Francisco de Pierola

Orgullo y privilegio

¿Es justo sentir orgullo sobre algo sobre lo que no se tiene control?

Orgullo y privilegio
Francisco de Pierola
11 de julio del 2024


Hace menos de una quincena acabó junio, mes en el que se “celebra el orgullo”. O al menos de ese modo es plasmado por activistas, medios de comunicación y empresas desesperadas por sumarse a la moral de moda en aras de mejorar las ventas en el segundo trimestre del año. Hacer un análisis sobre la cabida del orgullo en un escenario de esta naturaleza está prohibido, por supuesto, so pena de cancelación, pero luego ha sido el tiempo desde que dejé de temer la inquisición de la corrección política.

¿De qué puede estar uno orgulloso? Es una primera pregunta que nos permite trazarnos un punto de partida. Aristóteles planteaba en su obra “Ética a Nicómaco” el orgullo como una virtud que llamaba megalopsychia, pero advertía ciertas condiciones para que no fuera excesivo y defectuoso.

El orgulloso virtuoso es aquel que tiene una alta valoración de sí mismo debido a sus virtudes y logros. No es alguien que se sobrevalora, no cae en la vanidad ni en la arrogancia. Es moderado en su comportamiento y en sus expectativas de reconocimiento. El orgulloso virtuoso debe comportarse con dignidad y en consonancia con su autovaloración. Sus acciones deben reflejar su virtud y nobleza. No busca la fama ni el reconocimiento desproporcionado, sino que actúa por el bien y el honor intrínseco.

El orgullo en exceso, por su parte, lleva a la vanidad y soberbia. Aquellos que padecen de este injustificado superávit creen que merecen más reconocimiento y honor del que en realidad les corresponde. No en vano comparten categoría con otros pecados capitales.

Podemos establecer que el orgullo está relacionado con el logro. Un objetivo trazado y cumplido puede llenar de orgullo a quien cumpla el cometido o a quienes lo rodeen. ¿Pero es justo sentir orgullo sobre algo sobre lo que no se tiene control? Tal vez el orgullo injustificado le reduce la virtud al sentimiento, convirtiéndolo directamente en defecto.

¿Una persona de 1.90 puede estar orgullosa de su talla? Sería absurdo escuchar a alguien enunciar orgulloso un sentimiento de reconocimiento por el tamaño que no eligió. Lo mismo podemos decir de la raza de una persona, o del color de sus ojos o su pelo, el tamaño de su nariz o sus orejas. No hay cabida para el orgullo en aquello por lo que no se eligió y consiguió.

De manera contraria, conseguir un trabajo, graduarse, salvar una vida, terminar una maratón, viajar por el mundo, comprarse una casa, sí son hechos dignos de orgullo porque, en mayor o menor medida tienen un grado de dificultad. Representaron, además, un reto para quien se propuso conseguirlo y la satisfacción del cometido le permite sentirse orgulloso de su esfuerzo.

¿Es la sexualidad elegida o innata? Aquellos que defienden estas festividades sostienen que no fue una elección. ¿Están orgullosos de su preferencia sexual? Si fuera ese el caso, la hipótesis detrás sería que la preferencia opuesta sería indigna de orgullo. ¿Hay una sexualidad mejor que la otra?

Si volvemos al ejemplo de la maratón podemos identificar que el orgullo está en la acción y no en la inacción. El deportista siente orgullo por el objetivo trazado y cumplido, pero su opuesto no puede gozar del mismo sentimiento por la ausencia del objetivo trazado y cumplido.

Un argumento que he escuchado en más de una oportunidad es que, al tratarse de una minoría marginada, tienen derecho a sentirse orgullosos por quienes son. Pero eso significaría que están reduciendo su propia identidad y hasta existencia a su sexualidad. La atracción sexual, un instinto primitivo, sería la condición sine qua non para poder identificarse como individuos en la sociedad.

Privilegio

La nueva izquierda difiere de la antigua, de manera simplificada, en la unidad que se utiliza para dividir a la sociedad. Marx y Engels propusieron una separación entre proletario y burgueses cuya unidad de medida era el capital. Una unidad objetiva y cuantificable.

La nueva izquierda tiene como ruta de guía la interseccionalidad, una estructura social moderna que, a similitud de su predecesora, divide a la población entre opresores y oprimidos; pero deja de lado el dinero (o solo el dinero) y lo reemplaza con el privilegio, el cual plasman como una ventaja injusta. Arriba tienes a hombres, blancos, heterosexuales, angloparlantes, eurodescendientes y abajo a sus contrapartes.

El orgullo solo es digno de aquellos que se encuentran en la parte inferior del mapa. Ser una víctima de la sociedad es lo correcto, está moralmente bien. Aquellos que se encuentran arriba, son opresores, a pesar de ser una consecuencia del azar del caos universal o de la divina providencia. ¿Si los oprimidos pueden sentirse orgullosos en materia en la que no tienen control, los “opresores” deben sentirse avergonzados por lo mismo?

Cuando la corrección política invita a los individuos a estar en el lado presuntamente correcto del plano, surgen nuevas oportunidades de victimización. Hombre y mujer ya dejan de ser nomenclaturas naturales y se convierten en optativas, permitiendo que cualquiera pueda ser una mujer oprimida. La gente delgada y atlética es más feliz, exitosa y atractiva. Eso es injusto para las personas con sobrepeso, quienes tienen menos oportunidades. Las competencias pueden causar estrés a los niños que pierden, así que nadie gana.

El esfuerzo es reemplazado por la victimización como herramienta de éxito. Y si no es uno capaz de victimizarse, aún puede identificar el privilegio ajeno para congraciarse con la “justicia social”, sin importar qué tan descabellado pueda sonar para la lógica, la ciencia y la cordura. Solo basta que un grupo de personas expresen su disconformidad y eso será suficiente para eliminar la “desigualdad”. 

Está prohibido sobresalir. A menos que uno se autoperciba como una víctima. En ese caso se es sobresaliente simplemente por ser, y quien no coincida con este nuevo axioma será catalogado como opresor. 

Francisco de Pierola
11 de julio del 2024

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