Miguel Castillo Rodriguez
El Perú, siempre a la zaga
Con poderes enfrentados e instituciones erosionadas
En una conferencia sobre la Revolución Francesa y la independencia americana, un político comentó que “el Perú siempre va a la zaga”. Se refería a que nuestro país fue el último en declarar su independencia del dominio español. Más de dos siglos después, la frase conserva una inquietante vigencia.
“Ir a la zaga” es quedarse atrás mientras los demás avanzan. Y eso describe bien la posición del Perú frente a los virajes políticos de la región. Durante las dos primeras décadas del siglo XXI, Sudamérica atravesó la llamada marea roja, el ciclo de gobiernos de izquierda que prometió justicia social y terminó dejando economías frágiles, mayor desigualdad y polarización política.
Hoy, la región muestra un giro progresivo hacia el centro y la derecha. En Bolivia, tras casi veinte años de dominio del MAS, un candidato de orientación liberal ha puesto fin a la era de Evo Morales y Luis Arce, dejando atrás una economía prácticamente colapsada. En Argentina, Javier Milei intenta estabilizar un país con inflación récord. En Ecuador, Daniel Noboa busca recomponer el orden desde el centro-derecha. Lula da Silva, en Brasil, gobierna ahora con pragmatismo, más cercano al centro que al socialismo clásico.
En Chile, Gabriel Boric mantiene un discurso reformista, pero respeta la institucionalidad y la economía de mercado, lo que mantiene al país a la cabeza en competitividad regional. En contraste, Colombia con Gustavo Petro y Venezuela con Nicolás Maduro representan los últimos reductos de la izquierda dura en la región, con resultados dispares y economías debilitadas.
Después de dos décadas, la marea roja se disipa. Los resultados son evidentes: inflación, pobreza, migración masiva y fractura social. Pero mientras la región redefine su rumbo, el Perú sigue sin completar su propio ciclo.
Ollanta Humala fue el primer presidente con discurso de izquierda que moderó su postura en el poder. Pedro Castillo, en cambio, intentó instaurar un gobierno abiertamente socialista, bajo la influencia de Vladimir Cerrón. Su gestión, sin embargo, terminó en crisis, corrupción y un golpe fallido que lo llevó a prisión. La izquierda peruana no logró concretar su programa: ni nueva Constitución, ni control del Banco Central, ni viraje estructural del modelo económico.
Hoy el Perú se sostiene en un equilibrio precario. Políticamente, vive en crisis permanente: poderes enfrentados, instituciones erosionadas y una clase política sin legitimidad. Económicamente, enfrenta riesgos crecientes: desaceleración, desempleo, informalidad, inflación y el avance del crimen organizado como sustituto del emprendimiento productivo.
Mientras tanto, la derecha se mantiene fragmentada, incapaz de construir una alternativa coherente, y la izquierda intenta reorganizarse, aunque arrastra los mismos dogmas de hace veinte años. El país, sin liderazgos sólidos ni visión de futuro, avanza sin dirección clara.
Nuestros vecinos están ajustando sus modelos políticos y económicos. El Perú, en cambio, sigue atrapado en su propio laberinto. Quizá por eso aquella frase, dicha hace años, vuelve a cobrar sentido: el Perú siempre va a la zaga.
















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