Manuel Gago
El buen ejemplo de Cuajone
¡Basta ya de extremismo antiperuano!

Los pobladores de Cuajone lo advirtieron. Dijeron que retomarían el control del reservorio artificial de agua de lluvia Viña Blanca, construido por la empresa Southern. Agua destinada al campamento, de 5,000 personas, y para operaciones mineras. Cumplieron. Con su sola presencia hicieron huir a un reducido grupo de comuneros azuzados por los comunistas.
Por 50 días, el reservorio estuvo en posesión de extraños, sin que las autoridades hicieran prevalecer la ley. Sin restablecer el suministro de agua. El vandalismo provocado –parte del plan de destrucción de la economía nacional– dejó un forado en el dique y destrozos en los equipos de comunicación y válvulas de cierre. Una muestra de cómo el vendaval bolivariano –anunciado desde Venezuela– intenta detener la producción de cobre, la principal fuente de riqueza nacional. No obstante el censurable ataque a la propiedad privada, voces extremistas justifican la barbarie señalando que el agua es propiedad de las comunidades. Veamos.
La minera posee derechos de concesión y servidumbre de paso vigentes desde 1951, otorgados por el Estado peruano. Sin embargo, los comuneros señalan que no fueron consultados sobre la laguna artificial Viña Blanca y reclaman pago de US$5,000 millones y 5% del total de las utilidades.
Sobre el agua, las narrativas del ambientalismo ideológico conmueven al mortal desprevenido. El agua no “nace” en las cuencas altas (“cabecera de cuenca”), como pretende hacernos creer. Una cadena de fenómenos atmosféricos (evaporación, condensación, lluvia) da origen a ríos, lagos, bofedales, puquios, corrientes subterráneas. Un ciclo natural y eterno. Como en Cuajone, el ecologismo antiperuano inventa conflictos con el fin de detener el aprovechamiento de los recursos minerales. Parte de la estrategia de destrucción del “estado caduco” y la imposición de un estado socialista. Y, sobre todo, negocio redondo para los “dirigentes” –autonombrados por chantaje y amenazas– y sus asesores. Exigen a las empresas pagos exorbitantes.
Vale señalar que las mineras ejecutan proyectos hídricos poco conocidos. En Cajamarca, Yanacocha construyó los reservorios Chailhuagón y San José: casi 3.8 millones de m3 de agua de lluvia para el aprovechamiento agrícola, ganadero y consumo doméstico. Cerro Verde, en Arequipa, construyó la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales (PTAR) La Enlozada. Recupera 3.64 m3 por segundo. Lo mismo hace Minsur y otras mineras en la zona andina.
No obstante la urgente necesidad de agua encauzada, más de nueve proyectos hídricos están detenidos; entre ellos Majes Siguas II, en Arequipa. Es también el caso de Paltiture, concebido para extender cultivos de exportación en Arequipa y Moquegua. Como el perro del hortelano, el cacique Walter Aduviri señala que “el agua es de Puno y aquí se queda”. Agua, como el resto del país, desperdiciada en el Pacífico y Atlántico por la ausencia de reservorios y redes de distribución. A la ofensiva del extremismo marxista se suman otros intereses particulares que acorralan al país.
Perú es uno de los 10 países con más recursos hídricos en el mundo; sin embargo, el agua no es almacenada, conducida y tratada para las necesidades domésticas y desarrollo económico. Solo el 1% del agua disponible es usada por la minería.
La decisión, entonces, de los pobladores de Cuajone es ejemplar. ¡Basta ya!, le dijeron al pequeño grupo de comuneros azuzados que intentaron detener no solo la producción de cobre (fuente de riqueza), sino además matar de sed a niños y ancianos del campamento minero.
Castillo ha abandonado el desarrollo económico, de donde sale el cuero para las correas. Sin fuentes de riqueza, Perú va hacia la pobreza total. ¿Hasta cuándo soportar este desgobierno? ¿Hasta que el buen ejemplo de los pobladores de Cuajone se disemine y, el ¡basta ya!, sea una acción concreta y no una ilusión?
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