Darío Enríquez
No es difícil si hay voluntad política
“Señor presidente, no tenga miedo de gobernar”

Por segunda vez en menos de un mes, el nuevo presidente del Congreso ha extendido una invitación al diálogo con el gobierno. Pero el presidente del Ejecutivo no parece dispuesto a sentarse en una mesa y llegar a acuerdos mínimos sobre gobernabilidad. ¿Qué es lo que le impide a Vizcarra intentar un acercamiento con las diversas fuerzas políticas, en vez de continuar alimentando una espiral de desencuentros y enemistad?
Pese a contar con un gran aparato mediático de demolición, la última propuesta del presidente Vizcarra no ha logrado el mismo efecto que anteriores bravatas contra el Congreso. Si bien una cultura cívica autoritaria sigue siendo mayoritaria entre los ciudadanos de nuestro Perú, el efecto de la capitulación de Vizcarra frente al gobernador regional de Arequipa –recogida en audios cuyo origen revela ineficacia y deslealtades alrededor suyo– lo ha mostrado timorato, débil y sometido. Esa supuesta valentía para enfrentar al Congreso se ha puesto en evidencia al menos como impostada, cuando no burda pose para una tribuna tan visceral como desconfiada.
Los datos de la realidad reflejan esta situación más allá de nuestros deseos o indiferencia. Que no los atendamos no cambia la realidad y más bien tiende a empeorarla, porque un placebo frente a una infección solo logra agravar la situación, aunque al inicio parezca haber un sosiego mágico. Estas cosas suelen suceder cuando el “éxito político” (véase las comillas) no se sustenta en fortalezas objetivas, sino en debilidades de los adversarios expuestas emocional y mediáticamente para beneficiarse del contraste. La expectativa crece respecto del “exitoso”, pero una vez que los ciudadanos se van percatando de que el jarabe milagroso no es otra cosa que un placebo de agua con azúcar, entonces cunde la decepción.
El gran conferencista mexicano Miguel Ángel Cornejo y Rosado, en una de sus tantas geniales descripciones del gerente de éxito, decía que su misión consistía en destinar el 50% de su tiempo a resolver problemas y el otro 50% a crear nuevos problemas. Ese mecanismo funcionaría en un círculo virtuoso permanente, cuya vigencia nos llevaría a la excelencia. El entorno de Vizcarra acertó en hacer de él una máquina de crear nuevos problemas, pegándole a esa piñata fácil que es el Congreso. Pero olvidó un pequeño detalle, que eso solo tiene sentido si además cumplimos la tarea de enfrentar y resolver problemas reales en la vida de los ciudadanos.
Un detalle adicional. Los audios del temor, la debilidad y el sometimiento del presidente Vizcarra frente a las exigencias de la turba sureña lo han golpeado con palo y duro, porque él –que debería cumplir su obligación de hacer mucho– no hace nada. No solo eso, sino que se ha abierto una brecha en la hasta hace poco sólida plataforma en la que se sostenía: mientras la red política, mediática y judicial que encabeza la ONG IDL-Reporteros y su jefe Gustavo Gorriti apoyaría a las turbas antimineras, debido a su innegable filiación izquierdista, los poderes fácticos de la gran red ultraconcentrada de medios defiende la actividad minera. Una brecha insalvable.
Parece haber gente sensata en el entorno de Vizcarra que le advierte sobre el riesgo de sostener el poder ilegítimo que ostentarían ciertos personajes que, sin ser funcionarios, hacen y deshacen dentro de las estructuras estatales. Con el poder de la información reservada que controlan y manipulan según criterios particulares, con la influencia en los medios (por su alianza con la ultraconcentración) y su innegable participación indebida en asuntos que solo les competen a autoridades judiciales formales, estos personajes podrían estar condicionando e incluso extorsionando al jefe de Estado. Ya para nadie es un secreto que Vizcarra deberá enfrentar 49 juicios penales de corrupción cuando deje la Presidencia del Perú, por hechos acaecidos en su periodo como gobernador regional de Moquegua.
Es probable que muchas de esas acusaciones formen parte de esa “estrategia” tan peruana de “empapelar” judicialmente al enemigo político, pero es difícil que todas respondan a ese patrón. Tengamos en cuenta que Odebrecht estuvo en su apogeo cuando Vizcarra gobernaba Moquegua, que hizo muchas obras allí y que la constructora propiedad de la familia Vizcarra (de la que él es el principal accionista) trabajó muchos proyectos tanto con Odebrecht como con Graña & Montero, principal socio de la mafia brasileña en el Perú. Todo apunta a una gran trama corrupta más que evidente.
Si el presidente Vizcarra no guarda ciertas formas ni corrige inconductas, podría agregar a esos 49 procesos algunos otros más por infracciones constitucionales, abuso de autoridad y abandono de funciones, entre otros temas asociados a su deriva en el poder. Mientras tanto, la inacción del Ejecutivo sigue haciendo estragos en nuestra economía, que subsiste hoy gracias a la vigencia de casi tres décadas de un exitoso modelo económico que –paradoja difícil de descifrar– los políticos de todas las tiendas parecen esforzarse por liquidar.
Si no superamos este momento, y en vez de ellos sucumbimos a la pretensión de “refundar” el Perú con otra Constitución que nos devuelva a las fauces del estatismo salvaje, la historia nos juzgará por haber sido incapaces de defender aquello que hoy explica el periodo de prosperidad, crecimiento y progreso más largo, sólido y sostenible de nuestra historia republicana. Tomando la frase del presidente de Congreso: “Señor presidente, no tenga miedo de gobernar”.
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