Darío Enríquez
El maestro Tomás Unger
Nos deja un gran legado y un desafío a enfrentar
En estos tiempos de convulsión y conflicto, una triste noticia nos llama a reflexionar sobre temas mucho más importantes que la coyuntura socio-política. Hace unas horas, falleció Don Tomás Unger Golsztyn, ingeniero, arquitecto y divulgador científico-tecnológico. Desde su familia, él forma parte de una estirpe de ingenieros y tecnólogos notables. De origen polaco, hace parte de la última de sucesivas generaciones de científicos que hace casi 150 años, llegaron al Perú para participar en la hermosa gesta de fundar la primera escuela de ingenieros en el Perú. Fue Don Eduardo de Habich quien en 1876 lideró la creación del que se convertiría en el centro fundamental del desarrollo científico y tecnológico de nuestro país. Apenas a 42 meses de celebrar los 150 años de lo que hoy conocemos y reconocemos como la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI, nuestra alma mater), parte hacia la eternidad Don Tomás Unger, quien con su ejercicio profesional ha contribuido firmemente a nuestra grandeza y prestigio institucional.
El pequeño Tomás llegó a Lima desde Varsovia, su ciudad natal, con apenas siete años de edad. Su padre Don Gerardo Unger, fundador de la Facultad de Mecánica y Electricidad en la UNI, fue émulo de otros profesionales polacos que forman parte de nuestra historia, como Eduardo de Habich, Ladislao Folskierski, Francisco Javier Wakulski, Ladislao Kluger y Alejandro Babinski. En homenaje a su gran labor, el tramo de la antigua carretera a Canta (hoy avenida Túpac Amaru), en la urbanización Ingeniería, frente al campus de la UNI, lleva el nombre de “Gerardo Unger”.
Don Tomás cubre, con su biografía, a ese profesional de ciencias e ingeniería que va más allá de los límites estereotipados para un “tecnólogo”. Con él se hace tangible ese lema que sigue siendo un pendiente: Arte, Ciencia y Tecnología para el desarrollo humano (ver este enlace). Para alcanzar los niveles de excelencia que él logró como divulgador científico-tecnológico, se requiere mucho más que la estricta formación de base en esos temas. Hace falta además una vasta cultura general y una formación humanística que él forja para sí en gran parte como autodidacta, fruto de su amor por el conocimiento y su inagotable afán de aprendizaje.
Su infatigable labor de divulgación abarca una gran amplitud de temas. Su gran pasión por los automóviles se muestra en “El invento del siglo”, una publicación suya del año 2000. De hecho, estudió ingeniería mecánica en la Universidad de Portland, Oregon. También estudió arquitectura en la UNI y esa formación se refleja en sus escritos con una amplia gama sobre la ciudad, el planeamiento urbano, el transporte y el medio ambiente. Más allá de su educación formal, los diversos tópicos que trata Don Tomás Unger exploran epistemología, astronomía, ética científica, geomática, teología, toponimia, ecosistemas, calentamiento global, genética, evolución y selección natural, funciones cerebrales, lingüística y semiótica, electrónica, informática, ciencia ficción, vida extraterrestre, etc.
El legado que nos entrega Don Tomás Unger trae consigo también el enorme desafío de incursionar en terrenos del conocimiento que van más allá del corsé que los prejuicios aplican a científicos y tecnólogos a la hora de la divulgación. Sin ese elemento humanístico, poco o nada se puede hacer. Debemos esforzarnos en ser cultos y vivir para aprender, sobre todo bajo la perspectiva de lo que eso significa en el siglo 21 (ver este enlace). Así, enfrentaremos el reto de desenvolvernos fuera de ese encuadramiento “técnico” al que suele condenarse a los ingenieros.
Esto es esencial para que la UNI logre sobreponerse a una suerte de estancamiento académico que sufre hoy. Ello no se debe a que haya decaído en la formación científico-tecnológica de base. Todo lo contrario, sigue siendo de primera línea en el nivel pregrado. De hecho, la UNI se mantiene como la entidad educativa superior que atrae con mayor fuerza a jóvenes talentos con perspectiva científica que egresan de la escuela secundaria. Pero ese “ir más allá” tiene que ver con la mayor debilidad académica y administrativa: sus propuestas a nivel de postgrado, en modo ejecutivo. Una carencia notoria de gestores idóneos se une negativamente a decisiones que no responden a fines institucionales sino ajenos y subalternos. Es en esa segunda etapa de la formación profesional en que la gestión, las habilidades sociolaborales y la divulgación se deben encontrar para dar ese salto que necesitamos. Don Tomás Unger, el Último Sabio, ha marcado con claridad buena parte de ese camino. El resto depende de nosotros mismos. En homenaje a su memoria, en 2026, cuando celebremos nuestro sesquicentenario, debiéramos estar en franco tránsito institucional hacia esos objetivos.
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