Neptalí Carpio

La derecha que la izquierda necesita

Aquella que se da la mano con los sectores más rancios del clero

La derecha que la izquierda necesita
Neptalí Carpio
10 de octubre del 2019


Existen fundadas razones para el temor de los sectores de derecha, especialmente los más conservadores, sobre las posibilidades que en el próximo Congreso a instalarse el 2020 y luego en el año 2021, en las elecciones generales, pueda triunfar u obtener un significativo avance la izquierda o una opción de centro izquierda. El problema radica en que la derecha conservadora no se percata de que es su propio comportamiento el que está creando esa posibilidad y que las propias izquierdas, siempre tendientes a marchar divididas a una contienda electoral, no sean plenamente conscientes de esa probabilidad. 

Existen dos explicaciones de esta situación a tener en cuenta. El primer defecto y, de hecho, el error estratégico central de los sectores de derecha es que no han asumido con intensidad, sinceridad y como prioridad la lucha contra la corrupción y la impunidad. En casi todos los casos han cerrado filas defendiendo un estigma que tiene directa relación con los hechos; y en aquellas situaciones, en las que utilizan una fraseología de supuesta lucha contra la corrupción, tal como ocurre en su altisonante prédica contra el Acuerdo de Odebrecht, es porque en realidad se quieren traer abajo ese acuerdo, precisamente para desarmar la estrategia que han articulado los fiscales de la Comisión Lava Jato. Casi, todo el espectro de las tendencias de derecha –fujimorismo, Apra, PPC, Solidaridad Nacional, Contigo Perú y, diversos personajes ligados a esta tendencia– están involucrados en procesos penales por corrupción. Incluso,la propia CONFIEP aparece defendiendo la impunidad y apoyando a este bloque político. 

Las izquierdas, en cambio, pese a que varios de sus dirigentes aparecen ligados a hechos dolosos, como ocurre con el caso Susana Villarán, han sabido marcar distancia y en sus acciones en el Congreso, en los medios de comunicación y en las manifestaciones populares se han apoderado en gran medida de un discurso contra la impunidad. La coyuntura que dio lugar a la disolución del Congreso, el 30 de septiembre, con la andanada de torpezas, errores y argucias del fujimorismo, el Apra y sus grupos satélites, vienen posicionando en el imaginario de la población a una derecha que en realidad defiende un sistema político institucionalmente corrupto. 

Desde un punto de vista táctico, si algo ha sido derrotado el 30 de septiembre es aquel discurso que intentaron construir diversos sectores derechistas para levantar el fantasma de que en el Perú existe una dictadura, una situación que no tiene correspondencia con un elemental análisis lógico y de sentido común, a tal punto que varios sectores han tenido que recular, señalando que lo ocurrido el 30 de septiembre “no es un golpe de Estado, sino un apartamiento de la constitución”. Es patética la actuación de diversos dirigentes políticos –como Lourdes Flores, Jaime de Althaus, Enrique Ghersi o Alberto Beingolea–, insistiendo con un lenguaje antidictatorial, totalmente fuera de la realidad, a veces incluso al filo de la ridiculez y el delirio. En ellos, la palabra autocrítica no existe y no es un dato de la realidad la alta corrupción que marca las características de este periodo político republicano. 

El segundo defecto tiene que ver con la posición de sectores de derecha en relación con la economía. No cabe duda de que sería una torpeza modificar de manera extrema el capítulo del régimen económico que consagró la economía de mercado en la Constitución de 1993. Sin embargo, ese no debería ser el tema de debate. El error de las derechas peruanas radica en intentar un nuevo crecimiento económico sin renovar las reglas que permiten que el capitalismo peruano sea un régimen económico que crea riqueza, pero que tiene gruesos rasgos de una economía mercantilista, con privilegios tributarios para unos cuantos y que se ha quedado en una lógica esencialmente rentista y extractivista. Si a finales de los años ochenta del siglo pasado intelectuales como Hernando de Soto, Carlos Boloña, Mario Vargas Llosa, entre otros, lideraron en el Perú un eficiente discurso contra el fracaso de una política económica estatista y populista, ahora ese discurso por sí mismo no es suficiente. Ese paradigma está agotado y requiere ser renovado. Sin embargo, en lugar de ensayar una renovación, diversos sectores de la derecha han virado de un liberalismo democrático a una posición abiertamente conservadora. 

La futura derecha peruana, si quiere ser exitosa y popularmente prestigiada, tiene que liderar un capitalismo verdaderamente democrático y no mercantilista, así como una reforma política. Solo bastaría ver los reveses electorales en Argentina y la situación actual en Ecuador para percatarse de esa situación. Necesita sacudirse de un estigma de aparecer, para amplios sectores de la sociedad, como un actor político que solo pugna por sus intereses y que solo quiere a un Estado gendarme para garantizar a como dé lugar sus inversiones, tal como ocurre en los diferentes proyectos mineros. La derecha peruana no tiene futuro si observamos a un intelectual reconocido y de prestigio como Jaime de Althaus, dándose las manos con los sectores más rancios del clero y del propio fujimorismo. ¡Tanto prestigio ganado durante décadas para echarlo al trasto en unos cuantos días, por una torpe decisión política! Mientras tanto, hay otros políticos, como Fernando Cillóniz, que han tenido un comportamiento más inteligente.

Ahora bien, el hecho de que a las opciones de izquierda o de centro izquierda se le presenten excelentes oportunidades para ser una alternativa de gobierno hacia el 2020 y 2021, no quiere decir que estas necesariamente se hagan realidad, casi como una tendencia inercial. Las izquierdas en innumerables oportunidades han despreciado estas ocasiones, en gran parte por su dogmatismo, ideas arcaicas o el personalismo de sus dirigentes. El centro de actuación de una opción de este tipo debería ser de centro izquierda, atrayendo a los sectores liberales democráticos y neutralizando a los sectores extremistas que quieren hacer viable un modelo chavista, que al final no sería aceptado por la población. Las izquierdas más sensatas deberían centrar su discurso en una propuesta de crecimiento económico con mejores y eficientes niveles de redistribución. Pero, sobre todo, en el momento actual tiene que aferrarse a las reformas políticas que generen una nueva transición política, aquella que se frustró luego del gobierno de Valentín Paniagua. 

El futuro de la izquierda peruana no tiene que ser con una propuesta anticapitalista a ultranza, tiene que ser reformadora y democratizadora del capitalismo peruano, tal como lo muestran las mejores experiencias de centro izquierda en el mundo. Requiere percatarse de que para hacer más viable e inclusiva una economía social de mercado hay que cambiar el modelo político. Es este andamiaje mercantilista, corrupto y de privilegios para unos cuantos el que hay que cambiar. Es ese modelo político el que impide que nuestra economía de mercado se expanda a mayores sectores y con mayores beneficios. Los mejores réditos que la izquierda puede lograr no están en insistir en la modificatoria del régimen económico, sino en profundizar la reforma democrática del sistema político. Ese debe ser el centro de la inmediata campaña electoral. 

Los izquierdistas deben recordar que son innumerables las ocasiones en las que iniciativa en la acción social y la fuerza de oposición radical no se han traducido en un amplio caudal electoral.

Neptalí Carpio
10 de octubre del 2019

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