Heriberto Bustos

Entre la esperanza y el desánimo

Los jóvenes que postulan a las universidades

Entre la esperanza y el desánimo
Heriberto Bustos
17 de febrero del 2020


El mes de febrero, en muchas universidades del país, se llevan a cabo los procesos de selección de estudiantes que al culminar la secundaria optan por algunas carreras del nivel superior. Se trata de eventos que expresan una particular medición de los conocimientos adquiridos por los postulantes en los distintos ciclos de la Educación Básica Regular, que a decir verdad se distancian en gran medida de los considerados en el Currículo Nacional y que debieran servir de base para su formación universitaria.

Esta ruptura, de la que el propio ministerio responsable de la educación de todos los peruanos tiene conocimiento, ha traído como consecuencia la proliferación de una serie de academias preuniversitarias formales e informales, públicas y privadas. Academias que, tras costosos ciclos de exigencia, cumplen labores complementarias “nivelando” a los adolescentes en la acumulación de información, y los ejercitan para que pasen la valla de evaluación.

Se trata de un proceso que se inicia con estudiantes del cuarto grado de secundaria, atraídos por academias que ofertan “seguridad en el ingreso”, publicitando y apropiándose de los éxitos de quienes logran acceder, al afirmar que ello es resultado del servicio eficiente que brindan. En este contexto debemos sumar la participación de los padres que asumen los costos; al igual que las utilidades de las instituciones en mención, que hacen del “triunfo” o “fracaso” de los postulantes una marca u oportunidad para captar clientela.

A pesar de tener limitadas vacantes, las universidades nacionales –a diferencia de las privadas–, por la naturaleza gratuita de sus servicios, son las que atraen un buen número de postulantes con optimismo en el futuro, la mayoría de ellos provenientes de familias cuyas economías de subsistencia los inducen a mirar adelante con mucha ilusión. En ese escenario (quién creyera), a pesar o junto a los resultados, se vive el tránsito entre la esperanza y el desánimo. Ciertamente que la juventud y terquedad los impulsará a arremeter, en la certeza que bien vale volver a intentarlo. Ellos son por naturaleza animosos y vencedores, y saben que habrá otro febrero; saben sin haber conocido a Confucio que la mayor gloria no está en no caer nunca, sino en levantarse cada vez que se cae. 

Constantemente nos encontramos en escenarios de partida y llegada. Los primeros representan la esperanza acompañada de la ilusión, y los segundos el desánimo o abatimiento. Entre ambos –vale decir, en el camino– vivimos jóvenes y viejos, conscientes de que, al margen de nuestra voluntad, el mundo sigue girando. Y que las preocupaciones que agobian y afectan nuestra perspectiva de vida no deben seguir siendo manoseadas por un Gobierno que marcha al garete, movido por los soplidos de la mafia de Odebrecht, acompañado de administradores con la denominación de ministros que, en la mayoría de los casos, al ignorar sus propias funciones, no tiene idea del daño que causa al país. Y lo peor, al ser cambiados esos ministros, sin la mínima autocrítica y amenazándonos con volver, asumen haber sido los gestores del nuevo Perú. Jamás nos ausentemos de la realidad, sigamos siendo jóvenes. Nuestras voces tienen sentido.

Heriberto Bustos
17 de febrero del 2020

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