Raúl Mendoza Cánepa
Tú, tu peor enemigo
Psicoanálisis y espiritualidad

Isabel se mira en el espejo y se pregunta por qué le va mal. Odia la metafísica. Le jode mi monserga sobre el efecto de la mente en la realidad y que lea un libro que explica por qué una mujer llamada Helene Hadsell ganaba todos los sorteos en los que participaba. Corría la década del 50, posguerra gringa, y Hadsell la jugaba con el cuento de que su suerte era pura certeza y la certeza es energía y la energía es milagro. La ganó todas, lanchas, viajes, electrodomésticos, casas. Escribió un libro titulado “El juego de decidirlo y reclamarlo”. Era infalible.
Isabel se quita los zapatos y reposa sus pies sobre la tina. Hojea el libro sin interés. Dice que mi cólera hacia algunos se debe a algo que odio de mí mismo, la ley del espejo; ella cree en Lacan y Freud más que yo. “Tú eres tu peor enemiga”, le replico parafraseándola, aunque relamiéndome en una ancestral sabiduría. Dice que soy muy extraño y que odia el yoga y la meditación, que mis disciplinas son una forrada y que vuelva a la realidad. Frunce el ceño: “sigues como en junio de 2015 cuando compraste dos pasajes a la India y terminamos varados en el Aeropuerto de Dallas…”.
Permanece quieta como un palo, tiene las comisuras hacia abajo como cuando persiste en refutarme. Le explico que nuestra realidad es un reflejo del estado de nuestro subconsciente. Ella es psicoanalista, vino de Buenos Aires hace diez años y nunca para de hurgar en mi “sótano”. Estamos de acuerdo, pero de una manera diferente sobre el subconsciente. La espiritualidad y lo que ella llama “ciencia” parecen siempre darse la contraria. “Yo tengo decenas de pacientes y mi trabajo consiste en orientarlos hasta hallar la causa de su problema”, dice. Consiento, pero le digo que el subconsciente es como un Iceberg, “el 95% de nuestras memorias se almacenan allí. Ese 95% oculto es un patio de bultos, una suma de contenidos más malos que buenos. Tu trabajo es buscar con una linterna muy pequeña una llavecita en una gran mansión oscura. Te puede llevar años hallarla. Además, tu ley del espejo difiere de la mía. Tu realidad es el espejo de tu subconsciente, tu subconsciente es como el rollo de un proyector. Si el conjunto de tus memorias ancestrales es fango dentro de tu rollo, la película que proyectarás en la pared será muy mala, es la realidad que equívocamente crees que es, pero es lo que tu subconsciente o tu rollo ha proyectado. Tu realidad es una ilusión”. Le explico de mil formas, pero no me cree. Le increpo sobre sus métodos; y ella, sobre los míos.
Según el Ho’Oponopono, técnica milenaria hawaiana actualizada, no necesitas el diván para buscar esa llavecita, basta con que prendas la luz de la mansión. El doctor Ihaleakalá Hew Len fue contratado por el área de psiquiatría del Hospital de Hawái. Nadie daba un centavo por él. Los reclusos eran irrecuperables. Discípulo de una sanadora. Morrnah Simeona, Len llegó para encargarse de los peligrosos pacientes aplicando el Ho’Oponopono . Nunca les hizo terapia, ni los vio. Pidió sus expedientes y se recluyó en su oficina para, según él, sanar en su propio espíritu aquello que generaba el problema en ellos. Su tarea fue limpiar su rollo, repetir con frecuencia cuatro palabras: “Lo siento, perdóname, te amo, gracias”. Todos sanaron sin tratamiento y el área de psiquiatría se quedó pronto sin pacientes. Len consideraba que el 100% de la responsabilidad de que aquellas personas fueran enfermas residía en él, en aquella parte de él que no había sanado. Según Len, al sanar sus propias memorias recitando las cuatro palabras, sanaba la realidad, el trabajo era siempre y solo sobre sí mismo. Cambiaba su rollo, cambiaba la película sobre la pared.
Isabel es científica, neuróloga y psicoanalista, no me entiende, se prepara para ir al consultorio, lleva varios años con una paciente que esta tarde atenderá. En la noche la discusión será siempre la misma como la misma es la vieja dialéctica entre la ciencia y el espíritu.
COMENTARIOS