Cecilia Bákula

Voz responsable y consenso

Debemos aprender a ceder y a entendernos

Voz responsable y consenso
Cecilia Bákula
15 de noviembre del 2020


Hace ya varios meses que escribí una nota que titulé “Qué semana, Señor, qué semana”. Y me parece que el sentimiento de gravedad por lo que se vivía en ese momento se ha multiplicado, cuando constatamos la polarización que vive nuestra sociedad, nuestras instituciones. Una polarización que se refleja en la voz que levantan los ciudadanos de toda edad, clase, origen y condición.

Los que vivimos estas circunstancias y tratamos de entenderla, a veces nos encontramos con formas tan nuevas de expresión y comunicación que pareciera un gran reto dar una única respuesta a las acciones y reacciones que se han producido en muchos ámbitos de nuestra vida social. Hemos visto, como nunca antes, a una población que yo no diría tanto enardecida, como expectante y desconcertada. Gente que sin saber exactamente qué busca, pareciera pedir respuestas políticas que sean entendidas o siquiera percibidas como viables, responsables y que enrumben a una sociedad a punto de perder el rumbo, hacia un destino común y de respeto mutuo.

Hoy vemos a una multitud que, como nunca antes, ha comprendido que tiene en su mano un poder inmenso y que ella misma desconocía. Vemos a unas autoridades, como por ejemplo en el ámbito del Poder Legislativo, que lejos de ser referentes o ejemplos, son más bien representantes de antivalores. Contamos con una prensa que se arroga el poder de la interpretación absoluta de lo que conviene o no conviene, y que se considera en muchos casos, voz autorizada para juzgar y lapidar. Y ello sin mencionar los ejemplos asociados a la vil corrupción que ha empobrecido al país en lo económico, en el camino hacia el progreso. Pero que sobre todo, lo muestra como una realidad vacía de valores, vacua de sensatez y de responsabilidad, en la que el interés particular prima por encima de cualquier convicción, cualquier principio y cualquier sentido del bien común.

Y en esas condiciones de pobreza moral casi generalizada, el Perú se enfrenta a recordar el Bicentenario de su independencia. Y quizá cabe preguntarse ¿de qué debemos independizarnos hoy? Sin duda alguna de la codicia y de la soberbia, para dar paso a la humildad que permita actuar con honorabilidad y honestidad.

No dudo de que haya en estos momentos personas que han asumido con gran valentía el ejercicio del poder y que buscarán, en la medida de sus posibilidades, coadyuvar a que el desborde no sea más grave de lo que es, y que se pueda retomar el rumbo medio hacia la paz social y la comprensión mutua. Nunca los extremos son las posturas adecuadas, pues es posible ceder en aras del bien común y lograr un consenso maduro y responsable, buscando que los contrarios se unan en un acuerdo de gobernabilidad. ¡Qué puede costar, claro que sí! Pero solo es posible si se anteponen los intereses de la mayoría a todo personalismo cargado de prebendas e indignidad.

El nuestro es un país rico, diverso, multicultural, milenario. Lo que tenemos es que exigir y ceder, pedir y aportar para construir ese futuro posible, viable y que tenga como meta el bien común, el bien de las mayorías. No podemos seguir con una educación tan denigrada, con una sociedad tan carente de valores, con un sistema judicial tan pervertido, con autoridades tan corruptas e indignas.

En la calle y a viva voz se pide eso. Se pide coherencia, se pide una salida, se pide una luz. Clama, creo yo, por un conductor digno. Se exige ver el futuro con esperanza. Por ello se hace indispensable un acuerdo de todas las partes, que permita entender cuál es el camino para ejercer ese derecho, ya mucho tiempo postergado, de paz social, progreso, honradez, eficiencia y fin de los enfrentamientos fratricidas. Esos  que no solo polarizan más y más, sino que debilitan a todas las partes, empobrecen a todos y hacen que cada vez sea más esquiva esa visión de mejora que todos quieren.

Es urgente comprender que Lima no es el Perú; que las regiones requieren, también, autoridades probas y eficientes que las conduzcan hacia el progreso. Y que viene siendo hora de que la regionalización permita realmente el despertar de las regiones, sin la tutela muchas veces corrupta que se ejerce en el campo de las inversiones e infraestructura. Es urgente agilizar al Estado, que parece un paquidermo lento en el que la burocracia, como piedra monolítica, puede detener y retrasar el andar de toda una sociedad.

Gran y tremenda tarea la de quienes han asumido la responsabilidad de tomar el mando, pues les cae en las manos las consecuencias de cuatro años de inoperatividad, de fracaso en el manejo de la pandemia, de incapacidad para la reconstrucción material del norte. Y con una carga de amoralidad y denuncias como jamás se había visto; con pretensiones de impunidad por parte de quienes han delinquido. Añadiendo a ello, una peligrosa actitud populista y asistencialista que no conduce más que a más pobreza y abandono.

Pero gran responsabilidad tienen también quienes ejerciendo su derecho a ello, alzan la voz. Que su queja sea ciudadana y que se expresen responsablemente. En esta coyuntura, todos debemos aprender a ceder y a entendernos en las diferencias para conducir a la unidad de intereses. Si es que el interés nacional tiene aún algo de valor en las conciencias de todos.

Cecilia Bákula
15 de noviembre del 2020

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