Heriberto Bustos
Entre sueños y realidad
Las fantasías de los insurrectos de la democracia

Recluidos por la pandemia, arengando desde la “comodidad” de casa, contagiados por la alegría de un triunfo que ellos mismos no saben si les corresponde o no, permanecen a la expectativa de la proclamación de la fórmula presidencial “ganadora” de la segunda vuelta, personas y familias que poco a poco entienden que vamos discurriendo por un camino fangoso y enrarecido por la bruma del engaño. Y sin saber si su profundidad será mayor o no conforme transitan en el tiempo, esperanzados en que solo se trate de un espectro generado por la incertidumbre.
Lejos de ellos están las “contradicciones” o disputas que vienen sucediendo al interior de los grupos de poder que han generado esta enmarañada situación; también el entendimiento entre condiciones objetivas y subjetivas necesarias para un supuesto o soñado cambio. No obstante, se sienten parte de un idílico logro cuyo aporte sustantivo está en su voto. Intentando despertarlos de su dulce sueño, recurriremos a Lenin, quien al analizar la bancarrota de la II Internacional (1916), anota:
Para que estalle la revolución ordinariamente no basta que «los de abajo no quieran vivir» como antes, sino que hace falta también que «los de arriba no puedan vivir» como hasta entonces… Una agravación fuera de lo común, de la miseria y de los sufrimientos de las clases oprimidas; dicho de otro modo … Una intensificación considerable, por estas causas, de la actividad de las masas, que en tiempos de «paz» se dejan expoliar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas son empujadas, tanto por toda la situación de crisis, como por los de arriba, a una acción histórica independiente. Sin estos cambios objetivos, no sólo independientes de la voluntad de los distintos grupos y partidos, sino también de la voluntad de las diferentes clases, la revolución es, por regla general, imposible. El conjunto de estos cambios objetivos es precisamente lo que se denomina situación revolucionaria.
El mismo personaje, en La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo (1920) escribe: «En otros términos, esta verdad se expresa del modo siguiente: la revolución es imposible sin una crisis nacional general –que afecte a explotados y explotadores». Condiciones que no se han presentado en el país. Es más, vivimos en una situación económica que no siendo la ideal para todos, evidencia a pesar de la pandemia que estamos lejos de una situación caótica y de crisis generalizada; como sí lo está Cuba, paradigma del socialismo que añoran, donde hace pocas horas sus pobladores inician protestas, vitoreando: ¡Libertad! ¡Patria y vida!
Pretendiendo el fraude llevar a representantes de una minoría al gobierno, autoengañados de contar con una aprobación mayoritaria, generando ficticias emociones triunfantes. Resulta oportuno decir a los “insurrectos de la democracia”; por un lado: ni tanto… ni tanto, la calma los llama, pues la victoria real es de la democracia, mostrada en las urnas (numéricamente desviada) y voluntariamente ratificada en las calles (inmensas, victoriosas y pacíficas). Y por otro, ni tonto… ni tonto: vuelvan al carril de la cordura superando la equivocada interpretación de los verdaderos resultados, pues la mayoría jamás optó por la propuesta del desorden.
En ese embrollo, no cabe la menor duda de que todos los peruanos estamos convocados a fortalecer la democracia, mejorándola, haciéndola más nuestra, marcando distancia con la falsía, la repartija de los beneficios del poder, la corrupción y la anarquía; evitando el desgobierno.
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