Cecilia Bákula

Cultura, educación y campaña política

La situación del país a nivel educativo es dramática

Cultura, educación y campaña política
Cecilia Bákula
08 de noviembre del 2020


En breve debe lanzarse, con toda fuerza y energía, la campaña electoral que concluirá con la elección del nuevo presidente del Perú. Y que permitirá el indispensable cambio de Gobierno, ante una gestión fallida, marcada por ineptitud, lentitud y severas críticas y denuncias de corrupción.

Esta será una campaña prácticamente virtual. Los peruanos nos preparamos para optar por nuestro derecho a escuchar o no a los candidatos, de conocer o no sus propuestas, de dejarlos o no ingresar a nuestros hogares a través de las redes sociales. Sin embargo, más allá de las maniobras de comunicación, las sonrisas de campaña, las buenas o mejores planchas presidenciales, lo que enfrentamos es un cambio en la conducción de nuestro destino. Y ya vemos los arreglos para unir (pegados con jabón) a grupos políticos para quienes acceder al poder justifica cualquier matrimonio político; lo que puede incluir hasta ceder en principios que para algunos grupos parecían sustantivos. 

El país se enfrenta a este proceso con mucho dolor a cuestas. Dolor causado no solo por la terrible pandemia y sus consecuencias en la vida familiar, social y económica, sino también por la soledad que siente el ciudadano ante una autoridad altamente incapaz. Y preocupada, sobre todo, por dejar el gobierno (si es que así sucede) “limpiando” lo hecho, para que no quede huella de tanto acto asociado a la corrupción, a la indolencia o al desinterés.

Vemos encuestas maquilladas y muchas veces hechas sin el rigor adecuado, que podrían hacer creer que la situación actual y el manejo de la realidad nacional son una especie de panacea, como si viviéramos en un eterno edén. Pero la realidad, que millones de peruanos enfrentan día a día, solo incrementa la frustración y la desesperanza.

En esas circunstancias, debemos vivir el proceso electoral con la certeza de que nuestro voto nos da poder. Que no podemos solo ir a cumplir con un acto cívico, sino que nos jugamos nuestro destino. Y que quien llegue a Palacio en abril próximo debe ser una persona cuyos valores y trayectoria le permitan ofrecernos la garantía y la esperanza que requerimos con urgencia.

En la campaña, los temas asociados a la cultura y la educación pocas veces ocupan un espacio importante. No son temas con los que la población desea sentirse comprometido; y lo entiendo, porque la urgencia económica, laboral y de salud, podría presentarse como de una única prioridad. Y eso es falso: quien llegue al Gobierno debe saber qué hacer en esos temas, y no recibir la banda presidencial para empezar a pensar en la implementación de medidas.

La situación del país a nivel educativo es dramática. Y eso se ha evidenciado, aun más, en tiempos de Covid19, que han significado que muchos estimen que, a nivel educativo, es un año perdido e irrecuperable. Además la pandemia ha agudizado la distancia entre quienes acceden a una educación particular y quienes, debiendo recibir del Estado la mejor educación –por ser obligación fundamental del Gobierno–, se han visto reducidos a pocas sesiones de clase. Un problema agravado por la carencia de conectividad y las dificultades para acceder a las plataformas virtuales. Además, en muchos casos, los maestros e instructores, no han recibido el aprendizaje ni la capacitación necesarios.

¿En esas condiciones, qué podemos esperar del nuevo Gobierno? Creo que lo mínimo sería que en la propuesta electoral se presente un planteamiento que vaya a fondo y que supere la mera enumeración de un porcentaje en el presupuesto nacional. Eso no basta. Se requiere que, con visión de futuro, se ofrezca al país la propuesta de un auténtico y viable desarrollo de la educación nacional, con miras a superar este quinquenio de desastre. Se debe ofrecer a los ciudadanos la garantía de que se invertirá en educación para hacer de nuestros niños y jóvenes no solo personas que “sepan”, sino ciudadanos que comprendan y puedan asumir, en libertad, el compromiso con el futuro.

En el campo de la cultura, la situación parece ser aun más sombrío. ¡Y qué podemos decir del Bicentenario! Una oportunidad fallida y desaprovechada para realizar una sana y conveniente reflexión de lo que estos 200 años han significado. Una reflexión que hubiera permitido un análisis de lo que somos como sociedad, del sueño fundacional y del sentido de futuro que tenemos, incluyendo las ideas de Patria, Nación y Estado.

Que estas propuestas no sean tan solo la ilusión verbalizada de unos pocos. Los ciudadanos merecemos, necesitamos y exigimos de cada candidato serio –porque no todos lo son– un plan de gobierno realizable, serio y responsable. Está en juego el destino real no solo de nuestra generación, sino del país en su conjunto.

Cecilia Bákula
08 de noviembre del 2020

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