Cecilia Bákula
Mirarnos en el espejo ajeno
Los resultados electorales en Chile y el Perú
Hace una semana que Chile fue a las urnas para elegir al gobernante que no solo regirá sus destinos en los próximos años, sino que también debería permitir la recuperación de ese país vecino, luego de lo que se percibe como un gobierno poco exitoso, como sería el caso del que concluye con Boric.
No obstante, la tendencia actual y contundente de América Latina, es indudable que la candidata de la extrema izquierda obtuvo un nada despreciable porcentaje que, según las cifras más conservadoras, estaría cercano al 27% de la preferencia del electorado. Y que en segundo lugar habría quedado José Antonio Kast con un 24%, siendo este su segundo intento por alcanzar la presidencia de la república de ese país sureño. No bien se conocieron los resultados, una reacción, a mi criterio asustada, llevó a otros candidatos de derecha o centro a ofrecer su apoyo incondicional a Kast, asegurando el voto de sus partidarios, a fin de lograr la victoria.
Mi análisis se orienta a tratar de entender, desde nuestra perspectiva, y sin querer inmiscuirme en la política de otro país, la razón de ese elevado porcentaje de la izquierda radical, pues una situación semejante podría presentarse en nuestras elecciones el próximo mes de abril. Pienso que hay una generación, sin importar el nombre que se le asigne, que siente que la acción política se ha degradado y por ello su voto no sería el resultado de una reflexión, sino de una repulsa y un sentimiento de desesperanza. Y es imposible no comprender que esa realidad se da como consecuencia de la irresponsabilidad de muchos que en las dos últimas décadas han llegado a ostentar los más altos cargos en un afán personalista, indigno y del todo deplorable respecto a lo que significa el privilegio de servir. Con ello han quitado prestancia, dignidad y sentido de patriotismo a la función pública, restándole el respeto de la ciudadanía. No es que “todo tiempo pasado fue mejor”, pero pareciera que, a veces, así es.
En nuestro medio, la presencia de tantos grupos políticos que aspiran a que su candidato llegue al sillón presidencial pone de manifiesto la incapacidad de un gran sector de la población y sus “dirigentes” para deponer su sentido mesiánico, personalista y de preferencia del yo individualista ante el ser colectivo, el todos nosotros. Es sorprendente que se haya logrado, en el plazo de ley, tan poca construcción de alianzas y que estas no sean significativas. Sin duda es bueno que haya interés en la política, pero la pregunta que subyace es evidente: ¿será posible el buen gobierno, si tenemos un presidente con una mínima mayoría electoral? Vale recordar la ilegitimidad moral de Castillo y las consecuencias graves de su elección. Creo que la legalidad de su elección, no implica desconocer la poca representatividad de sus votos, y a las pruebas nos podemos remitir sin dificultad.
Hoy tenemos recurrencia de algunos candidatos, diríamos una peligrosa insistencia. Y a ello se agrega un abanico desordenado y casi incomprensible de interesados en gobernar. No indican ni cómo, ni con quién, ni qué capacidad tienen, solo la buena voluntad de algunos. Lo señalo porque más allá de la plancha presidencial, sería interesante conocer propuestas concretas, con tiempo señalado, y saber quiénes serían aquellos a los que se les encomendaría el manejo de los grandes sectores de la gestión pública.
Al margen de todo ello, el elector se enfrentará a una cédula de votación que será una especie de rompecabezas y, como se ha dado en elecciones anteriores, el voto será “al tun tun”. Se sabe que un alto porcentaje de quienes concurren a votar, deciden su voto en último minuto, por la confusión de las propuestas y la poca formación política de nuestros ciudadanos.
Son muchos los candidatos que se presentan como representantes de posturas de centro derecha; ellos están en la obligación histórica de generar consensos ahora, cuando aún se puede, pues si bien la izquierda podría aún no ser una fuerza determinante –porque se encuentra también fragmentada–, sin duda tendrá representación congresal y un Congreso de muchos mini grupos, podrían generar graves dificultades para el ejercicio de un buen gobierno. La izquierda se ha esmerado en proponer e imponer una narrativa de desestabilización, como si fuera un camino viable. Y en ello han caído muchos jóvenes y no pocos adultos desinformados que han asumido como verdad absoluta los eslóganes de esos grupos extremistas, cuya vocación es el “no” a la paz, al progreso, al bienestar; porque en ese no, ellos encuentran un espacio de acción. Y ante eso, las derechas, se marginan y se pulverizan en pequeños grupos.
El Perú se encuentra en una coyuntura realmente extraordinaria a nivel de cómo somos vistos: el avance de la agroindustria, la inversión extranjera, el potencial minero y la solidez de nuestra economía. Pero nada de ello puede ser muro de contención de años de ingobernabilidad. Ello significaría frenar de golpe el camino de progreso emprendido; pues además, la desconfianza en las instituciones, la vergüenza de conducta de no pocas autoridades, el avance del crimen organizado y la lentitud con que el progreso llega a todo el país, podrían ser problemas graves para atenderse en un gobierno que ascienda con una débil legitimidad.
Nos quedan unos pocos, muy pocos, meses para actuar con sabiduría, prudencia y responsabilidad. Y es indispensable dar con firmeza una guerra cultural para mostrar las posibilidades y responsabilidad de un voto informado, pensado y contundente.
















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