Darío Enríquez
Debemos superar el odio y la violencia
Momento clave para revertir la falsa narrativa de extrema izquierda
Dicen que las crisis pueden convertirse en oportunidades si sabemos sacar provecho de nuestras fortalezas y minimizar nuestras debilidades frente a los desafíos que nos proponen. Algo de eso estamos viviendo hoy en nuestro Perú. La crisis sociopolítica desencadenada por el golpe de Estado perpetrado por Pedro Castillo, y su consiguiente destitución de acuerdo a nuestra institucionalidad democrática, está abriendo evidentes grietas, fisuras y brechas en nuestro tejido social. Pongamos atención a ello.
Las muestras de odio, envidia y violencia que podemos apreciar cotidianamente en el Perú no son casuales ni aparecen de pronto en forma inadvertida. Desde siempre hemos vivido en un ambiente social crispado. Lo contrario –es decir, tiempos en los que una relativa paz social propiciaba bienestar y prosperidad– resulta más bien algo excepcional en nuestra historia.
El odio y la envidia lo penetran todo. Son en verdad "pecados" bastante estúpidos a nivel personal, pues sufre el odiador y el envidioso, mientras que la persona a quien se odia y se envidia, ni se entera y vive su vida feliz. Sin embargo, cuando el odio y la envidia se lleva a escala social, son erosivos, destructivos y bastante tóxicos. A veces se trata de justificar el odio y la envidia sobre la base de que “eso” que otros tienen se sostiene en injusticia, despojo y discriminación. Tanto más peligroso, pues no resulta ni fácil ni evidente llegar a diferenciar si se trata de esos casos o no. Pero resulta un “combustible” más que eficaz para detonar un proceso de conmoción civil que los extremismos políticos aprovechan muy bien para sus sombríos fines.
No existe una sociedad perfecta. En todo proceso socioeconómico siempre encontraremos luces y sombras. Por ello, es innegable que tendremos protestas y reclamos legítimos. Otro tema es usar la violencia teniendo como pretexto esos reclamos. La falsa narrativa que pretende imponerse desde la extrema izquierda y sus derivados es que el Perú de hoy es un fracaso, que no hemos progresado sino que estamos peor que hace 30 años, cuando entró en vigencia la Constitución de 1993. Por supuesto, a esa evidente falsedad se le coloca todo tipo de “envoltorio” para su uso eficaz en la promoción de una nueva asamblea constituyente. Desde la violencia que ejerce la extrema izquierda y sus derivados, la refundación del Perú por ellos y para ellos, al servicio de su proyecto totalitario y liberticida (aunque con “buenas” intenciones) es un propósito no negociable.
Veamos. Desde los sectores más “lúcidos” de los derivados de izquierdas, se aduce que tenemos transporte, salud, educación e informalidad a nivel desastre. Es muy útil, objetivo e indispensable que nos comparemos con nuestra línea temporal para saber si avanzamos o no lo hacemos. Ignorar los avances en transporte es necio. También tenemos mejoras en educación, salud y comercio. Millones acceden a una mejor educación privada y algunos colegios emblemáticos estatales se han superado con creces. Pero falta mucho camino por recorrer y esas izquierdas que controlan el SUTEP y el Conare tienen una grave responsabilidad.
En salud, millones acceden a servicios que antes no existían ni por asomo. Los ariqueños cruzan la frontera y van a Tacna para atenderse en su buen sistema mixto de Salud. Los hospitales de la Solidaridad ofrecen servicios de calidad. La informalidad sigue siendo alta pero se ha reducido sustancialmente en los últimos 30 años. Se estima en 60%. Además, se constata mejoras sustanciales en los "informales" que acceden al crédito y a tecnología digital. Muchos de ellos han definido híbridos desde hace ya un tiempo. Es decir, ante la incompetencia de autoridades burócratas al mango, los "informales" han definido su propia "formalidad", adecuada a su contexto y posibilidades. La pandemia nos golpeó muy duro, y relanzar la economía popular pasa necesariamente por reinformalizar algunos aspectos debido a la indolencia de la burocracia estatal que siguió cobrando impuestos y aplicando intereses a las pequeñas y microempresas.
Pero la magia no existe, el proceso es largo y también juegan elementos culturales. La falta de previsión no aparece en nuestra "etno-radiografía" social. Tampoco la aversión a la corrupción, sino más bien complacencia y acomodo a ella. La mayor deuda que tenemos como sociedad es con las zonas rurales más alejadas y poco conectadas con centros urbanos, en especial del sur andino y la selva. Pero los avances respecto a cómo estábamos en 1992 con el fracaso del modelo sociomilitarista y la Constitución 1979 son enormes ¿Creerán nuestros “intelectuales” de izquierdas que las decenas de miles que van diariamente al centro comercial Megaplaza, son "ricos"? Revisen sus premisas. Tal vez esos “intelectuales” no tienen la más remota idea de qué es Megaplaza. Tampoco deben conocer Lambruschini en Arequipa ni muchos otros espacios de la nueva clase media emergente. Sí, esa que ha transformado en rombo lo que antes era la pirámide socioeconómica en el Perú ¿Acaso no aprecian el progreso material y la enorme reducción de precariedad que se verifica en Gamarra? No tengan miedo, recorran las grandes urbes del Perú y comparen con información de 30 años atrás. Sus prejuicios rodarán por tierra.
Los “estrategas” de la extrema izquierda y sus derivados explotan el sentimiento de quienes se sienten relegados, discriminados y excluidos del Perú moderno en el siglo 21. Trafican con nobles causas como la igualdad, la democracia, la inclusión y el progreso. Canalizan tales frustraciones rescatando del vertedero de la historia ese refrito de justificar la violencia como arma política para generar “cambios”. Ya ni siquiera se toman el trabajo de usar eufemismos: “las marchas pacíficas no provocan cambios”, “tiene que haber muertos” y otras frases que ellos lanzan sin rubor alguno nos hacen recordar la triste puesta en escena del asesino serial Ernesto “Che” Guevara en la ONU: “Hemos fusilado y seguiremos fusilando”.
Debemos aprender a rechazar no solo hoy sino para siempre, la violencia con que la extrema izquierda y sus derivados pretenden destruirlo todo para forjar sobre los escombros su fantasioso y falso paraíso terrenal. En el mundo desarrollado, aprender que la violencia no puede ser un arma política costó dos guerras mundiales, 150 millones de muertos y 45 años de guerra fría. Europa Occidental y Japón aprendieron con mucho dolor, pero deben renovarlo constantemente. Parte de Europa Oriental también aprendió, aunque no todos lamentablemente. China ha dejado atrás la noche de Mao y aunque promueve libertades económicas, se ha convertido en nefasto referente de quienes se adscriben a proyectos tiránicos y liberticidas. África apenas se está sobreponiendo al peor colonialismo y a largos períodos de guerras civiles tribales que parecían no tener fin.
Nosotros, en nuestra América Morena, no debemos esperar vivir algo similar, podemos aprender desde esas otras experiencias. Vemos a los esbirros del Grupo de Puebla alentando odio, resentimiento y belicismo entre nuestros pueblos hermanos, convirtiendo relaciones fraternales en cainismo. Se nos presenta la oportunidad de salir adelante superando la falsa y funesta narrativa ideológica de la “violencia que genera cambios”, propuesta desde la extrema izquierda y sus derivados.
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