César Félix Sánchez

En defensa de la vacancia

Un fundamental mecanismo de control ante emergencias

En defensa de la vacancia
César Félix Sánchez
18 de octubre del 2021


Se acercan vientos de reforma política en el Perú. Y, como siempre, es bueno tomar precauciones y buscar un lugar seguro detrás de una columna o debajo de un dintel. Porque, como ya sabemos, los intentos de «reformas políticas» siempre acaban dejándonos peor que antes. La aberración toledista que fue la Ley de Bases de la Regionalización del 2002 es un claro ejemplo para los peruanos del interior del país, así como las demagógicas aboliciones de la reelección de autoridades municipales, regionales y de congresistas. 

Ni que decir del gran show vizcarrino del referéndum de 2018 y de las bulas del nadie-sabe-por-quién-nombrado sumo pontífice de todas las reformas políticas «decentes», don Fernando Tuesta Soldevilla, que goza de infalibilidad e inerrancia, como todos sabemos. Fueron el antecedente y la justificación psicosocial para la destrucción del congreso en el 2019, para los delirios de omnipotencia y la ceguera de Vizcarra ulteriores, con la consecuencia inevitable del fracaso en la lucha contra la pandemia de 2020, el colapso nacional y la elección de los mayordomos de Sendero en el 2021. 

Que Dios nos coja confesados ahora.

Hoy se quieren tumbar la vacancia por incapacidad moral y reemplazarla por una vacancia por incapacidad mental definida por una junta médica «independiente» (seguramente tan «independiente» como la muy caviar Junta Nacional de Justicia, Héctor Béjar dixit) y mantener también el requisito de los dos tercios. A cambio, con gran generosidad, ofrecerán no expandir la cuestión de confianza a las reformas constitucionales (cosa que, según muchos constitucionalistas, sigue sin ser constitucional, mal que le pese a los pilatescos personajes de la Casa de Pilatos que, hace dos años, parecieron habilitar a Vizcarra a hacerlo) y otros elementos menores. La consigna parece ser la de siempre: debilitar al Congreso y fortalecer el presidencialismo.

Esta consigna de los liderazgos caviaro-progro-cívico-globalistas del Perú (perdón por la palabrota) se viene repitiendo desde 2016, cuando comprobaron que el Congreso, representativo del Perú real, siempre acabaría produciendo una representación nacional conservadora «chicha» o de izquierda más o menos nacionalist,a pero nunca mayoritariamente «digna», léase globalista y multicolor. Y que lo único que podían hacer, con el apoyo, sea de los medios mainstream, de los «influencers» o de las societés de pensée virtuales o reales que dirigen, es ganar por un pelo, cargamontón y engaño mediante, la presidencia de la república en una segunda vuelta. 

Así, la clave para alcanzar la hegemonía es y era debilitar al congreso y fortalecer el presidencialismo. Aunque el Perú perezca. Porque los que «deben» gobernar, por sus eminentes cualidades espirituales seguramente, son los caviares limeños o alimeñados, morados, rojos o rosados, aunque no pasen de dígitos minúsculos en todas las elecciones. Porque como diría Cristo: «para eso han nacido».

Pero lo que ignoran estos «demócratas» es el origen del semipresidencialismo peruano tan sui generis que surge de la constitución de 1933. En El Debate Constitucional, Víctor Andrés Belaunde recuerda con acierto que la gran piedra de tropiezo del Perú fue siempre el absolutismo presidencial. «El presidente de la república», decía este célebre paisano nuestro, «es un virrey sin corte ni audiencia ni juicio de residencia». 

Por eso, la vacancia por incapacidad moral, entendida en un sentido amplio como pérdida de la posibilidad de realizar actos libres, sea por la corrupción de las costumbres o por la falta de contacto con la realidad por una enfermedad mental (y que, como admitió implícitamente el TC el año pasado, corresponde a la discrecionalidad del Congreso), es un recurso imprescindible para lidiar con un gobierno corrupto, tiránico y aislado políticamente. 

Pero, yendo hacia lo más profundo, la vacancia por incapacidad moral es un instituto de nuestro ordenamiento jurídico que remite a una referencia ética ontológica que va más allá de las leyes positivas y que las fundamenta. Destruirla significa acercarnos un poco más a la utopía profana de un ordenamiento jurídico y político que se «basta» a sí mismo y que se autofundamenta. Gran ilusión que guarda en sí las semillas del totalitarismo. 

De ahí la importancia fundamental de que el Congreso no abandone la declaratoria de vacancia por incapacidad moral a su arbitrio político, mecanismo de control de emergencia tan fundamental. Y no solo eso, es también urgente que la aplique lo más pronto, para acabar con este mal sainete extremista, y tener en 2022 elecciones menos distorsionadas por el absurdo y la estulticia.

César Félix Sánchez
18 de octubre del 2021

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