Jorge Varela

La sociedad de los políticos muertos

Democracias débiles, a punto de morir en brazos de caudillos facinerosos

La sociedad de los políticos muertos
Jorge Varela
15 de agosto del 2023


Algo espeso está ocurriendo en América Latina, región que se ha convertido en un subcontinente conformado por diversas “sociedades de políticos muertos”. Dondequiera se dirijan los focos –salvo dos o tres excepciones– se verá la degradación del régimen democrático, la fractura social acentuada por la decadencia de los partidos y la falta de líderes. En un ambiente como el descrito abunda la corrupción, la inmoralidad pública, la deshonestidad intelectual, la irracionalidad de quienes detentan el poder, el bajo nivel de las elites.

Una tierra que era fecunda en liderazgos históricos de variado tinte, se ha vuelto yerma, casi estéril. En Perú –por citar algunos–, se extraña a Víctor Raúl Haya de la Torre, Fernando Belaunde Terry, Alan García Pérez; en Chile a Arturo Alessandri Palma, Pedro Aguirre Cerda, Eduardo Frei Montalva; en Argentina a Arturo Frondizi, Raúl Alfonsín; en Ecuador a José María Velasco Ibarra. Hoy no existen postulantes con mérito que pudieran encarnar con propiedad el rol superior de estadista. Incluso la expresión “estadista” es una palabra en desuso.

Políticos muertos camino al panteón 

Nuestros países se han transformado en “sociedades de políticos muertos”, cuyo hedor se siente a distancia. ¿Qué se puede esperar de una realidad opaca en la que hasta los intelectuales se han empequeñecido? Las denuncias y acusaciones de plagio a nivel académico ya ni siquiera sorprenden. Aquel que no copia textos ajenos, aparece como si fuera un gran imbécil. 

La escasez de líderes de fuste: probos, limpios de corazón, trabajadores, estudiosos, sapientes, inteligentes, bien intencionados, es dramática. El déficit es de tal magnitud que la ciudadanía latinoamericana está eligiendo a sus representantes entre quienes simulan conformar ‘las huestes del mal menor’. No se está votando a favor de, sino en contra de. Que se sepa: nadie busca santos, ni místicos, ni redentores. Integridad moral, idoneidad y responsabilidad es lo mínimo que puede exigirse a quienes aspiran a accionar en el espacio público.

Este cuadro de mediocridad ha permitido la subsistencia de una democracia débil, a punto de morir en brazos de caudillos facinerosos con ventaja, de cínicos malhechores dispuestos a cualquier cosa para continuar gozando de un poder mal habido. 

Intelectualismo fatuo y nefasto

Además de los factores expuestos, ¿cuánto daño han causado ‘los intelectuales orgánicos gramscianos’ –también los inorgánicos– a sociedades fracturadas y enfermas de miedo de las que siempre se han nutrido y se nutren?

En Chile subsiste un grupo exclusivo y oligarquizado de intelectuales cuya formación ideológica los determinó para que no vieran más allá del postmarxismo. La mayoría de ellos drogados de anticapitalismo disfrutan del espacio de gozo que el capital ‘explotador’ proporciona, permitiéndoles evadir –sin culpa– los duros sacrificios del asceta. Es un espacio que les ha servido para influir sobre dirigentes con sus redes neuronales atrofiadas, comportándose como “profetas desarmados” según ha escrito con cinismo uno de sus miembros. 

¿Cuál es el concepto de poder que les inspira y pregonan a sus discípulos?: ¿alcanzar el poder a cualquier costo?

Este es sin duda un temazo. El filósofo Byung-Chul Han sostiene que “para unos, poder significa opresión; para otros, es un elemento constructivo de la comunicación… El poder se asocia tanto con la libertad como con la coerción” (Sobre el poder. Herder, Barcelona, 2019). “Unos lo separan radicalmente de la violencia mientras que, según otros, esta no es sino una forma intensificada de poder… Ora se asocia con el derecho, ora con la arbitrariedad”.

¿Dónde está la falla? 

¿Qué ha acontecido? ¿Es que las ideologías perdieron vigor y trascendencia? ¿Es solo una falla cultural? ¿Se trata de una fase propia de sociedades que se resisten a salir de la oscuridad irreflexiva circundante? o ¿será que los humanos han comenzado a pensar en la acción política como algo sucio e innecesario? 

La corrosión moral y la desilusión democrática son de tal magnitud que casi no hay maderos a los cuales asirse para esquivar el naufragio en un océano azotado por el vendaval de la corrupción y las corrientes transversales del populismo. Si a lo anterior se agrega el clima de inseguridad y el temor a perder la vida que hoy agobia a las personas, es porque se ha abierto la pasarela ancha que conduce al borde del vacío. 

En este ambiente, ¿qué sentido tienen pues, la política, los políticos y la libertad?

Según Hannah Arendt “la razón de ser de la política es la libertad… la libertad es, en rigor, la causa de que los hombres vivan juntos en una organización política. Sin ella, la vida política como tal no tendría sentido” (Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política”. Península, Barcelona, 1996) 

“Si el sentido de la política es la libertad, es en este espacio –y no en ningún otro– donde tenemos el derecho a esperar milagros”. “No porque se crea en ellos sino porque los hombres… son capaces de llevar a cabo lo improbable e imprevisible” (¿Qué es la política. Fragmento I, agosto de 1950). 

La misma Arendt sostenía, eso sí –en concordancia con los desencantados–, que la sociedad de masas y el sistema de partidos impiden la idea de la libertad política concebida como participación en el autogobierno (Sobre la revolución. Penguin, Nueva York, 2006). La amenaza en cuestión dejó de ser un riesgo y se convirtió en real-realidad: “pensar la acción política como algo sucio y hasta innecesario”.

Jorge Varela
15 de agosto del 2023

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