Raúl Mendoza Cánepa
Las malas lecciones
La autoayuda es el mercado de las falsas esperanzas

Se lee en El Periódico, de Cataluña, una entrevista interesante a la periodista inglesa Marianne Power, que en un momento difícil de su existencia se refugió en los libros de autoayuda. De esos que nos impelen a ser perfectos, felices, a amarnos a nosotros mismos y creer en una magia que responde a una suerte de estado vibracional. Con esas fórmulas no habría miseria ni tristeza.
Marianne “se sentía incompleta, infeliz y desdichada, a pesar de tener una vida objetivamente bastante decente. Como tantos otros de nosotros, Marianne echó mano de la literatura de autoayuda. Pero, como muy pocos de nosotros, realmente se aplicó el cuento de esos libros”, dice la nota. Y no es que la periodista no haya experimentado con algunas buenas lecciones. “Leí mi primer libro del género, Aunque tenga miedo, hágalo igual, de Susan Jeffers, cuando tenía 24 años (…). Según este libro, no puedes esperar a que llegue el día de dejar de tener miedo a ciertas cosas; debes hacer esas cosas. Me animó a dejar un trabajo temporal que odiaba. Y después, a base de hacer llamadas y tocar puertas, algo que me resultaba difícil, acabé encontrando mi primer trabajo como periodista” ¡Bingo! En realidad, solo suerte; pudo haber pasado que nadie le abriera una puerta.
Hasta allí todo parece un cuento de hadas, que es lo que la llamada “autoayuda”, como género, vende; y vende bien en un mundo de ilusiones y derrotas masivas. Todos quieren cambiar sus vidas, desprenderse de ese mundo incompleto o llenar ese rompecabezas al que siempre le falta una pieza. Mas la ilusión nos suele llevar al autoengaño, pese a las advertencias del sabio pesimismo. Muchos asumen la existencia de una fuerza a la que llaman “Ley de atracción”. Como Marianne, sé de muchos que creen en ella y la asumen como su nueva fe. Pero sus vidas permanecen incompletas, infelices, contrariadas, pobres, azarosas; alumbradas apenas por una promesa que tiene más de cuento que de milagro.
Un periodista decía que la “autoayuda” es el mercado de las falsas esperanzas, y que ningún libro transforma al hombre y su entorno a no ser que él mismo se encargue de actuar decididamente en el mundo, antes que leer fuera de él. A contracorriente de la fe en las posibilidades del hombre, el escéptico periodista definía el mundo tal como lo vivió y no como nos lo representa esa ficción que manipula la esperanza.
“Todos mienten, muchos te buscan en la cumbre y te huyen en el llano. La hipocresía es la regla de juego, existe 99% de posibilidades de que fracases (siempre faltarán piezas en tu rompecabezas), la lealtad es un bien escaso, del amor aguarda poco, no serás evaluado por tu buen corazón, el bien no siempre vence, la confianza es de obtusos, el hombre es más malo que bueno, lee a Maquiavelo y a Hobbes...”. La dura experiencia de vida sirve más que los libros, aunque nos resistamos a aprender siempre de ella.
“Ámate y te amarán”, dicen los libros de autoayuda, lindando en un cierto narcisismo. La tradicional concepción del amor es el del sacrificio y la entrega al otro. El egoísmo solo sirve bien para los negocios, pero no para los vínculos humanos. “Si vibras bien, estás contento, el mundo será obsequioso”. La experiencia o lo que titulamos “las malas lecciones”, ligadas a la experiencia de vida, nos dice que nadie vibra bien en un mundo cambiante. Y que lo humano es imperfecto, y lo imperfecto es emocional. Y que salvo los pacientes monjes del norte de la India, el mundo es azar, temor, sacudida, sorpresa, dolor e ingratitud. Gran reto el de vibrar bien que, por cierto, en casos que “vienen al caso” no han llamado nunca a esa suerte inexplicable que cambia vidas como portentos.
Ningún libro tiene las claves y menos los que no entienden el significado del amor, del egoísmo, de la suerte, del éxito o el fracaso. Como decían los viejos, “deja ya de darte ánimos con fantasías que hacen ricos a sus autores, ¡sal a trabajar!”. La vida es verbo y memoria, nunca teoría o expectativa.
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