Neptalí Carpio
Una nueva verdad sobre la informalidad
Participación del sector informal en nuestra economía solo es de 18.2%

En buena parte del pensamiento económico del Perú y de sus políticas públicas ha predominado, durante mucho tiempo, una verdad casi absoluta: que la informalidad tiene una explicación legal, referida a la tramitología y otros obstáculos institucionales que impiden el acceso de millones de peruanos a la formalidad y a los beneficios de la economía de mercado.
Sin embargo, una importante investigación, realizada por el INEI, titulada “Producción y empleo informal en el Perú”, publicada en el 2016, comprobó que la participación del sector informal en la economía solo era del orden del 18.2%. Y el empleo informal en el Perú alcanzó el 52.1% de la PEA. Esta investigación desecha todas las investigaciones previas sobre el sector informal, algunas de las cuales llegaban a decir que el sector informal representaba entre el 60% y 70% del PBI, una mentira total. Esta investigación expresó con toda claridad que la causa de la informalidad, la razón de ser, y la característica principal del sector informal es la baja productividad.
El error de algunos sectores radica en confundir el peso del empleo informal con el peso de este sector en la producción total. Más aún, la misma investigación demuestra que la participación del sector informal no agropecuario, el de las ciudades, se ha reducido de 30,9% a 27,8% entre los años 2007 y 2016. En consecuencia, el peso del sector informal urbano –compuesto por el comercio, la industria, el transporte, los servicios y otras actividades– llega solamente a 12.9% del total de la producción nacional.
En términos acumulados, según el mismo estudio, entre los años 2007 y 2016, la participación del empleo informal en la economía se redujo de 78.9% a 68.5%, debido a su significativa disminución en el sector informal (-7.1%), ocasionada por su disminución en el sector informal agropecuario (-11.7%) y del personal doméstico (-11.4%), atenuado por su incremento en el sector formal (1.1%).
Ese mismo estudio señala que la solución para la informalidad es muy clara y concreta: se tiene que elevar la productividad de las mypes y de los trabajadores independientes. Y para ello sólo se requiere de decisión política. La baja productividad del sector informal se muestra en la participación del valor agregado bruto (VAB) a precios corrientes y en el empleo entre los años 2007 y 2016, respectivamente. El sector informal urbano redujo su contribución de 15.2% en el año 2007 a 14.4% en el año 2016. Es decir, los informales contribuyen cada vez menos en las actividades transformativas, precisamente por su baja productividad. Esta constatación es funcional a los propios estudios desarrollados por el Instituto de Economía Empresarial de la Cámara de Comercio de Lima en los últimos tres años, pues según esta entidad, la brecha entre la productividad laboral de los sectores formal e informal se ha incrementado, pues la primera es 7.1 veces más productiva que la correspondiente al sector informal.
Un análisis causal más profundo sugiere realizar la siguiente pregunta, ¿cómo es que la condición de informalidad de los negocios informales o empresas deteriora su productividad? Partiendo de la naturaleza de la informalidad sabemos que las empresas o emprendimientos que operan en este sector están fuera de los registros del estado y de la mayoría de instituciones financieras. Esta situación dificulta el acceso a fuentes de financiamiento convencionales (bancos, cajas municipales, etc.), cuyos primeros filtros suelen estar asociados con el registro de la empresa de manera legal. De esta forma se generan restricciones para la adquisición de capital y tecnología, lo que limita sus posibilidades de expansión o de involucrarse en mercados con un mayor valor agregado. Así, estas empresas se ven forzadas a operar por debajo de su ventana óptima de producción o, en el mejor de los casos, a tomar otro tipo de financiamiento, más costoso y de montos muy limitados.
Una segunda dimensión de la informalidad se da a través de la autoselección de trabajadores más calificados hacia el sector formal. En otras palabras, los trabajadores más preparados se posicionarán directamente en el sector formal, ante la posibilidad de obtener mejores salarios y beneficios laborales, mientras que los trabajadores menos calificados se conformarán con permanecer en el sector informal, dado que su productividad es en promedio insuficiente para los puestos ofrecidos en las empresas formales. Esto crea, naturalmente, brechas de productividad entre empresas formales e informales, al ser el capital humano un insumo crucial en la función de producción de cualquier firma. Aquí también encontramos una correlación entre la mala educación y la informalidad o también la desconexión entre la oferta educativa y los verdaderos dilemas de nuestro aparato productivo.
Es sintomático, sin embargo, que, como para las políticas públicas del Estado, este nuevo diagnóstico de la informalidad no sea utilizado en el diseño de estrategias para atacar el problema central referido a la baja productividad, una cuestión que debería ponerse en la agenda prioritaria, ahora que hemos ingresado a una fase de reactivación de la economía. Por ejemplo, los programas que en teoría deben concentrarse en mejorar la productividad de las empresas, tienen cuatro características negativas: muy poco presupuesto; escaso capital humano para encarar este problema; sus dependencias no gozan de la autonomía necesaria para ser más protagonistas en estas políticas y están divorciadas de los gobiernos locales y regionales, tal como ocurre en el caso de Lima Metropolitana.
Las estrategias del estado siguen reduciéndose a “patear hacia adelante el problema” sin ir a las causas de fondo. El gobierno nacional y las municipalidades, reducen su accionar a perseguir a los comerciantes informales, a reubicarlos o cerrar negocios y pequeñas empresas informales, pero no existe una estrategia sostenida de diversificación productiva, promoción de parques industriales o políticas de capacitación para el trabajo. La propia academia (Universidades e institutos) y la gran empresa, tampoco tienen propuestas, equipos profesionales y técnicos para abordar este problema de la baja productividad, tal como sin lo han hecho otros países en el mundo.
Un síntoma inicial de cambio sería que una empresa informal pueda ejercer presión competitiva sobre una formal – a pesar de ser esta última más eficiente- al no incurrir en los costos que implica la formalidad. Mientras mayor sea el valor de los costos evadidos, mayor será la capacidad de las empresas informales de ser competitivas, establecer precios más bajos y, por ende, obtener una mayor cuota de mercado. Pero aún estamos muy lejos de ese escenario.
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