Aldo Llanos
Desde la perspectiva católica, ¿qué origina las guerras?
A propósito de Rusia y Ucrania
El problema de la guerra ha estado presente en el pensamiento de los hombres desde la aparición de las primeras sociedades; y también en las reflexiones de los cristianos. Por ejemplo, en épocas antiguas, cuando existían mutuas injerencias entre las esferas políticas y religiosas, se invocaba a las “guerras santas” y a las “guerras justas”. Sin embargo, hoy en día, luego de la invasión de Rusia a Ucrania, muchos se preguntan si es cristiano justificar la guerra (ya sea una invasión o la defensa ante esta), o si los cristianos deben asumir el “pacifismo” como lo “políticamente correcto”. Para responder a ello, repasemos la historia de la perspectiva cristiana católica.
Para la perspectiva cristiana, el hombre no es absolutamente autárquico en la historia, ya que la providencia de Dios lo acompaña y lo acompañará hasta el fin de los tiempos. En la Biblia, se encuentran numerosas alusiones y relatos sobre guerras lo que lleva a preguntarnos: ¿será que estas se encuentran dentro de los planes de Dios? Aquí entra a tallar un concepto clave: el pecado. Definido por el Catecismo de la Iglesia Católica como “una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta, Dios y el prójimo”, la perspectiva cristiana sitúa la causa profunda de la guerra en el corazón del hombre mismo, más allá de las estructuras sociales y económicas tal y como lo proponen el socialismo y el liberalismo.
A partir de esta clave, durante el periodo patrístico (del siglo II al siglo VII), teólogos como San Ambrosio de Milán y San Agustín propusieron la posibilidad de la “guerra justa” siempre que esta tenga como resultado lograr la paz. En efecto, el pecado altera de tal manera la sana convivencia entre los hombres porque lleva a considerar al otro ya no como un fin en sí mismo sino como un medio para alcanzar fines mundanos. Para los Padres de la Iglesia, al ser los hombres proclives al pecado, la guerra nunca será erradicada del todo, por lo que debemos trabajar indesmayablemente para suprimirla, pero a partir de la conversión del corazón.
Dentro de ese marco, la cultura cristiana procuró (en un continuo aprendizaje) promover normas paliativas y humanizadoras para las guerras a la par de la construcción de una cultura de paz. Fue así que surgieron iniciativas sociales como La Paz de Dios (989) y Tregua de Dios (1027), además de las órdenes redentoras de cautivos, como la Orden Trinitaria (“trinitarios”) (1198) y la Orden de la Merced (“mercedarios”) (1218).
Si bien es cierto que, otros destacados teólogos, como San Isidoro de Sevilla (556-636) y San Raimundo de Peñafort (1175-1275), desarrollaron el marco teórico de la “guerra justa”, no es sino hasta Santo Tomás de Aquino (1225-1274) cuando esta se asienta y es adoptada por la mayor parte de las monarquías cristianas. Para el aquinate, los requisitos de esta son: ser una causa justa (como defensa propia o auxilio de inocentes), ser promovida por la legítima autoridad (el rey o el príncipe) y que este tenga intención recta (sometido a un profundo examen de conciencia). Me pregunto si esto último fue llevado a cabo por George W. Bush y por Vladimir Putin, al invadir Irak (2003) y Ucrania (2022) respectivamente, siendo que ambos se han asumido como “cristianos”.
Tiempo después, los jesuitas Luis de Molina (1535-1600) y Francisco Suarez (1548-1617) y el dominico Francisco de Vitoria (1483-1546), a la luz de la Escuela de Salamanca, desarrollaron el principio de la “guerra justa” si es por el “bien común”. Estos pensadores pusieron las bases del derecho y el orden internacional como garantía de la paz futura ante los cuales debían someterse las autoridades legítimas.
Sin embargo, con la llegada del s.XX y la aparición de las armas de destrucción masiva, la Iglesia Católica vuelve a poner énfasis en la doctrina de la “guerra justa” sobre todo, porque se ha hecho evidente que, la “no violencia” absoluta (“pacifismo”), es impracticable. En ese contexto, a razón del pecado, los “señores de la guerra” llevarían a cabo una serie de abusos y tropelías sin encontrar resistencia alguna. Por eso el papa Pio XII (1876-1958) hizo un llamado en numerosas alocuciones a encontrar la verdadera garantía de paz en el orden cristiano que debe ser salvaguardado por las naciones. En esa línea, el papa Juan XXIII (1881-1963) en su encíclica “Pacem in Terris” (1963) reiteró el llamado a luchar por la paz, convirtiendo el corazón hacia Dios, primero, para luego agotar todas las instancias diplomáticas posibles y, de no evitarse la guerra, llevarla a cabo sólo como legítima defensa y como medida de protección para los inocentes y más vulnerables.
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