Cecilia Bákula
Lima al Bicentenario
La ciudad va desapareciendo ante nuestra culposa ceguera

Nos podemos engañar pensando que esta pandemia es la causante, la culpable y la razón por la que no se ha visto a Lima prepararse para recordar y celebrar el día en que hace casi 200 años se proclamó la Independencia del Perú.
Ríos de tinta han corrido y seguirán corriendo respecto a la Independencia. Que si la logramos, nos la concedieron, nos la impusieron o como sea que se quiera mirar e interpretar los hechos. Lo cierto, lo innegable, es que el 28 de julio de 1821 en nuestra ciudad tuvo lugar un hecho de grandes consecuencias y que la historia fue distinta a partir de ese momento, en el que participaron muchos peruanos de toda condición y origen.
Pienso que no podemos tener una visión apocalíptica ni sesgada del proceso emancipador. Ante los aspectos negativos que pudiera haber o que algunos pudieran considerar de manera fatalista, esta ciudad, nuestra Lima, vivió hechos sustantivos para sus ciudadanos y para ella misma. Es necesario entender que el proceso emancipador involucra y contiene una reflexión profunda en muchos limeños y compatriotas, bien llamados precursores, quienes comprendieron la situación de lo que era el virreinato del Perú y optaron por apoyar causas y gestiones que, viniendo de afuera por necesidad continental, y con la asistencia y presencia importante y valiosa de muchos connacionales, lograron dominar, repeler y liquidar a las fuerzas militares realistas.
Ese proceso de reflexión se hace patente y extraordinario en muchos hombres de la época. Pienso en este momento en Hipólito Unanue que, si bien fue delegado del virrey en las Conferencias de Miraflores, vivió un proceso interno de convicción hacia la causa independista. Y que, a mi criterio, quedó plasmado en su extraordinaria “Idea general del Perú”, que apareció en el Mercurio Peruano, en 1791. Un texto visionario y de gran influencia en su momento. Quizá al escribirlo, Unanue iniciaba su proceso de reflexión hacia la necesaria independencia; como pudo haber sido también el caso de José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete, cuando escribió las “veintiocho causas” bajo el pseudónimo de Pruvonena.
Y como ellos, muchos, muchísimos otros, comprendieron que la independencia era la consecuencia final a la que nos llevaban los hechos y la situación del Perú para entonces. Ese punto final al sistema virreinal se proclamó en Lima. Y ese hecho no puede pasar inadvertido.La historia y el tiempo avanzan y se construyen irremediablemente, sin que podamos cambiarlos o detenerlos y hay reflexiones insoslayables que debemos llevar a cabo.
Es por ello que esta pandemia, que pareciera poder justificar y explicar todo, no es la culpable. Podrá haber aletargado algunas obras, pero es que estas parece que no han empezado; ni siquiera para “hermosear” a Lima, nuestra vieja y querida Lima, que es ahora una ciudad que vive poco y solo de día, y que ha perdido esplendor, gracia, identidad y carisma.
No dudo de que hay algunos esfuerzos, y a veces denodados. Pero una cosa es cumplir el deber para quienes están obligados a hacerlo respecto a la ciudad; y otra, muy distinta, es haber hecho –o mejor dicho, estar haciendo– algo extraordinario para que Lima con orgullo pueda recordar y celebrar con sus habitantes el inicio de nuestra vida como Estado soberano.
Y en todo orden de cosas, tengo la percepción de que quienes tienen ahora, y han tenido en los últimos años, la obligación de hacerlo han intentado que el Bicentenario pase inadvertido. No se percatan de la potencia que tiene para todos los fines, los nuestros, de los ciudadanos; y para ellos, los políticos de tránsito en el poder.
Pretender obviar el recuerdo y la celebración del Bicentenario es como dejar de reconocer que nuestros padres y ancestros lo fueron. A quienes nos gusta, como a mí, y sentimos orgullo por lo que lograron quienes nos antecedieron, familiarmente hablando, eso debe trasladarse a la necesidad de reconocer que somos no solo lo que nuestra generación ha dejado como impronta, sino lo que hicieron los que vivieron antes que nosotros. Y a ellos y a todos los que pusieron el hombro y la vida por la causa de la emancipación, les debemos un recuerdo honroso y agradecido.
Ya llegará 2024 para conmemorar las victorias de Junín y Ayacucho. Ahora se trata de Lima, una ciudad que se cae a pedazos, una ciudad que ha perdido las ganas de vivir, que nos la arrebatan día a día, Y eso no lo causa la pandemia, lo causa la pasividad y la ineficiencia de las autoridades responsables. Lima debe festejar y con orgullo el haber sido la sede de un hecho que cambió nuestra historia para siempre. Para eso hay que vestirla de gala, recuperarle las ganas de vivir, dotarla de amor y de respeto. Y no tenerla en un estado de abandono lamentable, que pareciera ser lo habitual entre quienes son sus “cuidadores” y responsables.
Lima está en peligro, va desapareciendo ante nuestra culposa ceguera. Y por eso esto pretende ser un llamado a la responsabilidad y a la conciencia de quienes son los responsables de la ciudad. Entiendo que la mala salud puede no solo ser solo culpa y responsabilidad del enfermo. Lo es, en este caso de manera principalísima, de quienes lo cuidan y son sus custodios.
¿Dónde quedó esa Lima de mis amores, esa ciudad jardín, esa Lima que nos llena de orgullo y añoranza? ¿Qué se está haciendo para que de verdad se recupere? ¿Qué estamos haciendo para que no pase al olvido una ciudad hermosa y singular? ¿Cuál es el plan maestro y el plan mínimo para armonizar el presente con ese pasado tan vital y único? ¿Será todo culpa de la pandemia? ¿Será solo responsabilidad de quienes llegan recién a Lima y la encuentran ya deteriorada? ¿Será responsabilidad de quienes no van a visitarla?
Sin duda, el estado de Lima es culpa de todos. Pero sobre todos nosotros está la culpa, responsabilidad y negligencia de la autoridad, llamada a preservar un patrimonio. Y no podemos permitir que nos lo sigan robando, porque la destrucción y el abandono son formas de robo, porque generan la pérdida y desaparición de elementos sustantivos de nuestra identidad.
Nuestra ciudad es tan hermosa y la llevamos metida con amor y dolor en el alma. Por ello, aun con tantos pesares, podemos cantar: “Lima, mi vieja Lima, quiero que sepas que a donde voy siempre será mi orgullo decir a todos ¡limeña soy!”.
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