Carlos Adrianzén
¿Sorpresas?
Votemos por quien nos ofrezca libertad y respeto

Estamos embarcados en un nuevo episodio electoral. A pesar de lo accidentado y hasta peculiar que este pudiera resultar, en este proceso importan los hechos y las ideas. Importa –y moverá las improntas de los electores– (1) cuanto nos caeremos económicamente en los meses venideros, por cuanto tiempo y en qué regiones; (2) el porcentaje de la población que termine infectándose o dañándose por el virus chino; y particularmente, (3) la magnitud e irracionalidad de la gestión de la economía y del combate a la pandemia.
Pero, todos los sabemos, importarán también las ideas. Y nótelo bien, estas no tienen por qué ser racionales o basadas en conocimientos sólidos. Basta con que agraden a los electores o coincidan con sus creencias.
Primero aparecen las ideas locales. Durante generaciones nos han achacado –desde la escuela hasta la TV– la ilusa idea de que somos muy ricos, y que –por lo tanto– nuestro principal problema económico resulte la desigualdad. Si esto fuera cierto, la solución a todos los males de la nación podría alcanzarse rápidamente. Bastaría con redistribuir excedentes con impuestos, expropiaciones y hasta con financiamiento inflacionario. En las discusiones públicas de las últimas décadas, el doloroso fracaso de esta creencia (vendida por la izquierda y centro izquierda local) se ha maquillado entusiastamente, añadiendo el ingrediente de la corrupción burocrática. Según esta cantaleta, los beneficios de nuestras supuestas riquezas no han llegado al pueblo porque los contratistas y los coimeados, coimeros y sus cómplices silentes en la burocracia estatal, se la robaban.
Sin subestimar la necesidad de introducir castigos implacables contra la corrupción burocrática, existe un detalle que los peruanos no queremos ver. Un detalle que cuando se descubre, causa molestia.
Lo entiendo: es más cómodo creer que somos muy ricos y que, por lo tanto –con ordenar las cosas– todo tendría una fácil solución. Pero por más que la popularidad de esta creencia sea fácil de digerir, lo cierto es que no somos un país rico. Nuestro producto por habitante ni siquiera alcanza al promedio mundial. No tenemos capacidad concreta de ofertar servicios públicos masivos (léase: dignos bajo estándares europeos) al grueso de nuestra población.
Aunque resulte popular vender ilusiones o culpar al mensajero, nada cambia. La tarea pendiente sigue siendo la misma. Enfocarnos en redistribuir pobreza o solventar la suerte empresarial de ciertos mercaderes amigos es una práctica recurrente, ilusa y contraproducente. Debemos simple y sencillamente hacer todo lo necesario para crecer un ritmo alto por décadas consecutivas.
Solo las naciones que mantienen altos índices de libertad política y económica y de respeto a la inversión (derechos de propiedad privada) son capaces de hacer esto. En Latinoamérica nunca se ha conseguido. Los esfuerzos han sido siempre parciales o efímeros. Así las cosas se hacen mucho más complicadas. Las ideas económicas erradas son como el virus chino, se contagian entre los cercanos.
Y aquí aparecen las ideas del vecindario, donde todos –desde Uruguay hasta Bolivia– creen que su problema es redistributivo: que son ricos y que todo puede ser resuelto tolerando o eligiendo a un dictadorzuelo disfrazado de superhombre. Sí, estas ideas cuestan mucho. Como lo muestra el gráfico A, la región y el Perú arrastran pócimas ideológicas (socialistas-mercantilistas) que le garantizan el atraso creciente respecto al mundo desarrollado.
Hasta hace unos 15 años, Chile fue irreverente con los denostados Chicago Boys. Fue el único que saltó en términos de desarrollo económico relativo (ratio del PBI por persona en comparación al estadounidense).
Pero los creyentes en el equilibrio geopolítico (léase: militar) en el cono sur y la región andina, pueden dormir algo más tranquilos. El otrora milagro económico tiene todos los visos de convertirse en una inminente pesadilla regional.
Tres quinquenios de gobiernos manejados por el Frente Amplio y la Nueva Mayoría chilenos, no solo han quebrado su crecimiento, han hecho creer a su gente que la receta mercantilista-socialista es la solución. Que son ricos y todo se resuelve redistribuyendo (ver Gráfico C).
Es probable que las inferencias maquilladas sobre este detallito marquen parte de las ideas en juego en las próximas elecciones generales en el Perú. Y sus resultados.
Chile está cayendo hoy por el diligente trabajo ideológico de sus gobiernos (incluyendo al actual). Y nos recuerda a los peruanos que estamos solos.
Ojalá nuestros electores no persistan siendo esclavos de ideas económicas que –desde mucho antes de que existiéramos como nación– han sellado nuestra amarga suerte económica. El totalitarismo socialista maquillado y el mercantilismo.
Votemos por quien nos ofrezca libertad y respeto. Despreciemos electoralmente a los que nos engañan vendiéndonos los regalitos de siempre. Nadie lo esperará. Pero si algo nos gusta a los peruanos, son las sorpresas.
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