos para siempre. Y la segunda historia, al parecer la más importante, proviene de su propio padre, quien lo citará en un inusual lugar, para contarle sin motivo aparente, parte desconocida de su vida, aquella que nos remonta directamente a Austin, Texas, a fines de los setenta. Ambos relatos contrastan con su crisis personal, encajando como piezas perfectas de un rompecabezas mayor, que sin la ayuda de otros, deberá completar.
Francisco Ángeles rechaza el ornamento de la palabra, y apuesta por narrar de la forma más sencilla una historia sumamente compleja. Nos habla del tránsito hacia una madurez sosa, gris, opaca, conocida solo por experiencias ajenas, aquellas que muchas veces, no necesariamente, terminan bien. La recolección de pequeños fragmentos para la configuración de su identidad, a través de otras pequeñas identidades, asoma como única posibilidad de supervivencia.
Recomendable novela, que a partir de una sólida reflexión que excede al mundo de los personajes, y llega hasta el de la naturaleza ficcional literaria (historia de Adriana), de los recuerdos, de las pequeñas pistas, de todas las vidas que marchan ante nuestros ojos al abrir una ventana, y cómo se mezclan, frágiles, propensas a cambiar de rumbo al más leve contacto, Austin, Texas 1979 nos hace parte de una crisis que no nos resultará indiferente, no solo a los que empiecen a llegar a los treinta, sino a todos los que se cuestionaron una vez ¿hacia dónde vamos? Viajaremos en ese extraño río de los años, que nos mece, despacio, hacia la incertidumbre del mañana, deseando muchas veces volver a nuestra cálida madriguera, aferrándonos a un pedazo de papel, para nunca más volver a salir.
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