Aldo Llanos
¿Qué es un caviar?
Una fábula de contenido político
En un parque de Lima, no muy lejos de acá, había una cigarra que pasaba sus días sobre las ramas de un viejo olivar, leyendo a Žižek, cantando canciones de Pablo Milanés y fumando marihuana. Es decir, tal y como lo enuncia en su cuenta de Twitter: “luchando por un mundo más justo e igualitario”.
La cigarra vivía cómodamente en un departamento ubicado en las alturas de un árbol, gracias al legado de su abuelo, quién en los años cincuentas se rompió el lomo para darle todas las comodidades a su familia; aunque su hijo, o sea el padre de la cigarra, sintiera que lo suyo era vestir polos rojos con la foto del Che Guevara y lanzar piedras a la policía en horario de clases de universidad (buen ejemplo de estudiante comprometido con el cambio).
Pero estos tiempos son otros y nuestra cigarra ahora lucha también desde su trabajo en un centro de estudios superiores (privado, ¡faltaba más!), contra el cambio climático, el patriarcado y la heteronormatividad surgidas por culpa del maldito capitalismo neoliberal.
Al mismo tiempo, junto a la raíz más grande del olivar, vivía una hormiga que había construido su casita invirtiendo todos sus ahorros. Pero esta hormiga, en una actitud odiosamente egoísta, nunca hacía algo por deconstruir la retrógrada y conservadora sociedad peruana; en cambio, se pasaba los días recogiendo comida y guardándola en su hormiguero para cuando llegue el crudo invierno limeño con sus copiosas garúas matutinas y densas neblinas.
Mientras tanto, la cigarra proseguía con su labor de “concientizar socialmente” al resto de insectos del parque, compartiendo memes, tiktoks y podcasts (de eminentes e imparciales líderes progresistas de opinión), organizando marchas coloridas y pintarrajeando monumentos públicos a su paso, mientras que, la indolente y desclasada hormiga, acaparaba bienes de consumo y se hallaba ajena a cualquier razonamiento solidario con el pueblo explotado y con las minorías discriminadas. En efecto, luchar por los desposeídos, las minorías oprimidas y la Pachamama es agotador, por eso, nuestra cigarra siempre departe con sus “cumpas” estos esfuerzos en los muy proletarios restaurantes de cinco tenedores de Miraflores y en coctelitos exclusivos en casonas de Barranco, desplazando su combativo trasero, en un ecológico y muy ahorrador auto 4×4 gasolinero full equipo.
Pero el otoño llegó y la hormiga seguía recolectando comida de sol a sol mientras cantaba el fujimontesinista himno “chino, chino, chino”, aunque esto último es lo que propalaba la cigarra desde su redacción bloguera solo para desprestigiarla. En virtud de esto, la despensa de la hormiga acaparadora e insolidaria estaba casi repleta, lo que le garantizaba que por muy crudo que fuera el invierno, no tendría que salir de casa a pasar frío para poder llenarse el estómago, total, en el asfixiante y competitivo mundo reaccionario, “competitividad” es una palabra soez para todo ciudadano verdaderamente solidario.
Hasta que llegó el invierno y fue mucho más frío que los anteriores, con temperaturas tan bajas que el Senamhi alertó a todos que tomen sus precauciones, así que la cigarra, al terminar de gastar el último centavo mal presupuestado que le quedaba, empezó a padecer de frío y de hambre, mientras que la insensible y descorazonada hormiga, pasaba los días felizmente apapachada junto al fuego de la chimenea y comiendo de lo almacenado durante los meses anteriores.
La situación era un ejemplo evidente de injusticia social. “¿Por qué tengo que pasar frío y hambre mientras esa fascista vive rodeada de lujos sin querer compartir sus bienes con los más desfavorecidos?”, clamaba la cigarra desde su rama a todo el que la quisiera oír. Rápidamente el caso de la cigarra se hizo popular gracias a la avalancha de información mediática que se viralizó entre los sectores más “concientizados” de la sociedad, entonces, los movimientos solidarios de vanguardia autodenominados “sociedad civil”, organizaron manifestaciones en la puerta del hormiguero –a ritmo de batucada y coreografías-, denunciando el egoísmo de la hormiga que no se daba por aludida.
En redes sociales empezaron a circular videos de la pobre cigarra moribunda de hambre y tiritando de frío, alternadas con otras de la hormiga cómodamente instalada en su casa comiendo de lo lindo. La opinión pública estaba escandalizada por el hecho de que el sistema socio-económico pudiera provocar situaciones tan injustas como esa.
Entonces el gobierno, asustado por las encuestas, decidió tomar cartas en el asunto y promulgó una ley con “rostro social” de carácter retroactivo que condenaba a todo aquel que no compartiera con los demás los frutos de su trabajo. A la hormiga, le cayó una multa gigantesca y encima fue enjuiciada por oenegés afines a la cigarra para que le paguen una fuerte indemnización a esta pobre víctima del capitalismo hambreador y expoliador. A la hormiga no le quedó más remedio que vender su casa -despensa incluida-, para hacer frente a la multa y a los 39 juicios que le abrieron los luchadores sociales de reivindicaciones justas.
Pero, ¿qué pasó con el hormiguero? Se convirtió en un “centro cultural” para cigarras “indignadas” que, en un santiamén, hicieron uso de las reservas alimenticias sin pagar lo más mínimo. Mientras tanto, los programas periodísticos, daban cuenta de la histórica noticia mostrando a la audiencia la felicidad de la cigarra y sus camaradas a las que por fin se había tratado con justicia. Cuando se acabó la comida, las cigarras empezaron a provocar altercados, con el Estado primero y luego entre ellas, para dejar finalmente abandonado y destrozado el hormiguero. Días después, nuestra cigarra, víctima de la depresión por vivir en este mundo aun capitalista, murió de una sobredosis de drogas… por culpa de la sociedad neoliberal, naturalmente.
Al enterarse de esto, diversas organizaciones inclusivas, combativas y progresistas, pidieron la renuncia del premier y del ministro de Economía además de exigirle al parlamento (mediante una vigilia con velitas y música en vivo) que constituyera una comisión de investigación de alto nivel que encuentre responsabilidades por el fallecimiento de la cigarra, símbolo de las reivindicaciones sociales en favor de la justicia redistributiva.
Hoy, la cigarra tiene un monumento esculpido con las técnicas del muy entendible arte abstracto (una piedra), cerca del hormiguero expropiado, junto a una inscripción que reza: “A la cigarra, luchadora por la libertad de los desposeídos, cuya injusta muerte no pudimos evitar”, aunque ayercito nomas un desadaptado usando un spray acababa de pintarrajearla con la palabra “caviar”
Y tú, ¿crees también que nuestra cigarra es un “caviar”?
* Adaptación hecha a partir del libro “Cómo convertirse en un ícono progre” de Pablo Molina, Editorial Libros Libres, Madrid 2008.
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