Carlos Adrianzén
Los retos del Bicentenario
Cada día somos menos libres y nuestro desarrollo se retrasa más

En relativamente pocos días (392 para ser exacto) estaremos festejando los doscientos años la existencia política del Perú. En materia de desenvolvimiento económico y asumiendo la ausencia de fenómenos milagrosos o de eventos trágicos adicionales, los dados ya han tocado el tablero. Es muy poco probable que en el año y 27 días que faltan para el bicentenario se alteren para bien las tendencias de deterioro económico, profundizadas por el vizcarrato. Esto no descarta, desafortunadamente, que experimentemos cambios adicionales nocivos de las reglas políticas y económicas prevalecientes; desde el torpe Ejecutivo y el penoso Congreso que nos gobiernan. Resulta pues verosímil que, en este lapso, se continúe deteriorando la libertad económica y política local, así como registrando sucesivos avasallamientos de los derechos de propiedad de peruanos y extranjeros. Pero esto, hoy, ya resulta parte del paisaje en un país que retrocede en términos de desarrollo relativo.
En comparación a 1935, cuando el producto por persona de un peruano equivalía a un quinto del producto por persona de un norteamericano, hemos pasado a producir (y consumir) menos de un décimo. Si bien hoy, en términos absolutos (digamos, usando dólares constantes del 2010) un peruano produce cuatro veces más que entonces, en comparación a los estándares de vida de una nación desarrollada, nos hemos hundido.
Si dibujásemos simplemente la tendencia lineal del coeficiente Ilarionov (esa ratio de productos por persona entre un país y el similar estadounidense) -ceteris paribus- ya deberíamos estar registrando el desarrollo actual de naciones como Portugal o Hungría. Pero tuvimos los gobiernos que tuvimos, que elegimos o toleramos; y con ellos, aceptamos la continua depresión de nuestras libertades y del respeto a nuestras propiedades. Nótelo: nunca fueron los shocks externos, ni los eventos climatológicos o las pandemias; la diferencia hacia el persistente retraso la explica la carencia de lucidez –ergo, la corrupción– de nuestras burocracias y liderazgos.
Hoy nuestros retos frente al bicentenario se fusionan en uno solo. Debemos llegar al 28 de Julio de 2021 resignados y conscientes. Resignados a que para entonces no habrá salidas mágicas y que los gobiernos peruanos –en las últimas nueve décadas – ya consolidaron un marcado fracaso. No dimos la talla –que otras naciones sí dieron fuera de la región- para cumplir el sueño de los libertadores y convertir al Perú en una potencia.
Como peruanos, ni siquiera hemos sido capaces de cumplir la primera línea de la estrofa inicial de nuestro himno: el peruano ha sido cada vez menos libre, económica y políticamente. Nuestros derechos de propiedad han sido recurrentemente avasallados por los burócratas de turno. En la última y costosísima amenaza del presidente de turno –en aras a imponer una suerte de control de precios sobre servicios de salud en medio de la pandemia– amenazó, suelto de huesos, con volver a quebrar la Constitución y expropiar a ciertos mercaderes, sin tener ni siquiera la capacidad concreta de hacerlo.
Pero además debemos llegar conscientes. Conscientes de cómo llegamos al bicentenario económicamente. En medio de una cuarta mega recesión en pleno desarrollo. Con una burocracia extremadamente corrupta, abultada e incapaz siquiera de administrar la logística y la gestión fiscal de una cuarentena exitosa. Reflexivos de que esta profunda recesión deprimirá el margen de crecimiento –y lógicamente enervará la pobreza- del país el próximo quinquenio. Y que este cuadro deprimirá severamente la inversión privada y retroalimentará la informalidad (dados los protocolos y quiebras desatadas a nombre del virus chino).
Conscientes, simple y sencillamente, de cuál fue el vector económico por el que nos hemos hundido. Sí. Que, si cantamos pensando el himno nacional, descubriremos que cada día somos menos libres. Que la burocracia nos permite elegir solo entre ciertos candidatos. Nada de reelegir. Que deberemos elegir entre los géneros o especies que a la burocracia se le ocurra. Y que la propiedad de su clínica, de su contrato de trabajo –suspensión perfecta de por medio- o la de sus ahorros para la jubilación dependerá de los conocimientos e intereses privados de algún burócrata (al que seguramente usted no contrataría o repudió electoralmente). No. Cada día somos menos libres y retrasados en la arena del desarrollo global. Cada día, gracias a los demagogos que elegimos y toleramos, nuestra distancia de los países ricos resulta –y probablemente resultará- mayor.
La salida del hoyo en que nos hemos enterrado por nueve décadas no es sencilla. Pero es posible. Requerimos recuperar nuestras libertades agresivamente. Como en todo medicamento, una dosis baja (de libertades y respeto a la propiedad privada) no cura. Los países enfermos (pobres) tienen libertades limitadas, ni respetan sus propiedades. Y, de hecho, registrar –como es nuestro caso- bajos índices de libertad política, económica y respeto a la propiedad privada, construyen una plaza que no crece a un ritmo alto. Ergo no progresa. No olvidemos nuestra historia. Bajo liberalismo implicó -poses y retóricas fuera- corrupción y pobreza. Es decir, alto marxismo.
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