Aldo Llanos
¿Es Francisco un Papa marxista? (I)
De la creación de un relato al ocultamiento de su pensamiento
El papado en Occidente siempre ha arrastrado multitudes y despertado pasiones. Tampoco ha estado exento de críticas y de detractores. Sin embargo, nunca antes –en este siglo al menos–, un Papa ha encontrado tanta disidencia altisonante en el seno mismo de la Iglesia que le fue encargada de pastorear. Por un lado, los sectores progresistas manipulan su mensaje recortando y amplificando solo aquello que es acorde a sus propuestas, haciendo creer a la opinión pública que este Papa es “uno de ellos”. Y por el otro, sectores que se autocalifican como “conservadores” (cuando más bien en el fondo son “conservacionistas”) y “tradicionalistas” (cuando en el fondo rayan con el sedevacantismo), acusan a Francisco de “marxista” y de estar al servicio del “globalismo progresista”. ¿En qué se basan para etiquetarlo de este modo?
Para empezar, pienso que hay un profundo desconocimiento de las fuentes intelectuales del Papa: la Teología del pueblo (que no es lo mismo que la Teología de la liberación) y la teología de Romano Guardini. A la par, hay una actitud de no querer profundizar en estas fuentes, sazonadas con la tradición espiritual jesuítica. Cuando ocurre esto, cualquier término empleado por Francisco es usado en su contra. Primer ejemplo, si se menciona “tender puentes”, ya empiezan a cuestionar la frase aduciendo que esta es una puerta abierta en el lenguaje para la infiltración marxista en el catolicismo. Segundo ejemplo, si se menciona “fraternidad”, ya empiezan a recusar el término aduciendo que por medio de este se está “bautizando” a una revolución anticristiana y masónica. ¿Por qué esta animadversión? Tal y como lo describe a la perfección el filósofo italiano Massimo Borghesi, para estos detractores papales su visión de la Iglesia “de misionera y abierta al diálogo se vuelve identitaria y conflictiva, de social se vuelve individualista y burocrática, de pacífica se vuelve beligerante, de católica y universalista se vuelve occidentalista” (Borghesi, 2022)
Y peor aún, este es el terreno fértil para los teopopulismos que, en este caso, nacen a partir de la manipulación política de la fe. Lo hemos visto con la Teología de la liberación en los setenta, por parte de la izquierda, y con Trump y Bolsonaro más recientemente, en donde la derecha neoliberal se engarza con estos “conservacionistas” y “tradicionalistas” a partir de la visión maniquea del mundo que tienen en común. Es la infiltración de la doctrina de Carl Shmitt en el catolicismo contraponiendo Verdad con Caridad.
En efecto, según esta visión, la Iglesia Católica no es el “hospital de campaña” abierto para todos, sino más bien un club para todo aquel que cumple con los requisitos de la membresía: cerrar filas en torno a los “valores no negociables” (utilizados como arma arrojadiza) y suscribir el capitalismo acríticamente. En esto, hay un eco del tiempo de los estados confesionales europeos del siglo XVII, en los que la adherencia a una religión te garantizaba los derechos ciudadanos en plenitud. Esa es la razón de que estos sectores vean con desagrado el Concilio Vaticano II, contra el cual han emprendido una cruzada para salvaguardar “la recta doctrina” (Mons. Viganó) y la más absoluta libertad del mercado (Loris Zanatta, Marcello Pera, etc.)
¿Frente a esto qué propone Francisco? (continuará)
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