Darío Enríquez
Talento, envidia y capitalismo en el Perú
A propósito de la “herejía” de “Cachín” Alcántara
En la antigua Unión Soviética, epítome del socialismo real que sucumbió por implosión hace algo más de 30 años, había una represión brutal contra el libre pensamiento. Ninguna novedad tratándose de una sociedad esculpida a vísceras y antojos de los socialistas soviéticos, quienes hacían de la violencia su instrumento político preferido. Muchos intelectuales que trataban de hacer literatura veían truncadas sus expectativas debido a que “el partido” simplemente no les permitía desplegar sus inquietudes. “No nos permiten desarrollar nuestro talento literario”, clamaban.
Cuando sobrevino la caída del ominoso Muro de Berlín en 1989, y luego cuando la Unión Soviética desapareció por implosión, todas las trabas que tenían estos intelectuales se hicieron cosa del pasado. De hecho, con las políticas de Glasnost (transparencia) y la Perestroika (reestructuración del aparato estatal) durante la segunda parte de la década de los ochenta Mijail Gorbachov había iniciado un tibio proceso de democratización que se aceleró enormemente con la disolución de la Unión Soviética.
Fue entonces que se descubrió que ese supuesto talento “reprimido” por el establishment soviético no era tal en una inmensa mayoría de intelectuales. Pocos de ellos sí eran realmente talentosos, mientras los otros simplemente se escudaban en un pretexto que, una vez desaparecido, los puso en evidencia en su mediocridad.
Hace unos días el actor, productor y flamante director de cine Carlos “Cachín” Alcántara fue interpelado con alevosía y mala fe por autodenominados reporteros “alternativos” que abundan en la “mediósfera”. Sabiendo que la carrera actoral de Alcántara se ha construido desde el empirismo, a partir de una vocación histriónica innata y sin ninguna preparación académica, trataron de ponerlo en evidencia. Casi aseguraría que Alcántara no tuvo mejor idea que sumarse a la malévola intención de sus detractores, reconociendo mondo y lirondo haber recurrido a tutoriales en Youtube para “aprender” a ser director de cine y aplicar ello en la versión 4 de su popular obra fetiche “Asu mare”.
No se dejaron esperar las iras laicas posmodernas que gritaron horrorizadas a los cuatro vientos la “herejía” de Carlos “Cachín” Alcántara. Ya olvidaron la excelente prestación actoral de Carlos Alcántara en el rol de nuestro héroe Miguel Grau para la miniserie de TV “El Caballero de los Mares”. Empirismo no implica necesariamente mediocridad. Con más de 35 años de trayectoria profesional, como actor que ha trabajado con más de un talentoso director, también Alcántara ha llevado un proceso de aprendizaje en la acción misma.
Desde esas canteras de la indignación posera contra Alcántara, surgieron para variar las voces de quienes todo lo quieren resolver recurriendo al Estado. Convengamos que películas como “Asu mare” protagonizadas por Alcántara no son precisamente joyas culturales, sino piezas de diversión con incierta calidad pero muy populares y de gran aceptación por un público que quiere distraerse con humoradas sin mayor pretensión. Los “indignados” que dicen contar con innumerables credenciales académicas en el mundo del cine peruano (¿?¿?), condenan a la hoguera mediática al buen “Cachín”, exigiendo aquí y allá que intervenga el Estado para financiar obras de excelsa calidad que realizan esos mismos “indignados”. Además, también dicen que el Estado debe “obligar” a las exhibidoras que les entreguen horarios estelares obligatorios y permanencia de varias semanas, no importando si la gente va o no a verlos ¡Qué frescura!
¡Qué fácil es querer beneficiarse de dinero ajeno! Por si no lo saben, el dinero que administra el Estado no le pertenece ni al Estado ni a los políticos que lo gestionan, sino que es dinero del Pueblo. Hay innumerables necesidades que tienen prioridad muy por encima de gratificar a los “cultos” cineastas y actores “posmos” que hacen gala de una pretendida y falsa superioridad moral. Si quieren protagonizar, producir y dirigir películas, pues a trabajar se ha dicho, busquen auspicios privados, definan su segmento de mercado, hagan audiciones, convenzan a financistas, asuman riesgos también con su propio dinero ¡Qué tal conciencia!
Aquí no van a venir con el cuento del talento no reconocido u oprimido “por el sistema neoliberal”, como hicieron algunos falsos intelectuales rusos sin talento, reclamando contra el “comunismo”, en los años ochenta. Vamos viendo que Bertrand de Jouvenel tenía mucha razón cuando en 1954 respondió a la pregunta “¿Por qué los intelectuales odian al capitalismo?” en una conferencia cuya transcripción fue incluida en el libro “El Capitalismo y los historiadores” editado por Friedrich Von Hayek:
“La hostilidad del intelectual hacia el hombre de negocios no ofrece ningún misterio, ya que ambos tienen, por su función, dos criterios distintos de valor [... ] El hombre de negocios ofrece al público “bienes”, definidos como “todo lo que el público desea comprar”; el intelectual trata de enseñar lo que está “bien”, y para él algunos de los bienes que se ofrecen son cosas de ningún valor y el público debería ser disuadido de dejarlas [... ] La condición de los intelectuales en su conjunto no sólo ha descendido a un estatus menos considerado, sino que, además, el reconocimiento individual tiende a estar determinado por criterios de apreciación subjetiva del público, que los intelectuales rechazan por principio”
COMENTARIOS