Cecilia Bákula
En la defensa del país, todos somos indispensables
Para renacer desde la unión, la legalidad y la justicia

En medio de una polarización creciente y con casos de violencia, de muerte, dolor y terror inadmisibles, la sociedad encuentra en medio de la tristeza que promueve formas de reacción que no pueden pasar inadvertidas. La matanza que se perpetró recientemente en el VRAEM es condenable y merece nuestro repudio, y solo puede generar más violencia y más desesperación.
Quizá no alcancemos a entender aún, en toda su magnitud, la impotencia que siente una inmensa mayoría de ciudadanos ante la inacción del Estado en defensa de nuestros derechos mínimos: derecho a la vida y a la paz. No nos estamos dando cuenta, creo, que esos asesinos se manchan las manos por encargo; es decir, que sus almas quedan también quebradas y se convierten en personajes oscuros, marginales y hasta indiferentes ante el dolor que generan. Asesinos a sueldo cuyos espíritus también son destruidos, incrementándose la rueda imparable de odio, violencia y rencor. En ese universo de muerte, sufrimiento y violencia nada puede construirse si es que no se levanta, ahí y ahora mismo, una voz de esperanza, de justicia, de futuro y de perdón, asociado a la justicia.
Esa forma de actuar de los grupos extremistas desea quebrar el espíritu del pueblo y su resistencia; desea que concluyamos que el “sistema” no sirve. Y esa conclusión, facilista y anárquica, puede llevar a muchos a pensar que solo la “extrema” transformación podrá generar esperanza. Falso pensamiento y falsa premisa. El futuro no está en destruir; está en construir, mejorar, corregir y hacer ver a la gente que no es “el sistema” el que se ha corrompido, sino que son muchos, demasiadas autoridades que han sido parte de ese “sistema”, los que han empobrecido a su pueblo por el robo, la corrupción, el engaño, la incapacidad, la mentira y la usura. Solo se han enriquecido ellos mismos, que viven de la pobreza de otros, del engaño fácil, de la palabrería hueca, del beneficio personal. No es de extrañar que algunas de las regiones ahora más empobrecidas hayan tenido la mayor riqueza posible en los últimos años y que hayan sido sus propias autoridades, las que ahora vociferan, las que se han llenado los propios bolsillos con la pobreza y el atraso de su gente. Esos son traidores a su pueblo, traidores a su raza.
Y no obstante lo anterior, en estos días hemos visto, con alegría y sorpresa, el despertar de un importantísimo sector de la población: nuestros adultos mayores. Con una energía desbordante, con un coraje envidiable y con la certeza de que, por haber sido testigos tanto de años de horror como de tiempos de esperanza, no quieren que se repita la etapa del terror, sino que continúe el crecimiento del país. Y en la generosidad de su edad avanzada, desean y reclaman, no para ellos, sino para sus hijos y nietos, para todo el país, un futuro de progreso, un crecimiento que llegue a todos y que permita, en conjunto, mirar al mañana con la frente en alto. Muchos de quienes comparten el llamado a votar por la libertad, por la democracia y el futuro digno y promisorio, son personas que ya no están obligadas a acudir a las urnas. No obstante, nada los amedrenta, nada les opaca la voluntad ni el orgullo de saber que ellos, mayores en edad y en experiencia, aportan su voto, su decisión en favor del Perú que todos queremos. Y así expresan su repudio al comunismo, al totalitarismo y al imperio de la violencia.
Hay testimonios realmente emocionantes. Traigo a colación el de una señora que se identifica con orgullo como tacneña, y señala que su familia vivió la desgracia y las consecuencias de la guerra del Pacífico, el desgarro de la ocupación y la pérdida del territorio, la humillación ante el invasor y la lejanía de la patria por vivir años de penuria en una de las provincias cautivas. No me queda la menor duda de que esa mujer fue educada en valores patrios y cívicos, aprendiendo de sus padres, quien debieron mantener muy vivo el recuerdo recibido a su vez de sus progenitores, el respeto a la dignidad de la Patria, el amor al país y el compromiso de entregar, como Bolognesi, la vida con pundonor hasta “quemar el último cartucho”. Esa generación de peruanos vivió y sufrió el cautiverio, el fallido plebiscito, el alejamiento de la patria y la pobreza, pero crecieron en los valores de la familia, la tradición, la austeridad y la unión.
Hoy vemos con honda preocupación que muchos de nuestros jóvenes, entre los que enarbolan ahora la bandera extremista, no han sido formados en esos valores fundamentales. Son inmediatistas, carentes de referentes patrios, con ausencia de vida familiar, con ínfulas de ignorante sabiduría y con un resentimiento motivado por su propia desazón. Y es que, en efecto, recientes gobiernos han entronizado el antivalor, han trastocado el sentido de responsabilidad, han pretendido restar valor a la familia, a la autoridad y así han destruido las esperanzas de toda una generación al permitir y festejar que la irresponsabilidad, el latrocinio y la impunidad campean. Sin embargo, nada de ello puede ser suficiente razón para creer que en la anarquía, en la pobreza y en el imperio violentista de la improvisación, en el totalitarismo y en la quiebra de las instituciones puede entreverse una luz hacia el futuro.
Nuestro país debe renacer con fuerza desde la unión, la legalidad, el imperio de la justicia y el honor. Es indispensable avanzar, no retroceder; es imperioso crecer en equidad y en inclusión. Es urgente fomentar el trabajo estable y no la informalidad, se requiere promover la inversión y no la ruina, requerimos educación universal y competitiva, necesitamos salud y seguridad. Todo ello es urgente, todo es prioritario como lo es la lucha contra la pandemia y sus graves consecuencias. Sin embargo, debemos tener clara la imagen de que hacia ese futuro solo avanzaremos juntos, dentro del marco de la ley y sin la quiebra abrupta de lo poco que tenemos aun de Estado.
Hay cambios que son indispensables, pero deben ser hechos con la razón y con cordura, con planificación y honradez. Los ejemplos de perseverancia y patriotismo que nos dan ahora los adultos mayores han de ser realmente inspiradores para que el 6 de junio el Perú pueda ver salir el sol de un nuevo día mejor para todos.
Pero el 6 de junio solo termina el proceso electoral, y empieza un cortísimo tiempo de acción, de urgente atención, de cumplimiento de los ofrecimientos y de convocatoria a los mejores de todos los frentes y canteras políticas, para trabajar hasta dejar la piel en ese esfuerzo y a ese sacrificio, estamos llamados todos. Todos somos indispensables para ganar esta guerra en la que solo la victoria puede ser el objetivo de entraña en la vida de cada uno; el resto es condenarnos al fracaso y a la vergüenza personal y colectiva. Quizá sea esta la última oportunidad que la historia nos brinde.
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