Neptalí Carpio

El susto de las élites limeñas

La transición hacia un nuevo sistema político

El susto de las élites limeñas
Neptalí Carpio
30 de enero del 2020


Una de las cosas positivas de los resultados de las recientes elecciones es que reflejan, en gran medida, la verdadera realidad social de nuestro país en el Congreso. Una situación que difícilmente puede ocurrir cuando las elecciones para elegir presidente y parlamentarios se desarrollan de manera simultánea, y donde lo que prima es la polarización de corrientes nacionales en torno a la disputa por ocupar la jefatura de Estado. El dictamen del sufragio del 26 de enero ha sido más bien la expresión territorial de diversos tipos de liderazgo, a lo largo y ancho del Perú.

Lo negativo, y lo más preocupante, es la alta fragmentación de bancadas parlamentarias, una situación que obligará nuevamente al Gobierno Nacional a marcar la agenda legislativa y la generación de políticas públicas. Parece inevitable que, hasta julio del 2021, el régimen del presidente Vizcarra tenga inevitables rasgos de bonapartismo, en medio de una alta fragmentación partidaria, porque ninguna opción ha llegado a obtener más del 11% del electorado, incluso favoreciéndose de los votos nulos y blancos. 

No me parece mal que ahora conozcamos a los líderes de carne y hueso del Frepap y los seguidores de Antauro Humala, aupados ahora tras las siglas de la UPP. Veremos qué tan santos son los líderes del pescadito y que tan radicales serán los seguidores del inquilino de Piedras Gordas. Una de las cosas buenas que tiene el parlamento es que desmitifica a los líderes, que pregonan tendencias mesiánicas o confesionales, los pone en vitrina, en la intensidad de los reflectores de la televisión, radio, periódicos y ahora de las redes sociales, mostrando la verdadera catadura de su liderazgo. Ya veremos ahí quienes tienen relaciones con el narcotráfico, qué tan coherentes son en su vida privada y pública, quiénes han utilizado la iglesia para enriquecerse o virar oportunistamente hacia el discurso de Antauro Humala, cuando hasta poco tiempo fueron aliados de Solidaridad Nacional, de Castañeda Lossio y de otras alianzas de derecha o de centro de derecha. 

Ya me imagino a los seguidores de Antauro Humala promoviendo la pena de muerte, en alianza con Martha Chávez y diversas fuerzas conservadoras y de ultraderecha. Y es previsible la amenaza de estos mismos sectores promoviendo la vacancia del presidente Vizcarra o amenazándolo, incluso con la pena de muerte, mientras ahora en el llano Mauricio Mulder y Héctor Becerril aplauden. 

Guardando las diferencias en la calidad y trayectoria de liderazgo, muchos dicen que uno de los errores que cometió el legendario Hugo Blanco fue cuando llegó al parlamento a inicios de la década de los ochenta del siglo pasado. Después de ser un mito y obtener una aluvional votación en las elecciones para la Asamblea Constituyente de 1989, con la coalición izquierdista ARI, se terminó por desdibujar rápidamente como parlamentario, llegando casi hasta formar parte del folclor de la política de aquellas épocas. Y es que el parlamentarismo tiene sus propias leyes, alude a nuevas cualidades, talante de calidad y reflejos rápidos, siempre expuestos a la presión mediática. Una cosa similar, esta vez como comedia, puede ocurrir con los seguidores de Antauro y Ataucusi. 

En los partidos autoritarios o iglesias, el liderazgo es unidimensional y teleológico. En cambio, la labor parlamentaria requiere una acción multidimensional y una combinación intensa de habilidades blandas y duras. Ya hemos visto cómo, en estos primeros días, a los líderes del Frepap les cuesta dar declaraciones en los medios de comunicación. Y cuando lo han hecho, afloran rápidamente los límites de su pensamiento y sus contradicciones internas, casi insalvables. Por otro lado, no me parecería mal que en el parlamento exista una bancada que reclame, por ejemplo, la industrialización agrícola, en un sistema donde el tema del campo ha sido abandonado; o que se reclame la enseñanza de ética y valores en la educación. 

Es preferible que, en estas elecciones, se hayan mostrado las tendencias disruptivas del sistema político. Hubiera sido peligroso que esto ocurriera el año 2021 en las elecciones para un nuevo mandato parlamentario y presidencial, quizá con una votación aluvional. Desde este punto de vista, tanto el referéndum de diciembre del 2018 como la reciente elección parlamentaria han sido eficaces válvulas de escape para amainar un discurso radical y hasta fundamentalista. Es ahora cuando hay que interpelar a los discursos autoritarios, conservadores y radicales, limpiando el camino para que, en las elecciones del 2021, la ciudadanía pueda separar la paja del trigo. 

No hay motivo, por tanto, para tanto susto de las élites limeñas por esta emergencia de aquellas tendencias sociales que existen en nuestra sociedad. La verdadera preocupación debe radicar en dos aspectos: a) la atomización de los partidos, ninguno de los cuales ha llegado a constituir en realidad una sostenida corriente nacional; y b) el alejamiento de las elites de las diversas regiones y sectores sociales, una situación que compromete a aquellas corrientes políticas que surgieron el siglo pasado: el aprismo, la izquierda, el socialcristianismo y el liberalismo. Si algo ha mostrado esta elección es que esas tendencias ideológicas están en franco declive e incluso en peligro de extinción, con alta pérdida de presencia territorial. 

El momento actual exige un proceso de transición hacia un nuevo sistema político. Sin embargo, la fragmentación será una gran dificultad. Por eso mismo, más allá de la necesaria concertación de fuerzas y generación de consensos, el Gobierno del presidente Vizcarra estará obligado a mantener la iniciativa política, para transformar el momento actual en un verdadero proceso de transición. Una tarea, nuevamente, difícil.

Neptalí Carpio
30 de enero del 2020

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