César Félix Sánchez

Héctor Béjar o el totalitarismo diletante

El nuevo rostro internacional del Perú

Héctor Béjar o el totalitarismo diletante
César Félix Sánchez
09 de agosto del 2021


En noviembre de 1964, en las graderías del estadio de la universidad de Huamanga, un profesor de chaqueta y corbata observaba, tras sus pesadas gafas de carey, a un joven limeño un tanto más informalmente vestido, que se esforzaba por explicarle un proyecto importantísimo que se materializaría al año siguiente. El profesor era Álvaro, el jefe de la facción pekinesa del Partido Comunista en Ayacucho. El joven era Calixto, líder máximo del Ejército de Liberación Nacional: 

–Queremos la cooperación de ustedes, Álvaro– dijo Calixto, terminando un discurso explicativo sobre su presencia en Ayacucho–. La época de la revolución ha empezado.

La conversación se desarrollaba en el estadio de la Universidad. Abimael Guzmán, llamado Álvaro en la clandestinidad del Partido, era el responsable de Ayacucho. Su organización local, el Comité Departamental, había roto con la dirección política de Lima, adoptando las tesis chinas. En la vida universitaria, el profesor Guzmán introducía a sus alumnos en los misterios del materialismo dialéctico, versión Mao. En el Partido, el camarada Álvaro lideraba a los militantes llevándolos a las posiciones más radicales. Ambos eran una misma persona, una sola rigidez austera, pretenciosa y metódica.

Álvaro siguió escrutando a Calixto.

–No estamos de acuerdo con las precipitaciones– dijo.

Pensó un instante.

–Pero también estamos enterados de que los revisionistas los traicionaron. La traición es       consustancial a los revisionistas, es parte de su naturaleza política. El error de ustedes fue meterse con ellos. Ustedes fueron bisoños, ingenuos. Hay que esperar.

– ¿Pero nos apoyarán o no?

–Este no es el momento de la acción. Hay que hacer las cosas bien.  

Calixto era Héctor Béjar. Y narra así su encuentro con Abimael Guzmán en su libro de memorias Retorno a la guerrilla. Eran los tiempos en que Abimael le aconsejaba moderación al termocéfalo castrista Béjar. Quizás ahora –si pudiera– le aconsejaría lo mismo.  

La «gesta» del ELN fue, en cierto sentido, tragicómica. Aunque era «el grupo engreído del Che», que era «prácticamente su padrino» (según el testimonio de Milciades Ruiz en el muy interesante libro de Jan Lust sobre las guerrillas de los sesenta en el Perú)  y contaba con militantes entrenados en Cuba y un amplio apoyo económico y logístico, su único foco, ubicado en Ayacucho, fue rápidamente vencido por las Fuerzas Armadas, no sin antes haber cometido el ominoso doble homicidio de la hacienda Chapi, que sería una prefiguración de los juicios populares de Sendero quince años después (El asesinato del sobrino del entonces obispo de Huánuco, el muy tradicionalista monseñor Ignacio Arbulú Pineda, y hermano del actual ocupante precario del solio de Santo Toribio, Ismael Castillo Mattasoglio, fue realizado por el MIR, no por el ELN, contrariamente a lo señalado en un programa de televisión reciente). Héctor Béjar sería capturado en Lima el 22 de febrero de 1966. En otra prefiguración guzmanesca, mientras sus camaradas eran pulverizados, Béjar se encontraba en la capital, convaleciendo también de una enfermedad cutánea, en este caso leishmaniosis. 

En 1965, el Perú era muy distinto al que la llamada revolución militar dejaría en 1980 y pudo en menos de seis meses y con casi nulo apoyo extranjero quebrar a dos guerrillas, mucho mejor entrenadas y prestigiosas a nivel intelectual e internacional, que la subversión senderista «homeopática» y «primitiva», en palabras de Patricio Ricketts. Tantas esperanzas tenía Ernesto Guevara en sus protegidos del ELN, que pretendía, de acuerdo a diversos testimonios (Harry Villegas, William Gálvez, Jon Lee Anderson), tomar contacto con el ELN en Ayacucho. Tuvo que resignarse a abrir un frente nuevo en Bolivia, donde acabaría por rendir cuentas a su Creador. 

Esta incapacidad absoluta por parte de estas guerrillas para tomar el poder fue la que llevó a que el periodista suizo Fritz Allemann los apodase die Revolution der Dilettanten. El mismo Béjar confesó: «Nunca fuimos cartesianos. No estuvimos con la lógica aristotélica. Estuvimos con Nietzsche, con Rosa Luxemburgo, con lo espontáneo de la vida y de la muerte».  Estuvo varios años en la cárcel luego, hasta que la revolución militar de Velasco –que fue aún más destructiva que el ELN y el MIR juntos- lo indultó y convirtió en burócrata. 

Mucho puede hablarse de Béjar y de esa otra gran figura de la subversión marxista sesentera en el Perú, el aristócrata liberteño Luis de la Puente Uceda.  Más allá de ciertas cualidades individuales en determinados aspectos personales (queda claro que Béjar es una persona con un idiolecto, lecturas y elocuencia altamente superiores a los de sus herederos progres actuales, incluso dentro de  la galaxia caviar supuestamente tan refinada, empezando por su balbuceante colega Anahí Durand o incluso el mismo Pedro Francke) que nos hablan de otros tiempos menos degenerados que los actuales, es innegable que 1) Héctor Béjar se alzó en armas contra un gobierno constitucional, 2) su objetivo no era «repartir pan a los pobres» sino instaurar en el país una dictadura marxista-leninista calcada, en el mejor de los casos, de la Cuba de su patrocinador Fidel Castro, 3) avaló asesinatos extrajudiciales de civiles y 4) romantizó y legitimó la lucha armada entre la opinión pública estudiantil del Perú, abonando el terreno para el MRTA y Sendero Luminoso en las décadas siguientes. 

No sabemos qué fue peor, en el caso de Béjar, si el fin o los medios. 

Quizás alguno de los ingenuos (por no decir otra cosa) que se guían por meras impresiones sensibles y que abundan tanto en el twitter piensen que las zapatillas que lució en su juramentación son indicio de un arrepentimiento o de, al menos, un aggiornamento. Lo cierto es que, aun suponiendo que estuviera moralmente capacitado para ser canciller de la república que quiso destruir, en sus primeras acciones se ha revelado de cuerpo entero: las relaciones exteriores del Perú se pondrán al servicio de Maduro y Díaz-Canel, apuntalando sus dictaduras. Además, en una señal de que, contrariamente a lo que decía su patrón Fidel, la revolución sí necesita «diversidad», el flamante canciller ha declarado que favorecerá la promoción de toda la agenda LGTBIQP+ de todas las formas posibles desde su puesto. ¿Qué dirán ahora los evangélicos y católicos conservadores del sur andino que porfiaban respecto de las supuestas impecables credenciales cristianas de Castillo, por lo menos en estos temas, y que jamás habrían votado por Mendoza pero sí lo hicieron por el muy virtuoso profesor de Chota? Es que también para Castillo fuera del poder todo es ilusión. Y Lima bien vale «un taller de deconstrucción de masculinidades» o lo que fuera. 

En conclusión: darle la cancillería a Héctor Béjar es algo a lo que Barrantes ni siquiera se hubiera atrevido. Pero, o tempora, o mores!, ahora su totalitarismo diletante, pero totalitarismo al fin y al cabo, es el rostro internacional del Perú.

César Félix Sánchez
09 de agosto del 2021

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