Manuel Gago
¿Qué hacer frente a la barbarie comunista?
Es fundamental hacer una alianza con las mayorías

¿Qué ha cambiado significativamente en Perú en los últimos 30 años? De la violencia política, de la clandestinidad, hemos pasado al “vandalismo” televisado, en vivo y en directo; de las células maoístas actuando por estancos, a las dirigencias nacionales coordinando públicamente; de los juicios populares y tiros de gracia a los asesinatos durante manifestaciones.
Asimismo, de las epístolas del apóstol Pablo hemos pasado a las directivas del Movadef; del antiimperialismo de Haya de la Torre, a la internacional comunista del Foro de Sao Paulo y Grupo de Puebla. La lección no fue aprendida. Los más de 30,000 muertos (considerados hasta antes de la Comisión de la Verdad y Reconciliación) y US$ 30,000 millones de destrozos materiales no sirvieron para incorporar en el alma nacional la lucha contra el maoísmo asesino y destructor. En la práctica, la apología al terrorismo no existe. La ley que la condena es letra muerta, una burla al Estado de derecho.
El avance de la permisividad mediatiza la justicia, los valores, las costumbres y las buenas relaciones entre los peruanos. La lucha de clases cruzó el umbral para volverse racial y étnica, promoviendo enfrentamientos entre limeños y provincianos. Por los grandes medios de comunicación estamos como estamos. Se regocijaron contra el fujimorismo y aprismo. El plan salió a pedir de boca. Esparcieron odios sin ninguna consideración y dejaron cancha libre para el totalitarismo izquierdista. Lograron hacer de la conciencia ciudadana un esqueleto que deambula sin brújula, sin norte, confundida y apañadora.
Los opuestos radicalizan sus posiciones. En las actuales y tan difíciles circunstancias, originadas por el marxismo homicida, los que creen en las libertades políticas, económicas e individuales no pueden mediatizar sus pensamientos. Ni un milímetro de ventaja a los destructores de unidad nacional, traidores, obedientes de consignas extranjeras.
La toma de Lima fue el intento frustrado del comunismo para desestabilizar al país. El vendaval prometido por la dictadura venezolana se cumple sin lograr su cometido. Dina Boluarte demora adelantándose a los subversivos; no obstante, recupera el orden a duras penas. Para lograrlo totalmente tendrá que aliarse con las mayorías, tal como se hizo en los noventa para derrotar al senderismo militarizado. No es fácil.
La violencia, bastante bien coordinada, es disculpada con descaro. Sus defensores actúan impunemente. La frase “no me terruquees” sirve para neutralizar a los que mantienen la memoria intacta. ¿Qué hacer? Por lo pronto, ponerse del lado de la legalidad. Boluarte podrá no gustarnos como presidenta, pero representa la continuidad constitucional después del golpista Castillo. Los medios de comunicación no pueden continuar alcahueteando a los enemigos declarados, ofreciéndoles más espacios de lo que en verdad representan. Dedicarle plataformas a los sentimientos sociales tiene límites. Y los empresarios no pueden obsequiarles a los enemigos del capitalismo facilidades para conquistar liderazgos sociales para después aprovecharlos contra el sistema de mercados abiertos. ¿Ricos pero estúpidos?
Por esas ventajas otorgadas al senderismo camuflado estamos como estamos. Los jóvenes ya deben saber que en las manifestaciones asesinan por la espalda a sus convocados, para usarlos como víctimas. En los ochenta, los primeros “ajusticiados” fueron sus compañeros ideológicos opuestos a la barbarie sangrienta. Cuando intentaron captar a María Elena Moyano, Pascuala Rosado, Pedro Huilca, Saúl Muñoz y más, estos habrían respondido a los emisarios maoístas “yo no mato”.
La recomposición nacional es tarea de todos. La justicia debe castigar ejemplarmente y sin demora a las autoridades que roban y utilizan mal los presupuestos transferidos. Por la falta de obras productivas y servicios públicos de responsabilidad estatal, los reclamos populares son capitalizados por los extremistas. Los partidos y políticos tendrán que hacer esfuerzos para representar orgánicamente los deseos de la gente, cada vez más confundida, manipulable y ganada por resentimientos bien elaborados por los enemigos del Perú.
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