Dardo López-Dolz
Las amenazas contemporáneas

Las fuerzas del orden deben estar preparadas para enfrentarlas
El mundo no se está volviendo un lugar más pacífico, más bien parece caminar rápidamente hacia un período de grandes confrontaciones. Europa y el propio Estados Unidos, a la par que son atacados cultural y físicamente, vienen mostrando signos de radicalización del lenguaje político en su interior. En el caso europeo, está reciente el recuerdo de la primera mitad del siglo XX; en el de los EE.UU., la Guerra de Secesión está algo más lejana.
En Latinoamérica, cuya propia cultura ha sido influenciada históricamente por ambos, hoy se añaden influencias de otras zonas del planeta. Venimos viviendo varios años de lucha entre una democracia libertaria —siempre perfectible— y una dictadura que se vale de la democracia para acceder al poder, para luego negarse a soltarlo, en base a una combinación de clientelismo populista, corrupción y terror. Aunque la democracia parece empezar a recuperar terreno en Venezuela y Argentina, aún hay muchas batallas por ganar. A este escenario latinoamericano, la omnipresencia del crimen organizado, encabezado por el narcotráfico (que corrompe en busca de impunidad) le agrega volatilidad.
Lo dicho en los dos primeros párrafos, unido a la delincuencia rampante, son la consecuencia de que sociedades como la nuestra hayan dejado caer su educación, y con ella los valores. Pero además configura un escenario en el que es necesario prestar especial atención a la concepción, diseño y conformación de las fuerzas del orden, para que tengan capacidad de actuar efectivamente frente a las amenazas contemporáneas.
En el caso de la Fuerza Armada, necesitamos repensar rápidamente las características que esta debe tener para disuadir cualquier intención de agresión externa, que en periodos de turbulencia pueden hacerse más factibles. Así se constituiría en la segunda línea (tras la policía) para la seguridad de nuestros ciudadanos, nuestros recursos y la soberanía dentro de nuestro territorio.
Esta capacidad, para ser real, debe resultar sostenible; por lo tanto, debe adecuarse a las posibilidades presupuestales de nuestro país. No se trata (como sucede ahora) de comprar equipos si después no habrá presupuesto para maniobra, ni armas para las que no hay municiones. Tampoco se trata de pensar en equiparnos para una reedición de la batalla de Midway y no tener después para los sueldos ni para el combustible. Toda compra de sistemas de armas debe estar precedida por un diseño estratégico, para posibilitar un empleo eficaz de las tácticas que estos sistemas nos permitan. En este campo el eclecticismo no ha dado un resultado satisfactorio. Llegó la hora de repensarlo.
Para que esa capacidad de acción sea eficaz, es imprescindible que exista un sistema de inteligencia profesional al servicio de los intereses del Estado y sus ciudadanos, contrapuesto a los intereses temporales del gobernante de turno. Un sistema que sobreviva funcionalmente al fin de cada periodo presidencial y con lealtad al país (población, territorio, cultura y forma de gobierno), no al jefe temporal.
La inteligencia, para que sea inversión y no un gasto inútil, requiere orejas y cerebro en el poder político, capaces de interpretarlo oportunamente para anticipar los probables escenarios para decidir y actuar a la altura de lo que la patria espera y necesita. De todos los escenarios previstos, si el trabajo estuvo bien hecho, lo más probable es que se dé uno con ligeras variantes; o no se dé ninguno, si se toman oportunamente las medidas adecuadas. Es un error calificarla de alarmista, pues la inteligencia es de esas actividades que cuando se hacen bien no se notan.
Dardo López-Dolz
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