Heriberto Bustos

Evitemos que los odios y la violencia crezcan

En defensa de la vida y de la institucionalidad

Evitemos que los odios y la violencia crezcan
Heriberto Bustos
04 de enero del 2021


Cuando con la pandemia vimos caer a nuestros más cercanos y queridos parientes, sentimos cómo crecía nuestra desconfianza contra la ineficacia y el aprovechamiento de los recursos del país por quienes lo conducen, y sin proponérnoslo fuimos acumulando, junto al dolor, demasiada rabia. Entre tanto, otros irrumpieron tras la declaratoria de vacancia del presidente Vizcarra por incapacidad moral, en el escenario de la protesta política exigiendo derechos sin sopesar los deberes que conllevan las expresiones de disconformidad. Y tras la caída del presidente Merino, cuando muchos pensábamos que llegaba la calma en el corto período de Sagasti, posibilitando un tránsito pacífico al siguiente periodo de gobierno, trabajadores agrícolas tomaron a la fuerza vías de tránsito, tanto al sur como al norte de la capital, y pusieron en evidencia las condiciones en que desarrollaban sus actividades laborales. 

Como resultado de las acciones de descontento, que fueron acompañadas de altos niveles de violencia, murieron en los enfrentamientos siete peruanos. De ellos, tan solo dos fueron “reconocidos” y lamentablemente utilizados para promover el cambio de Merino y culpar a la Policía Nacional, ahondando más los odios. Entre tanto, los cinco restantes parecieran no haber existido; tampoco los responsables, que pasaron desapercibidos por las circunstancias de las fiestas y la complicidad de algunos medios de comunicación. Se evidencia así cuán bajo hemos descendido en la escala de la dignidad y de la valentía en la asunción de obligaciones y responsabilidades. 

En la esperanza que quienes nos abandonaron tuvieron en su acción, más razones que considerar, recordemos junto a Ortega y Gasset: “La vida significa tener algo definido que hacer, una misión que cumplir, y en la medida en que evitemos configurar nuestra vida a algo, la dejamos vacía. La vida humana, por su propia naturaleza, tiene que estar dedicada a algo”.

Asimismo, a quienes se distanciaron de sus competencias y valores relacionados con el aseguramiento de la vida y los derechos humanos, el científico alemán Georg Lichtemberg, anticipando acontecimientos que pudiesen suscitarse, advierte: “Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”. Afirmación que bien encaja en la coyuntura que vivimos, caracterizada por la fuerte caída de la producción, disminución considerable de oportunidades o puestos de trabajo, precariedad de la salud (ante la ausencia de condiciones necesarias para la atención hospitalaria), disgustos con los resultados educativos de Aprendo en Casa, retardo en la entrega de las tablets, limitaciones del gobierno para atender demandas de distintos sectores, tratamiento de la corrupción con “guantes blancos” y profundización de la exclusión, entre otros, los cuales constituyen aspectos que pueden funcionar como factores de inestabilidad o catalizadores de la violencia, afectando el proceso electoral y ciertamente la gobernabilidad. 

Bien sabemos que es más fácil compartir odios y unir a las personas en torno a ello que convocarlos para practicar lo contrario. También sabemos de la facilidad con que crece la antipatía, en tanto no requiere mayor fundamento para congregar masas. Conocemos igualmente que el odio y la violencia constituyen dos caras de la misma moneda. Juan Pablo II anotaba: “El terrorismo nace del odio, se basa en el desprecio de la vida del hombre y es un auténtico crimen contra la humanidad”. Por esa razón, las circunstancias actuales reclaman en defensa de la vida, evitar que los odios e insatisfacciones se transformen en violencia.

Heriberto Bustos
04 de enero del 2021

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