Carlos Adrianzén
¿Otras dos décadas perdidas?
El país podría resurgir con una constitución mucho más libre y clara

La mayor de las complicaciones de la libertad es que podemos elegir, pero pagamos las cuentas. Si elegimos o toleramos la opresión económica y política (vía gobiernos socialistas y amigos de sus mercaderes) tendremos con toda seguridad –como lo muestra la evidencia global– atraso y corrupción. Aquí no importa lo que creamos. Si apostamos porque la burocracia de turno nos provea de todo (seguridad, educación, defensa, crédito, jubilaciones, salud, etc.), llegaremos al desastre económico de otros países de la región. Como Cuba, Nicaragua, Bolivia, Venezuela o Argentina, siempre al final más pobres.
Hoy los peruanos, movidos por la caída de un dictador y un presidente en muy pocos días, e inaugurando otro presidente de izquierda, amanecemos con las presiones de un porcentaje protagónico de nosotros, que exige un retroceso constitucional de treinta años (mientras lo etiqueta como una nueva Constitución Política). Llevados por el mandato público de la agenda del Foro de Sao Paulo, súbitamente se exige regresar a la desastrosa constitución política de 1979. Ese ícono espurio de la izquierda limeña, repleto de ideas económicas socialistas-mercantilistas, y que deprimió la sociedad peruana a niveles cuasi africanos, con evidencia borrada de corrupción burocrática.
Mi primera reflexión aquí busca recordarle, estimado lector, lo obvio. Que somos dueños de hacer eso. Sí, es parte de nuestra libertad poder cometer errores –por consenso, por mayoría o por atropello tolerado–. Que hoy es factible, y hasta popular, iniciar la tercera centuria de nuestra vida política, hundiéndonos. Para enfocar este riesgo, en estas líneas les presentaré pincelazos de –a través de comparaciones gráficas– de nuestro desenvolvimiento económico bajo los últimos regímenes constitucionales.
Esta comparación nos proporciona valiosas observaciones. Nos recuerda que las últimas cuatro constituciones se han caracterizado por el recurrente promedio de duración sus gobiernos (unos cuatro años); por su deficiente o poca lucidez económica (reflejada en crecimientos fluctuantes sobre el 1% anual, por décadas) y por la intermitencia de quiebres constitucionales de todas las poses y grados de arbitrariedad. Desde Sánchez Cerro hasta Vizcarra (Ver figura A).
Desde toda esta variopinta vorágine de presidentes y dictadores (donde no pocos repitieron el plato, ya sea como dictadores o presidentes) destaca la magra performance económica de la nación. Cada década se vive mejor en términos absolutos, pero se fracasa consistentemente en sus afanes de mayor desarrollo. El producto por persona de un peruano promedio resulta cada vez más distante del similar en el mundo desarrollado. En este declive, existe una importante regularidad. La performance económica resulta muy diferente de acuerdo al marco constitucional. Resulta que el marco dibuja no solo políticas sino el peso de la burocracia.
Nítidamente existen constituciones (1933 o 1993) asociadas con niveles de vida y estabilidad mejores y otras, mucho peores (1979). Subrayémoslo: las constituciones políticas han importado y mucho. Por otro lado, el rol de los llamados “vientos de cola” (aquí, los precios externos y el comportamiento de la economía global), no resulta discriminante (ver figura B). Con términos de intercambio que se ajustan moderadamente y un producto per cápita norteamericano de crecimiento decreciente, sería iluso asumir vientos de cola como el único factor que explica las diferencias de performance. Recordemos que la dictadura velasquista recibió extraordinarios precios externos y –previsiblemente– los desaprovechó, acunando con sus arrebatos, mayor pobreza, atraso y corrupción burocrática.
El gráfico subsecuente (C) contrasta que solo tuvimos entre regulares y pésimas ideas económicas en nuestras últimas constituciones. Lo subrayable se dio en la magnitud del fracaso. De hecho, ninguna nos ha llevado hacia un desarrollo económico expectante, pero las desastrosas ideas económicas de la constitución velasquista resultaron abrumadoras. En los hechos, esta se asoció con una reducción del 4% anual del producto por persona en comparación al ritmo previo. Además, hundió la inversión privada, y consolidó un manejo económico capaz de expropiar propiedad privada a diestra y siniestra y…
… hasta robarle las jubilaciones y salarios vía la irresponsable pauta de emisión de moneda o control del tipo cambio. (ver figura D). Muchos de los que hoy apuestan por un regreso a esta espuria carta magna no habían nacido entonces. Y no han revisado que generó mayores pobreza y desigualdad. Que de la mano con un discurso que destacaba la justicia social introducía en la realidad mayor desigualdad (políticas regresivas en términos de distribución del ingreso). La inflación era el canal central de expropiación a los pobres.
Sí, estimado lector, la figura E contrasta que nada antes nos ha empobrecido tanto como aquel marco constitucional de 1979 (socialista y mercantilista extremo). Por ejemplo, si estimamos hacia atrás, la evolución de la pobreza entre los cambios de Constitución (basados en la conexión reciente entre el PBI por persona y la tasa de incidencia de pobreza), encontramos que, en solo doce años, la Constitución velasquista, se habría asociado al salto en 10% de la tasa de incidencia de la pobreza en el país. Mientras que su odiada sucesora –la constitución de 1993–, a fines del 2020 habría reducido la tasa de incidencia de pobreza en cerca de 30% (incluyendo aquí el impacto del pésimo manejo de la pandemia para el año en curso)
Hoy algunos quieren cambiar la Constitución otra vez. Y eso no tiene por qué ser una desgracia. La libertad consiste justamente en optar. Podemos regresar por el camino de la pobreza y la corrupción; pero también se puede resurgir con otra constitución mucho más libre y clara que la anterior. Por supuesto, los diligentes operadores locales e importados de los foros de Sao Paulo y Puebla a lo largo de todo el país (y sus mercaderes afines) harán todo lo posible por asegurarse un regreso maquillado a la constitución velasquista de 1979. Ese es su mandato. Por eso les pagan.
Dios mediante, en las próximas semanas, los peruanos (avasallados o no) deberemos ponderar –a la luz de nuestra propia evidencia y no de cuentos– si hemos aprendido algo de nuestra historia; o si deseamos perder otras dos décadas, otra vez.
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