Darío Enríquez
Reformas que destruyeron al Perú
Es increíble que algunos sigan proponiendo ideas fracasadas

Esta semana hemos recordado 50 años de la funesta Reforma Agraria llevada adelante por la dictadura militar de Juan Velasco Alvarado. Una entre tantas reformas nacidas desde las entrañas de un gobierno ilegítimo, que tomó el poder con la fuerza de las armas, destituyendo al presidente constitucional, Don Fernando Belaunde, en 1968, e instaurando un régimen económico que sus sucesores no se atrevieron a corregir. Más bien, aprovecharon la perfecta adaptación de un Estado hipertrofiado para favorecer sus propósitos clientelistas.
Hasta hoy seguimos pagando las consecuencias de la destrucción desatada por tales despropósitos, apoyados en su momento por la autodenominada intelectualidad en todos sus extremos (sería redundante decir que era de izquierdas). Muchos de sus más conspicuos representantes hoy pontifican sobre democracia, institucionalidad y respeto a la ley. Curioso. Todos tenemos derecho a cambiar, corregir, rectificar. Sin embargo, muy pocos de ellos tuvieron la dignidad de reconocer que en su momento apoyaron una causa innoble, injusta y que, luego de destruirnos, fracasó ruidosamente. La inmensa mayoría finge y hace como si con ellos no fuera la cosa. Intelectuales que fueron abominablemente funcionales a un gobierno de facto, a una dictadura militar liberticida, incluso formando parte de escuadrones de adoctrinamiento cultural y de exterminio político. Esos “intelectuales” perdieron honor, brillo y dignidad.
Es larguísima la lista de esos innombrables colaboracionistas con el régimen que destruyó nuestro Perú entre 1968 y 1990, y que nos llevó al borde de colapso como país. Tratemos de mencionar a aquellos que reconocieron el error cometido y, en una muestra de honestidad intelectual, supieron hacerlo público. Si seguimos los “latidos” de las redes sociales podremos ver como el “lumpen proletariado ciberflaútico” de izquierdas (valga la redundancia) ataca, por ejemplo, a intelectuales dignos y reconocidos como Hugo Neira o Enrique Bernales.
Uno de los modi operandi más comunes se hace evidente cuando estos intelectuales funcionales a las más aberrantes ideas totalitarias usan sus talentos para mezclar ficción con realidad, fungiendo de cronistas, cuando en verdad son narradores de cuentos; muy buenos como tales, dicho sea de paso. Abundante literatura en la primera mitad de siglo XX —incluyendo a JCM y sus "ensayos", que no guardan un mínimo rigor— estaba al servicio de la narrativa que justificaba una revolución (armada, por supuesto) aunque mintiera, exagerara o generalizara impropiamente hechos matizados de ficciones y viceversa. Pero claro, todo eso se hacía con "buena intención".
Lo cierto es que la demagogia, la corrupción en las altas esferas militares y el abracadabra socialista estatista de la transformación por la palabra, todo junto y revuelto con políticos temerosos, cuando no cómplices del funesto régimen económico, destruyeron a nuestro Perú entre 1968 y 1990. Medio siglo después aún pagamos sus consecuencias. Pero las izquierdas quieren engañar a los incautos extrayendo despropósitos desde las más alambicadas fantasías animadas de ayer y hoy. Desde otra narrativa, tanto o más funesta que la anterior, algunos tienen la desfachatez de decir que “gracias” a la Reforma Agraria de la dictadura militar de los setenta es que tuvo lugar el fenómeno de la emergencia de las periferias urbanas y los exitosos emprendedores que conforman las nuevas clases medias de siglo XXI. Ese fenómeno tuvo, en efecto, como parte de sus protagonistas a campesinos empobrecidos (por la malhadada reforma agraria) que huyeron de la miseria, migrando a los grandes centros urbanos de Perú. No hay forma racional de mostrarlo como “logro” del fiasco reformador de la dictadura militar.
Más bien, quisiera citar para la ocasión una frase que leí en Twitter y cuyo rastro de origen se ha perdido —como muchos otros— en el frondoso bosque del ciberespacio. Esta frase resume en forma estupenda este último medio siglo, con los disfuerzos de las izquierdas por recuperar su esencia popular (si es que alguna vez la tuvieron): “Si quieres construir un ídolo para el 24 de junio, mejor Chacalón que Velasco”
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