Darío Enríquez

En defensa de los millennials

¿Es que todos estamos locos?

En defensa de los millennials
Darío Enríquez
10 de diciembre del 2019


Aunque hay cierta imprecisión en identificar a quienes se les llama
millennials, en general hoy podríamos señalar como tales a los jóvenes entre 18 y 25 años, para hablar de aquellos que ya ejercen plenamente (es un decir) en tanto ciudadanos reconocidos por la ley. De hecho, estas líneas acuden al auxilio (no solicitado, es cierto) de estos jóvenes que, enfocados desde diversos prejuicios, son considerados desarraigados, despreocupados, ajenos a lo que sucede a su alrededor, con un sentido común casi nulo, ensimismados en sus tonterías, egoístas al mango, hedonistas sin compromiso, depredadores domésticos, etc. Ya sé. Algunos deben estar evocando la frase: “No me defiendas, compadre”. No teman. Solo estamos contextualizando para poder aproximarnos al mundo millennial, siempre con nuestra mayor atención en la realidad y sus hechos. Después de todo, esos prejuicios están allí, y para muchos “adultos” más que prejuicios serían constataciones. Veamos.

A escala planetaria, los últimos 25 años han sido espectaculares en términos de crecimiento económico, movilidad social y reducción de la pobreza, especialmente en países fuera de lo que podríamos llamar “Occidente desarrollado”. Ha sido un fenómeno asociado, en principio, a los altos precios de las materias primas, quebrando aquella letanía de los términos de intercambio siempre desfavorables para nuestros países “extractivistas” en el contexto de la explotación del “sistema hegemónico” contra “nosotros, las víctimas” (véase todas las comillas).

En adición, debemos tener en cuenta también, como agente catalizador, al gran proceso de comercio global con las nuevas tecnologías de información y telecomunicaciones, como soporte de una extraordinaria dinámica de intercambio. Aunque todos los países han participado de esta bonanza planetaria, algunos la han aprovechado mucho mejor que otros, debido tanto a la forma en que administraron sus recursos primarios como a su grado de comunicación con el nuevo mundo tecnológico global. No es difícil percatarse de que a mayores libertades económicas relativas (a la situación inmediata anterior), mejores resultados. Nuestro Perú es uno de los que más ganó en tal contexto internacional. Queda mucho por hacer aún en un persistente bloque de extrema pobreza, que ronda el 10% y que tiene rostro fundamentalmente rural andino. 

Ese es el mundo en que nacieron y crecieron nuestros millennials. Respecto de generaciones anteriores, han disfrutado un ambiente con muy pocas carencias. Lo que para sus padres y abuelos eran bienes y servicios de difícil acceso, a veces negados y otras a costos inabordables, para los millennials son cosas dadas casi naturalmente: TV cable con acceso amplísimo a canales nacionales e internacionales; computadoras como un elemento más del cotidiano, incluso con cabinas que llegan a todos los rincones y estratos sociales; música, filmes y toda suerte de material mediático “a la carta”; distribución alimentaria para todo paladar y bolsillo, con cadenas de frío e industrialización de procesos que reducen al mínimo las restricciones estacionales de antaño; y un boom gastronómico a toda escala, desde lo popular periférico hasta los “salones dorados” de la alta sociedad. Lo cotidiano tiene un resplandor que para padres y abuelos respondía a un esfuerzo enorme para gozar de él –muchas veces infructuoso– mientras que los millennials lo disfrutan prácticamente en automático, con poca conciencia de todo lo que tuvo que hacerse para lograrlo.

Los millennials son producto de su época, una que va terminando. Diversas manifestaciones de explosión social van de la mano con que el ciclo de las materias primas está declinando. Entonces descubrimos que los millennials tienen algo que decir. En Chile reaccionan iracundos contra “el sistema” y proponen que “otro mundo es posible”, al parecer con la condición previa y necesaria de destruir el actual. Difícil encontrar un caso similar de autodestrucción masiva en el mundo moderno. En Hong Kong despierta un sentimiento dormido contra el comunismo político (aunque garantice libertades económicas relativas), mostrando que los millennials no son indiferentes a la política, sino que solo reaccionan cuando un peligro real acecha (¿cómo los gatos?).

En Bolivia, contra toda previsión, los millennials han sido una fuerza fundamental para evitar la entronización del tirano Evo Morales, quien hizo y deshizo a su antojo para ganar fraudulentamente unas elecciones en las que no podía participar pues el mandato popular del referéndum del 21 de febrero del 2016 así lo ordenaba. Aunque el fenómeno está en estudio y ha sorprendido a todos quienes opinan mediáticamente, parece ser que el factor desencadenante se relaciona con que la mayoría de millennials votaron por primera vez en el referéndum del 2016. El desprecio a ese voto por parte del prospecto de tirano habría provocado una reacción de proporciones épicas.

¿Qué sucede con los millennials en el Perú? En los últimos años han mostrado cierto interés en causas “justas”, pero han terminado desencantados porque quienes promovían estas causas al final se pusieron en evidencia como agentes políticos de indignación selectiva y color político definido. Hoy estos agentes son incapaces de convocar manifestaciones colectivas masivas porque han perdido todo crédito. Otro canal de participación notorio –aunque la red mediática dominante pretenda ocultarlo– es el colectivo “Con mis hijos no te metas”. Una sorpresiva corriente “neoconservadora” parece suscitar interés transversal en la sociedad, más allá de opciones políticas e incluso contra todas ellas. No solo en nuestro Perú. Veamos con atención cómo se desenvuelven los acontecimientos

Darío Enríquez
10 de diciembre del 2019

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