Eduardo Zapata

Del mandil rosado al “viril” camuflaje

Buscando motivaciones que solo nos separan

Del mandil rosado al “viril” camuflaje
Eduardo Zapata
30 de septiembre del 2020


Hace no mucho se convirtió en tendencia en las redes sociales una fotografía en la que aparecían los comandantes generales de las Fuerzas Armadas del Perú con un mandil rosado sobre su uniforme. Hace muy poco convocó también nuestra atención el hecho de que dichos comandantes apareciesen detrás del Presidente –vestidos de camuflaje– avalando un mensaje eminentemente político. En un enfrentamiento real o imaginario contra el Congreso de la República.

En cualquiera de los dos casos se trataba de un uso impertinente de los uniformes militares. En el primer caso porque el uso del uniforme no admite disfraces. En el segundo caso porque no se puede usar lo simbólico del poder militar como escenografía para intentar amedrentar a los opositores.

Dejando aparte el hecho no poco reprobable del uso de los uniformes como disfraces o decorados, resulta interesante hacer una breve reflexión sobre el origen del ´género´ del color. 

Hasta inicios del siglo XX los niños indistintamente eran vestidos de blanco. Desde el punto de vista del pantone de color, un color neutro. Había sido con María Antonieta –no la ministra sino la reina de Francia– que los colores pastel habían sido reemplazados por colores marcados –como el rojo, el amarillo, el naranja–, usados indiferentemente por hombres y mujeres. Es decir, pese al advenimiento de colores no neutros el color seguía careciendo de género.

Fue a inicios del siglo XX que la revista Earnshaw´s Infants asoció el color rosa a los varones, pues era un derivado del rojo (sangre) y asoció el color celeste a las niñas, pues se pensaba a este color como el tono de los sueños y, entonces, de los cielos abiertos y calmos. Pero fue fundamentalmente la emblemática tienda por departamentos Macys la que, luego de un análisis de las preferencias de compra por parte de los padres, optó por generalizar el rosa para las niñas y el celeste para los varones. 

Como vemos los colores no tienen género motivado. Son arbitrarios, como arbitrarias son las palabras en general en lo que se refiere a género. No son pues las externalidades –lingüísticas o no– las que encasillan los roles de lo masculino y lo femenino. Lo son las prácticas sociales.

Por modas y externalidades estamos ahondando diferencias. Allí donde convenimos en que debe haber oportunidades para todos, muchas veces caemos en la tentación de lo que quiso hacer la revista Earnshaw´s Infants: pretender buscar motivaciones que más es lo que separan que lo que unen.

Obvio que nada de esto otorga validez al incorrecto uso del uniforme militar o policial.

Eduardo Zapata
30 de septiembre del 2020

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