Raúl Mendoza Cánepa

La masa bruta

Los peligros de la "encuestocracia"

La masa bruta
Raúl Mendoza Cánepa
02 de junio del 2019

 

Habrá de perdonar el lector la majadería, pero no puedo hoy estar más cerca de Ortega y Gasset en su desconfianza de esa masa bruta y ubicua que lo ocupa todo, que está en todos lados y que se ha apoderado de la vida y del talento. La masa es juez, fiscal, artista, gobernante.  No valdría la queja si la masa fuera razonable, si se guiara por el buen criterio de Aristóteles o de Balmes, que es el amor por la verdad o por la lógica, no por el instinto o la pasión.

El gobierno de masas es también encuestocracia, el termómetro que cada quincena nos colocamos debajo de la lengua para saber lo que la gente quiere. Desde luego, cada facción interesada tendrá sus encuestas. La ley de las encuestas es aún más estúpida que la ley plebiscitaria. En esta el pueblo es, como en el ágora utópico, consultado sobre un tema. Si válido fuera (ya que es un extremo que no se permite), a solo cúmulo de voces, nadie pagaría impuestos y los “malos” de la película (que son siempre los sectores políticos “antipáticos”) serían expatriados. En la encuestocracia un grupo pequeño, no ilustrado y presuntamente representativo de mil, se tendrá por juez de sabiduría. Si el gobernante sube en las encuestas se tiene por cierto que está haciendo bien las cosas (aunque perpetre más de un error). La masa (o la falsa representación de ella) es interpretada como la voz de Dios. Si un 80% de ciudadanos (de un universo pequeño) cree que el Congreso debe disolverse, es la voz de Dios; si cree en la dictadura o el paredón, es la voz de Dios.

La masa es morbosa. En el microcosmos de las redes se tiene por bien toda tendencia que aplasta. Es oscurantista, totalitaria, apedrea al disidente. Si se trata de degollar, se tendrá por justa. Robespierre ya la hubiera hecho en las redes. La masa no aguarda la sentencia del juez, hace pedazos la evolución del Derecho, la presunción de inocencia, la carga de la prueba, la interpretación de la norma… lo que la masa diga será lo justo en un mundo en el que se toma por verdad cualquier tendencia del número. No extraña que el fake abrumador se esté llevando de encuentro a los periódicos. Si diez optan por la barbaridad, siempre habrá algún idiota que sume a la legión.

La masa bruta ya tiene metralleta, la tiene en Internet. La masa no piensa, aniquila. La masa podría destruir el arte. El acceso de todos, que inquietaba a Ortega (La rebelión de las masas) ha restado legitimidad a la inteligencia. No solo se trata del fin de la utopía de los reyes filósofos que atraía a Platón o de la soberanía de la inteligencia de Bartolomé Herrera, sino de la imposición del arte-masa, de la democratización del “genio”. Nos asaltará el día en que mil advenedizos sin talento sean estrellas literarias por vender en Amazon bastante más que el talentoso que siempre la ve verde en Communitas.

Los premios al talento urbi et orbi se otorgarán por llamadas y likes, la masa decidirá por votos qué se lee, qué no, qué es lo bueno, quién es el mejor. El mejor libro, el mejor pintor, la mejor voz. La masa decide ya por rating cuál es el mejor programa (M. A. Denegri nos machacaba tanto sobre la estupidización). Entre bazofias y estropicios, la cultura queda siempre detrás. Asumo que se concederá dinero para la promoción del cine, pero lo que guste a la mancha, aunque brutal, primará a la producción; lo que perviva un mes en los cines barrerá; lo demás, aunque bueno, trasnochará para desaparecer siete días después. Masa manda.

Sabremos que las cosas marchan cuando los que gobiernan, los que piensan, los que opinan en público y los que crean, lo hagan apelando al talento y a la razón, tomándose por los zapatos (suicidas ellos) la manida corriente que engulle y el relamido gusto popular.

 

Raúl Mendoza Cánepa
02 de junio del 2019

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