César Félix Sánchez

El “pueblo” de Castillo

El uso indiscriminado, casi obsesivo, de la palabra “pueblo”

El “pueblo” de Castillo
César Félix Sánchez
16 de noviembre del 2021


Aun para los muy reñidos cánones latinoamericanos, Pedro Castillo, el presidente que el Perú se «perpetró» en junio, puede considerarse que ha batido los récords de inopia e ilogicidad en su discurso, sea oficial o cotidiano.Basta revisar la «parábola del pollo» o las intervenciones durante su gira internacional. El hecho de que cada vez hable menos y nunca dé respuestas, ni a la prensa ni a la oposición es señal de que su afasia, su reducción a la categoría de ser casi un objeto perteneciente al reino mineral, es el único comportamiento suyo vagamente asimilable a una virtud. 

Pero de las pocas cosas que pueden sacarse en limpio de sus intervenciones es el uso indiscriminado, casi obsesivo, de la palabra «pueblo». Claro está que, como sus pares bolivarianos, nunca define a qué se refiere y, por lo general, lo usa en oposición a otra categoría abstracta, la «corrupción», que representa, no a sus inescrupulosos y radicalizados acompañantes de Perú Libre o del FENATEP, sino a todo aquel que no sea él y su cada vez más reducido círculo de simpatizantes.

Decía Joseph de Maistre que él había conocido a rusos, a franceses e incluso, gracias a Montesquieu, a los persas, pero jamás había visto al «hombre» y al «ciudadano». Mucho menos esa idea de «pueblo» abstracta invocada por Castillo. Lo que existe es la sociedad política, un conjunto orgánico y jerárquico de familias formadas por personas que interactúan generando también orgánicamente instituciones representativas. Asimismo, existe el pueblo como nación, con una vocación trascendente y una tradición espiritual específicas. A nada de eso se refiere Castillo: su «pueblo» es un dispositivo retórico barato mezclando con vestigios rudimentarios de lucha de clases marxista aprendidos durante sus años de mascarón de proa sindical del MOVADEF. 

El pueblo real, tanto en cuanto sociedad política como en cuanto nación viva, está siendo desmantelado por la gestión de Pedro Castillo. Haberle entregado, por citar solo los errores más recientes, el Ministerio del Interior a una persona como el ahora defenestrado Barranzuela es prácticamente poner al gato de despensero en la lucha contra el crimen organizado. Que la defensa nacional esté en manos de personas tales, un detritus de lo peor de la política regional mezclado con lo peor del sindicalismo extremista y con los «eficacísimos» caviares de siempre de comparsa, debería llevar a la preocupación a cualquiera que no crea que el estado debe ser un vehículo para la revolución o un botín para el saqueo. 

Urge que Pedro Castillo deje el poder supremo y vuelva a su colegio en Chota. Pero no para enseñar –¡Dios libre a los niños de esa hermosa región de tal desgracia!–- sino para volver a cursar, por lo menos, la secundaria, y dedicarse a la meditación y la penitencia. Por su propio bien. Porque a lo mejor la profecía de Ricardo Belmont acaba por cumplirse.

César Félix Sánchez
16 de noviembre del 2021

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