Carlos Adrianzén

Las recesiones peruanas

Cuatro grandes recesiones con un mismo vector ideológico

Las recesiones peruanas
Carlos Adrianzén
22 de junio del 2020


Alguien, con toda justicia y cifras, puede sostener que las recesiones en el Perú resultan tradicionales. Las hemos tenido de todo tipo. Efímeras y largas, previsibles y sorpresivas, ideológicas y accidentadas; pero también poco y muy destructivas. Uno de los corolarios inevitables de este ejercicio implica que las más destructivas resultan siempre con alta carga ideológica, económicamente previsibles y largas. Constantemente resultan producto de la torpeza regional del momento. Persistentemente se dan abrazadas en ideas mercantilistas y socialistas. Y nos llevan a un hoyo macroeconómico dentro de una sostenida contracción económica (que nos roba entre uno y tres años); tal como lo podemos observar en el primer gráfico de estas líneas.

Justamente basados en la data peruana disponible para el periodo 1930-2020, hemos optado por enfocar las exclusivamente megarrecesiones. Esos periodos horrorosos donde la contracción anual del producto por habitante en dólares constantes supera el 10% un año. Note que eso no quiere decir que los años de recesión contigua no terminen consolidando una caída acumulada mucho mayor y más destructiva. Y es que las megarrecesiones –a diferencia de las recesiones menores o efímeras, que solo implican un alejamiento temporal del PBI potencial– destruyen capacidades productivas e instituciones. Usualmente deprimen el PBI potencial o secular, implican tasa de inversión neta de depreciación muy negativas y –lo que resulta mucho peor– potencian drásticamente la informalidad en la economía que las sufre. Pues bien, en nuestro país a lo largo de las últimas nueve décadas hemos tenido cuatro mega-recesiones. 

La primera (1931-1933) a la que etiquetaremos como la versión local de la Gran Depresión fue resultado de las medidas que se tomaron aquí para dizque combatir la gran contracción monetaria occidental de los años treinta del siglo pasado. La respuesta sanchecerrista a la Gran Contracción norteamericana fue keynesiana bastarda: cambiar la Constitución, inflar el aparato estatal vía obra pública y crear un monopolio estatal emisor de moneda. Esta, en su desconcertado trienio, nos costó una contracción acumulada del PBI por habitante de 25.4% respecto al año previo. 

La segunda, nos remite a los impactos de un súbito evento climatológico (el fenómeno de El Niño en 1983) complicado aquí también por una masiva colección de errores de manejo económico interno. Errores que (por su marcado sesgo populista e izquierdista) potenciaron su impacto negativo y a la que denominaremos la mega-recesión de El Niño belaundista. Hablamos pues de un Gobierno –que mantuvo las principales líneas de gobierno de la dictadura militar socialista (controles, sobre regulación, et al)– que solo atinó a inflar un gasto burocrático de bajísima calidad. Peor que la enfermedad resultó la receta. Ésta otra mega-recesión, acompañada por los errores de la llamada crisis de la deuda externa, nos costó una contracción acumulada del PBI por habitante de 14.8%, respecto al año previo (1981). 

La tercera megarrecesión nos refiere una abierta desgracia política. Los peruanos apostamos por elegir, entusiastamente y en primera vuelta electoral, al eléctrico candidato de la izquierda mercantilista local. Un Alan García bisoño, dominado ideológicamente por la Alianza –hoy casi borrada de los libros de historia– de todos los partidos de izquierda local. Me refiero aquí a la hoy sospechosamente vaga de toda referencia en la Internet: la Izquierda Unida (IU), por lo que –haciendo gala de justicia 0150 la etiquetaremos como la mega-recesión de la Izquierda Unida y el APRA. Su génesis es simple: fue un periodo de aplicación esperanzada y cantinflesca de las ideas de la izquierda mercantilista latinoamericana. Neo-estructuralismo la llamaban por aquellos días en ciertos ámbitos académicos norteamericano de izquierda radical. Gobernaron en forma tan torpe, que los mismos entusiastas colaboradores mariateguistas salieron despavoridos del gobierno, ni bien se despertaron las previsibles consecuencias de sus ideas. Las finanzas inflacionarias, los controles de precios, las expropiaciones, el incremento del aparato estatal y sus regulaciones dibujaron su sello. Todo un manual de socialismo-mercantilista. Estas, tras un par de años de maduración, nos costó una contracción acumulada del PBI por habitante de 29.3%, respecto al año previo.

La cuarta megarrecesión –que desgraciadamente está en pleno desarrollo– en estimación conservadora de quien suscribe y dadas las cifras ya disponibles- registraría solo este año una contracción anual de 20.9%. Solo Dios sabe cuánta contracción acumulada adicional la recordará en los años venideros, dada la tozudez del actual gobierno en aplicar protocolos maximalistas y el hecho de que, los próximos, serían tanto un año de convulsión electoral de las inversiones, públicas y privadas, cuánto de ingreso y aprendizaje de un nuevo Gobierno. Aquí, otra vez, aunque a nombre de la pandemia originada por un virus proveniente de la China, las ideas de la burocracia de turno toman protagonismo, dados los destructivos afanes controlistas y totalitarios del vizcarrato.

Por ello, a última esta última megarrecesión aún en movimiento, y por reconocimiento de su autoría, la denominamos la del virus y el vizcarrato. A la fecha ya se le pondera por la predecible depresión del PBI potencial o secular, la minimización de la tasa de inversión neta de depreciación y de la explosión de la informalidad. Respecto a la contracción acumulada del PBI por habitante que esta produciría resulta temprano para estimar (usamos una proyección pasiva sobre cifras disponibles y estacionalidades usuales), los errores de manejo se van profundizando, mes a mes. En tres años resulta verosímil –dada a alegre comparación que hizo el mandatario y su ministra de Economía respecto al arrasado Perú posguerra del Pacífico– que supere el carácter destructivo de las políticas asociadas posteriormente a la Alianza Izquierda Unida-APRA. Solo contando la caída previsible para este año, el Ing. Vizcarra no tendrá ninguna otra buena razón que ser recordado, sino por la tremenda recesión que su gestión generó.

Buscando perspectivas, encontramos dos hallazgos. El primero nos refiere al peso de las ideas económicas que causaron cada megarrecesión. El asociado a la Gran Depresión nos señala a la aplicación de lo que hoy se etiqueta como keynesianismo bastardo. El que descubre a los nerviosismos populistas a nombre de enfrentar un desastre natural con dizque soluciones estatistas. El tercero –y haciendo gala de una vanidad infundada– devela aplicación completa de la receta socialista-mercantilista, etiquetada esa vez como heterodoxia latinoamericana. Y finalmente, en estos días, el episodio del virus y el Vizcarrato; el cual resulta el corolario lógico de la torpeza de confiar a una burocracia advenediza y corrupta el combate a una pandemia altamente contagiosa. Así, el vector ideológico de las cuatro megarrecesiones resultaría el mismo: la erosión de libertades y del respeto a la propiedad privada envueltas de diferente papel y justificadas a nombre de la crisis de los años treinta, el fenómeno de El Niño, la búsqueda de un Futuro Diferente y el combate a una pandemia china.

La segunda lección nos muerde. En un país que por nueve décadas consecutivas –en medio de periodos populistas y de tibio ajuste– creció muy poco (su producto per cápita creció en promedio apenas un 1.3% por año), es sano señalar que el mayor auge económico registrado se asoció a un periodo (2007-2013) donde rigieron solo relativamente mayores libertades y respetos a la propiedad privada (capturadas por los valores recientes del índice de liberalismo peruano). 

Más allá del claro vector socialista-mercantilista en cada una de las recesiones enfocadas, cerraremos esta peliaguda conversación encarando la realidad. Estamos lejos estamos de tener siquiera un índice de liberalismo propio de una sociedad libre, de primer mundo (ver Gráfico 2). Es por esto que, en medio de los desvaríos populistas del vizcarrato y dados los perfiles del proceso electoral electrónico del bicentenario, debemos reaccionar y recordar una vez más a César Vallejo: “hay hermanos muchísimo que hacer”.

Carlos Adrianzén
22 de junio del 2020

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