Carlos Adrianzén
La solución existe
Para el empobrecimiento y el subdesarrollo

El nuestro no es un país aburrido. Puede ofrecernos una larga colección de problemas políticos, económicos, sociales y hasta demográficos. Frente a ellos podemos tomar dos opciones. La primera es ver el vaso medio lleno; es decir, llenarse de autocomplacencia y obviar los problemas (asumiendo perezosamente que son estructurales o insalvables, externos o parte de nuestra cultura). Pero también existe otra opción: identificar esis problemas y comprometerse con su solución. Tratar de que el vaso esté lo menos vacío que sea posible. Este camino no es el más popular. Para tomarlo es menester involucrarse en la comprensión del problema. Y esto, puede implicar mucho esfuerzo (porque hay que diagnosticar).
Los diagnósticos, en el lado económico, por ejemplo –si buscamos la maximización del bienestar social en el periodo relevante– tienen una peculiaridad: solo uno resuelve el problema. Eso de un mar de diagnósticos implica también un mar de ideologías, intereses e incluso capacidades técnicas, algunas compradas otras deficientes. Pero, recuérdelo, un diagnóstico que fundamente (léase: solucione) un problema social es único y es también poco sensible a la popularidad o a los consensos. Aquí lo político –entendido como la popular resistencia a hacer lo correcto– es parte del diagnóstico y alimenta las acciones de política económica que solucionan el problema. Nótese que aquí –y tal vez solo para incomodar– no uso el huachafo término “política pública”, tan en boga en estos tiempos.
Dicho todo esto me enfocaré en dos de los problemas centrales que hoy afectan a la economía nacional: el empobrecimiento y el creciente subdesarrollo peruano. Selecciono estos dos problemas por tres razones. Resultan tremendamente relevantes para la sociedad peruana; son cuantificables; y tienen una meridiana –aunque ni fácil, ni popular– solución. No olvide que los hechos no son sensibles a sus sentimientos o a sus creencias). Así las cosas, el primer gráfico de estas notas describe el primer problema. El empobrecimiento que viene sufriendo un peruano promedio desde que, con apoyos venezolanos y brasileños, el ex presidente Humala resultó elegido en julio del 2011, hasta la fecha, accidentadamente, con Francisco Sagasti.
Aquí merecen destacarse dos fases. Primero el desmantelamiento gradual del llamado modelo peruano, graficado en el colapso de la inversión privada y extranjera; la reducción del ritmo de reducción de incidencia de pobreza; la explosión del aparato estatal; y meses más tarde, con la terrible gestión económica de la pandemia china con Vizcarra y Sagasti. Sí: los errores y aventuras de Humala y Kuczinsky se consolidaron con la pésima gestión vizcarrista-sagastista de la pandemia. Manejo que priorizó (y prioriza) gastos accesorios sobre el presupuesto de combate al Covid-19, mientras que se introducían (introducen) estímulos fiscales y monetarios de la mano con protocolos sanitarios muy poco inteligentes.
La economía peruana se hundió como nunca en su historia reciente. Los despidos y las quiebras se hicieron masivas, el comercio exterior, la inversión pública y privada colapsaron y un estimado razonable de la evolución de la incidencia de pobreza nos ubicaría hoy donde estuvimos hace diez años. Pero este cuadro, en desarrollo y de previsible efecto quinquenal, no debe esconder el segundo. Desde hace –al menos– siete décadas nos estamos alejando consistentemente de los estándares de vida promedio de las plazas desarrolladas.
Revertir ambos problemas-desastres tiene la misma solución. Entender que las naciones que intermitentemente siguen reglas socialistas (opresión de libertades y propiedades) y mercantilistas (de soporte a determinados grupos de privados porque son cercanos, estratégicos o amigos de los que detentan el poder) son más pobres, más subdesarrolladas y burocráticamente más corruptas.
De nada sirve la retórica. Tuvimos mucho de socialistas y de mercantilistas cuando declarábamos que habíamos aplicado un modelo liberal. Y al tener esos índices de respeto a la libertad y a la propiedad, registramos un episodio efímero de auge. Esto, tanto como Suecia o Finlandia, que se auto-etiquetan de socialistas, registraban índices de alto respeto a la libertad y a la propiedad.
No se deje engañar: aquí el discurso o la emocionalidad implican solo formas de confundir. ¿Soluciones? Haga todo lo contrario a lo que han hecho desde Velasco hasta Sagasti. En la actualidad: cierre la brecha y repriorice el gasto fiscal; desmantele protocolos poco inteligentes y arrase trabas a la libertad económica (impuestos, cargas, regulaciones, permisos etc.), políticas (reelección de congresistas o voto facultativo, por ejemplo) y oferte (de la mano con el sector privado) bienes públicos acotados como el orden público, el desincentivo a la corrupción burocrática, etc.
Algo tan sencillo de aplicar en los hechos como ausente en las ofertas de casi todas las 23 planchas presidenciales de las elecciones generales de abril próximo. Después de todo, ellos ofertarán –si quieren ser elegidos– lo que el elector quiere escuchar. Lo atractivo de este estado de cosas es que sí existe una solución comprobada y potente. Y que, al final, los pueblos tienen la suerte (i.e.: los gobiernos) que se merecen.
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