Dardo López-Dolz
Occidente: Terrorismo y sentimiento de culpa

Sobre el origen de la violencia fundamentalista que golpea a Europa
La ofensiva de ISIS en Europa contra objetivos civiles parece haber trazado el camino para un cambio de tendencias y liderazgos del mundo occidental, donde un gobernante timorato ha repotenciado moralmente a su ancestral adversario. El resultado de este aparente cambio, podría redibujar el mundo rápidamente.
Aunque toca avocarse a la solución, es saludable dar, al mismo tiempo, una mirada a las condiciones que han permitido que tendencias desquiciadas encuentren terreno fértil.
Por razones más emocionales que racionales, las sociedades occidentales que alcanzaron éxito y liderazgo en su área de influencia nacional o regional, han asumido una tendencia vergonzante, un inexplicable sentimiento de culpa por el éxito. Como consecuencia de ello, vienen abandonando los elementos que le permitieron alcanzar ese liderazgo, en una pésima implementación de lo que se ha venido a llamar últimamente ¨inclusión¨. Con esta visión elevaron a la categoría de cultura, las costumbres de sociedades que continúan viviendo en condiciones que Occidente superó hace siglos como paso indispensable para alcanzar el liderazgo.
El liderazgo económico, político y cultural de una ciudad, de un país o de toda una región, tiene sus cimientos justamente en su evolución cultural temprana frente a otras sociedades, rezagadas en la evolución, a las que hoy absurdamente muchos pretende equiparar.
La migración y el mestizaje, así como su consecuencia natural, son saludables para todos solo cuando conducen a un mayor desarrollo cultural, político y económico, mas no cuando ocurre exactamente lo opuesto, arrastrando a la historia en reversa, como viene sucediendo con ciudades y países que por el desarrollo de sus condiciones de vida, atrajeron migrantes.
Mientras el mensaje de la ciudad o país que los recibió fue claro, el migrante entendió que, para ser ¨incluído¨, debe aceptar e internalizar el idioma, los valores y las reglas de convivencia que hicieron poderoso su nuevo hogar, llevándolo a ser conocido con admiración como ¨madre patria¨, ¨ciudad jardín¨, ¨ciudad luz¨ o como metas deseables, como el ¨sueño americano¨.
Cuando esto se olvida, el otrora jardín muta a basurero en el que prolifera la informalidad en todas sus formas, incluyendo invasiones e irrespeto al otro en las calles, dando lugar a que la informalidad transite hacia la ilegalidad, con la que no tiene límites claros.
La historia de Roma y de otras culturas del pasado demuestra que este deterioro conduce al fin de la cultura cuyas ventajas, paradójicamente, atrajeron al migrante.
Cuando triunfa el reclamo de respeto a las costumbres que el migrante abandonó, justamente por las consecuencias naturales de esas costumbres, se produce primero un atropello a los derechos de los habitantes de la ciudad o país cuyo desarrollo los atrajo; se generan ¨legalidades¨ consuetudinarias paralelas y zonas de exclusión judicial y policial, en abierta oposición a los principios rectores de la sociedad que los acogió. Ocurre entonces, el fenómeno exactamente contrario al deseado. Los migrantes o sus hijos, atrapados entre la exaltación de los valores primitivos que ellos o sus padres abandonaron, y una sociedad que requiere entender sus formas y su cultura para triunfar, se auto marginan, convirtiéndose en fértil campo de cultivo para desquiciadas formas de violencia que van desde la pandilla, la barra brava o la banda delincuencial, hasta las formas de irracional violencia homicida que, en el Perú conocimos antes que Francia y Bélgica.
Por: Dardo López-Dolz
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