Jorge Varela

Democracia, simplemente democracia

Hacia un proceso dialógico-libertario de participación

Democracia, simplemente democracia
Jorge Varela
18 de agosto del 2021


Para el filósofo político Daniel Innerarity lo definitorio de la democracia es más el procedimiento que el resultado: “No hay una noción predefinida respecto de qué es un resultado satisfactorio en política… La democracia es un sistema político que parte de la ignorancia acerca de qué pueda ser una buena decisión”. Un sistema que pone en marcha procedimientos de aprendizaje colectivo para superar ese desconocimiento.

“El gobierno democrático no consiste en proporcionar ciertos outputs, sino en garantizar determinados inputs, concretamente aquellos que aseguran la igual libertad de todos los ciudadanos para tomar parte en el proceso de formación de la voluntad política y en los procesos de decisión”. Es decir, se trata de instancias de acuerdos, de negociación (“La democracia de los algoritmos”. El País, 7 de agosto de 2021). 

El sentido de las instituciones de la mediación en una democracia consiste en establecer una distancia entre la voluntad inmediata y la decisión política… El procedimiento para ello es la apertura de espacios en los que sea posible algo así como una desaceleración de las decisiones para permitir el libre intercambio de las opiniones y los puntos de vista… Una democracia requiere esta capacidad cuando se trata de satisfacer preferencias e intereses diversos, que no pocas veces plantean exigencias disparatadas. 

Hay una clara diferencia entre fijar objetivos e implementarlos. En uno de sus escritos Innerarity alude a ese lugar común según el cual no debería importarnos quién gobierna, si es de derechas o de izquierdas, sino que gestione bien, como si esa gestión pudiera valorarse sin recurrir a reflexiones ideológicas y ético-valóricas. A su juicio, “quien lo defiende no suele estar deseando una política desideologizada sino una política despolitizada”.

Democracia y gobierno de las incertidumbres

La democracia está expuesta a diversos riesgos y amenazas que afectan el futuro de su existencia y condicionan su evolución. ¿Cómo enfrentar y manejar las crisis e incertidumbres que hacen difícil la toma de decisiones políticas?, ¿cómo transformarlas en posibilidad concreta de normas legítimas, equitativas y eficaces, para que fortalezcan al sistema y su continuidad, y no signifiquen solo una oportunidad de aprendizaje estéril? 

Innerarity habla de ‘democracia compleja’. Desde su mirada la principal amenaza que acecha a la democracia es ‘la simplicidad’, entendida (según su enfoque) como incapacidad para adecuarse a lo contemporáneo y como comportamiento que privilegia a quienes actúan de manera simple (populista). Para él, la violencia, la corrupción, la ineficiencia, parecieran no calificar en carácter de principal. ¡Curioso! ¡Extraño!

La sociedad compleja

‘Lo complejo’ seduce a Innerarity. Cuando se refiere a la sociedad compleja la describe como aquella cuyo aspecto es heterogéneo, desordenado, disperso. Pero, es que el disenso, la discordancia, es algo que distingue a la sociedad, a cualquier sociedad, con mayor razón a la sociedad democrática. 

Qué el destino se apiade y nos impida ser miembros de una sociedad monolítica que abomine de lo diverso, de lo diferente.

Cierto, en las sociedades hay y habrá problemas complejos y acontecimientos inesperados: catástrofes, desastres medioambientales, calentamiento global, pandemias, miseria, violencia de toda índole. Es que la vida misma es compleja. 

Por eso, en lugar de debatir especulativamente acerca de las complejidades de la democracia, quizás habría que profundizar sobre la dimensión imperfecta de este sistema como fórmula de convivencia. La simpleza es precisamente uno de los rasgos de su imperfección. Tanto mejor que la democracia sea simple, si no lo fuera el pronóstico sería aún más oscuro. 

La relación entre sociedades complejas y democracias simples no es absolutamente incompatible. Puede ser incómodo formar parte de ellas, pero el desafío es tan inmenso que participar en libertad y justicia con fraternidad, dignifica la tarea humana común, a la vez que justifica la existencia de cada persona. 

El caso chileno 

En Chile la creciente fragmentación del cuerpo social, la caótica movilización ciudadana, el esmirriado liderazgo político, el descrédito de los partidos y organizaciones, la anomia generalizada, la decadencia de sus instituciones, la irrupción desenfrenada de ignorantes con diploma y de delincuentes-políticos, conforman un universo de gran complejidad que abarca a todos los rincones y afecta al tambaleante Estado de derecho. Y eso que ni siquiera se ha hecho referencia directa al clima de violencia y corrupción existentes. Una copia perversa de democracia tortuosa y compleja, asambleísta, vociferante, agresiva, avasallante –como la que ya opera en la Convención Constitucional–, es el próximo paso que falta en Chile para caer de bruces al abismo. 

¿Qué sentido tiene explayarse sobre los alcances de la unidad nacional, la importancia del bien común, la participación fraterna?, si un grupo de aventureros desquiciados que se hace llamar ‘del pueblo’ está destruyendo al país y otros tan nefastos como los anteriores se han apropiado de las expresiones ‘dignidad’ y ‘unidad’.

Es preferible una democracia simple: ’simplemente libertaria’, participativa-representativa, construida sobre cimientos participativos sólidos que aliente el libre intercambio de puntos de vista, antes que una democracia compleja que derive en un régimen popular opresor manejado por glorificadores de la violencia convertidos en jerarcas autócratas. 

¿Dónde se ubica el centro político? ¿Qué fue del equilibrio? ¿Dónde están los cuerdos?, si los hubiera. Al respecto la cosecha de estas últimas décadas ha sido escasa y mala. No faltará quien le eche la culpa a la sequía; sí, a la sequía moral e intelectual.

Jorge Varela
18 de agosto del 2021

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