Carlos Adrianzén
No es el ruido
Nuestra institucionalidad está en crisis desde el régimen socialista de los setenta
En tiempos de mayor complejidad económica y política, pintar optimismos es algo muy tentador. No solo por lo agradable que resulta ser difusor de buenas noticias, sino —y sobretodo— por lo impopular que resulta hacer lo contrario cuando la audiencia está acostumbrada a tiempos de crecimiento económico robusto.
Históricamente nuestro país y la región registran una consistente sobreoferta de puntos de vista económicos optimistas o autocomplacientes. Una oferta de opiniones complacientes a prueba de recesiones. De hecho, a ningún régimen peruano —ni al del excéntrico joven Alan, aliado con la Izquierda Unida— le faltaron docenas de voces económicas y medios periodísticos que le doraron sus peores píldoras (errores económicos) o que, en su momento, culparon a alguien más de todo lo malo.
Por todo esto, no me siento obligado de agitar las banderitas ni a tener que echarle “buena vibra” a mi perspectiva. Puntualmente no coincido con la apuesta de que este año, gracias a unos proyectitos mineros, se elevará el ritmo de crecimiento del PBI al 4% o 5%; o que el déficit fiscal, en explosión desde hace varios años, se vaya a cerrar solito, por efecto de una inminente recuperación. Así las cosas y gracias a este simpático ejército de opiniones complacientes, puedo ser todo lo desaprensivo que fuera necesario… buscando tozudamente solo ser útil.
Establecido esto, enfoquemos qué nos sucede hoy. Hemos dejado de crecer a un ritmo robusto, y con ello generar una drástica reducción de la incidencia de pobreza y elevar el tamaño de nuestra clase media. Puntualmente pasamos de crecer cerca del 9% anual —a mediados del 2011— a cerrar el año 2017 con una tasa de 2.5%. Algo solo destacable en relación a una región virtualmente recesada.
Sobre este punto es muy bueno aclarar las causas. Lo primero que le diría es que descarte el caballazo más popular: la difundida creencia de que crecemos menos porque los precios internacionales se derrumbaron. Las cifras contrastan que los términos de intercambio (ese ratio entre los precios que nos pagan por nuestras exportaciones y los que pagamos por nuestras importaciones) se han mantenido a niveles similares. Fluctuando entre índices de 103 y 105 (teniendo una base común). Si lo de los precios externos fue un cuento, ¿qué nos pasó?
Recientemente ha aparecido otra explicación ad-hoc. Es el ruido político, esta vez asociado a los escándalos de corrupción burocrática. Aquí nuevamente las cifras no contrastan la creencia. Primero, porque nunca fuimos Suiza. Nos ha gobernado cada personaje, y nuestra institucionalidad es muy poco predecible desde los aciagos días del régimen socialista de los setentas.
Aquí también el índice atajo de riesgo país —el diferencial de Rendimientos del Índice de Bonos de Mercados Emergentes (EMBIG) para Perú— se mantiene desde mediados del 2011 hasta finales del años pasado, con fluctuaciones temporales, entre 139 y 138 puntos básicos.
Si los escándalos de corrupción burocrática van afectar las percepciones globales de riesgo país lo conoceremos en los próximos años.
No resulta nada contrastable asegurar que el derrumbe actual del crecimiento económico peruano post 2011 se explica por términos de intercambio o riesgo país. Pues la explicación es lógica y nada sorprendente: ¿qué pasó el 2011? Pues elegimos —posiblemente con dinero de cierta firma brasileña— a la señora Nadine Heredia, con su consorte y hoy ignotos colaboradores. Ellos nos trajeron pésimas políticas económicas. Como era lógico anticipar en un Gobierno de izquierda sudamericana, inflaron lo estatal y trabaron proyectos y negocios privados en toda la economía. Con una inversión privada colapsada… el resto ya es historia.
Tengámoslo muy en claro. El magro crecimiento económico de estos días solo es la consolidación de las pésimas políticas económicas implementadas por los Humala y su continuación, el cada día más frágil gobierno de Pedro Pablo Kuczynski y sus inagotables concesiones a ideas socialistas y mercantilistas.
No es el ruido político. Es retroceso maquillado por complacencia.
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