Manuel Gago
Extrema izquierda le declara la guerra a Perú
¿El Estado desbordado por la violencia?

La extrema izquierda ha puesto nuevamente en jaque al país. Abiertamente se alza contra el Perú. Las autoridades no responden adecuadamente, con la Constitución y las leyes en las manos.
En este espacio, en innumerables ocasiones, señalamos que Castillo no dejaría dócilmente el poder. La extrema izquierda no hace otra cosa que cumplir a pie juntillas sus lineamientos; esto es, llevar a extremos las contradicciones políticas, desarrollar al máximo la convulsión social y detener el desarrollo económico.
No ha sido de la noche a la mañana. Las condiciones fueron preparadas desde hace más de 20 años, con todas las ventajas bien aprovechadas que el Estado le otorgó. Castillo es el pretexto, pero ¿acaso parte de la asonada? ¿Pieza clave del vendaval anunciado? ¿Deliberadamente cerró el Congreso para llevar a extremos la guerra política? ¿La excusa perfecta para declararle una vez más la guerra al país?
En lugar de festejar su “caída” –como si hubiera sido obra de terceros y no del mismo profesor chotano (siendo parte del lineamiento senderista)– se debieron encender las alarmas para atenuar la escalada de violencia. La lección no se aprendió. Un Abimael Guzmán en traje a rayas —luciendo el número 1509 en el pecho, con su índice apuntado su sien, el 24 de setiembre de 1992– le decía al país que su ideología no está muerta ni atrapada; todo lo contrario, inoculada en el alma de sus seguidores, el motivo de sus vidas. Hoy somos testigos del cumplimiento de ese anuncio.
Hoy también podemos sostener, sin lugar a dudas, que Castillo era –desde la huelga de profesores del 2017– alfil del maoísmo. Acataba las directivas de Movadef que eran volanteadas entre los docentes. No dejaría, entonces, el poder fácilmente. Y la hora de la verdad llegó. Un “pueblo” más azuzado que ideologizado, pretende desde el interior alcanzar Lima para tomarla, la ambiciosa y frustrada meta de Guzmán. Sus huestes, como pez en el agua, están en las calles provocando muertes.
Las fuerzas policiales no se dan abasto, son heridas, obligadas a retroceder, secuestradas a vista y paciencia de un Estado permisivo y hasta cómplice. No obstante, Pedro Ángulo, Presidente del Consejo de Ministros, ha sido claro: “… ellos mismos disparan. Ellos mismos han sacrificado gente con tal de hacer un baño de sangre para tratar de desprestigiar al gobierno”. Pero las palabras distan de los hechos, de la responsabilidad de proteger con antelación la vida y propiedad privada y pública.
Los asaltos a las mineras y agroexportadoras, romerías a sus monumentos funerarios, saqueos y vandalismo fueron las previas, una suerte de adiestramiento, una manera de convocar y atizar odios y resentimientos entre la gente confundida. El extremismo desarrolla y logra lo que el mismo Abimael no pudo en los ochenta y noventa. Los estudiantes, profesores y sicarios del narcotráfico no lograron la pregonada “guerra popular del campo a la ciudad”. Hoy, el extremismo tiene nuevos actores caminando libremente, con financiamiento proveniente del Estado débil. Las amenazas y extorsiones mantienen el mismo patrón de antes. “Los mil ojos y mil oídos” están de vuelta.
La asonada de estos días durará el tiempo necesario. El radicalismo homicida, antes de plazos tiene metas. Avanza, se extiende, no esconde la mano cuando tira piedras o balea. Domina a la tonta democracia nacional, está infiltrado en las instituciones que hacen permisiva la mentira. Usa al antojo las leyes y las normas; se burla con descaro del estado de Derecho.
¿Es Boluarte parte del plan? Ya veremos cómo resuelve la agitación política de estos días, contraria a los intereses nacionales y deseos de la mayoría. Declarar el estado de emergencia en las regiones afectadas no es suficiente. La respuesta –salvaguardando la vida de las personas– debe ser contundente y precisa. ¿Enfrentará a sus camaradas sometidos a la voluntad del extremismo? ¿Está entre la espada y la pared?
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