Neptalí Carpio
Cuando el mundo se detiene
El coronavirus ha producido un shock planetario

La vida cotidiana de todo el planeta se ha frenado intempestivamente. La pandemia del Coronavirus ha logrado lo que otras iniciativas habían pretendido con el apagón eléctrico, el telefónico o del uso de los combustibles que contaminan nuestro medio ambiente, iniciativas que terminaron en el fracaso porque no contaron con el apoyo de quienes detentan el poder mundial. De modo inesperado, cientos de millones de hogares tienen ahora mayor tiempo en sus casas para dialogar, leer, cocinar, limpiar y otras actividades que antes no podrían hacer por la frenética sociedad de consumo.
Al momento de escribir este artículo, diversos indicadores señalan la disminución de la contaminación (el caso más claro es el de China), de la tala de árboles, de la actividad manufacturera, del uso del diesel y otras actividades que contaminan nuestro planeta. Los principales fabricantes de automóviles están al borde del colapso, tanto que se han visto obligados a recortar personal para reducir costos, mientras las plantas permanecen cerradas. La corporación Fiat Chrysler anuncia que está deteniendo temporalmente las operaciones en algunas de sus fábricas italianas y que reduciría la producción en respuesta al mayor brote de Coronavirus de Europa. Pero, este parece ser un síntoma positivo de los nuevos tiempos.
Los economistas del norte señalan que la economía de Estados Unidos podría contraerse un 4% este trimestre y un 14% el próximo, y en el año es probable que se reduzca un 1.5%, dijo el miércoles un economista de JP Morgan, en uno de los pronósticos más nefastos emitidos hasta ahora sobre el posible impacto de la pandemia de coronavirus.
El filósofo, Daniel Innerarity, autor de un best seller, titulado “Una teoría de la democracia compleja. Gobernar en el siglo XXI”, señala en la publicación española La Vanguardia que “la humanidad se enfrenta en los últimos años a crisis que sobrepasan su conocimiento, pero, sobre todo, donde se pone de manifiesto lo poco que sabemos en relación con catástrofes que son consecuencia de acciones concatenadas, interacciones fatales y debilidad institucional en el plano global, cuando ha tenido lugar un cambio de paradigma y seguimos bajo la rutina de las viejas recetas”. Seguramente eso explica por qué existen diversas teorías o rumores sobre la difusión del coronavirus. Unos señalan que es un invento de los propios grupos farmacéuticos y laboratorios para potenciar sus ganancias; China sospecha que fue el ejército norteamericano el que inoculó este virus sobre su territorio, los de más allá señalan que proviene de una plaga de extraños murciélagos y, las tendencias más fanáticas del mundo religioso, señalan que este es un castigo de Dios, por no cuidar nuestro planeta. Pero, hasta ahora, lo único que se ha demostrado es que la propagación del virus se debió a un descuido del Gobierno chino y sus autoridades locales, cuando en la ciudad china de Wuhan pudo ser controlado a tiempo.
El hecho concreto e inobjetable es que el coronavirus está logrando lo que diversas cumbres mundiales de países y científicos demandaban. La sociedad mundial y sus gobiernos requieren producir un shock planetario para entrar en profunda reflexión y tomar medidas radicales que paren el calentamiento global y la frenética sociedad del consumo que destruye la naturaleza. No solo eso, Daniel Innerarity, señala que “no estamos ante un contagio, sino en medio de una sociedad contagiosa”.
La pandemia actual, rebate las teorías que predestinaban el regreso al estado nación o la desglobalización. La situación crítica mundial demuestra más bien que no hay nada completamente aislado: lo extranjero se relativiza, todo se convierte casi en doméstico, los problemas de otros son ahora nuestros problemas. Este es el contexto de nuestra peculiar vulnerabilidad. Lo único que nos puede salvar hoy es el conocimiento compartido y la cooperación. De pronto, los peruanos nos alegramos que el gobierno peruano acelere la cooperación con Cuba y China, para enfrentar al coronavirus, sin importar fronteras ideológicas.
Esto tiene muy poco que ver con un supuesto retorno del estado nación. Lo que se vuelve exigencia imperiosa es lo público, lo común, en relación con lo cual la estatalidad fue una forma grandiosa de expresión. Hoy la redefinición de lo público, en un mundo como el que tenemos, requiere otra manera de entender el poder, diferente de la soberanía estatal, tanto por encima o dentro del Estado, así como por lo que se refiere a la relación entre el Estado y su sociedad, desde el punto de vista de aquello vivimos en estados fallidos. Se defiende mejor lo público y común en los espacios en los que se ensayan formas de soberanía compartida: en la Unión Europea, a pesar de todas sus indecisiones y retrocesos, allá donde la soberanía es sustituida por la cooperación, también cuando somos capaces de pensar fuera de la contraposición entre lo estatal y la sociedad, en las formas incipientes de gobernanza global, en las comunidades de expertos transnacionales, en la sociedad civil organizada que protesta globalmente.
El filósofo Daniel Innerarity nos llama a crear una nueva gramática del poder, en un mundo que está constituido más por bienes y males comunes que por intereses exclusivos. Estos intereses no han desaparecido, por cierto, pero resultan indefendibles fuera del marco del juego común en el que todos estamos implicados. Mientras que el antiguo juego del poder promovía la protección de lo propio y la despreocupación por lo ajeno, la situación crítica mundial obliga a mutualizar los riesgos, a desarrollar procedimientos cooperativos, a compartir información y estrategias. De hecho, este es y será uno de los temas centrales del futuro: cómo ejercer la gobernanza global y a partir de ella el nuevo horizonte de la humanidad. Suena duro pero no tiene nada que ver con el pesimismo: gobernar los riesgos globales es el gran imperativo de la humanidad si no queremos que la tesis del final de la historia se verifique, no ya como apoteosis de una plácida victoria de la democracia liberal, sino como el peor fracaso colectivo.
Nadie pone ahora en duda la necesidad de coordinar para afrontar la crisis, pero sin perder demasiado tiempo en ello es lógico (y democrático) que la forma concreta de hacerlo pueda ser discutida. Una cosa es tener la competencia y otra tener la capacidad de resolver una situación de tal magnitud. La posibilidad de decretar un estado de emergencia y unificar el mando no equivale a tener el poder efectivo; en sociedades complejas, con toda la necesidad de coordinación y liderazgo que se pueda requerir, el poder es una capacidad distribuida. Donde los problemas tienen que ver con una diversidad de factores, las soluciones también deben ser cooperativas. Esto no se resuelve sin liderazgos reconocidos, pero tampoco sin una gran movilización ciudadana, del personal sanitario, de la ciencia y de las diversas formas de comportamiento individual. Será por ello, porque los peruanos, como nunca empezamos a aplaudir a nuestros policías y médicos, desde nuestros balcones.
En conclusión, la teoría que más nos conviene creer, en estos días, es aquella que señala que por estos tiempos la naturaleza está buscando crear su propio equilibrio, no importa al alto costo de los efectos humanos del Coronavirus. Y es que, después de la crisis actual generada por la pandemia del coronavirus, el mundo ya no será como antes. Será mejor y más humano hacia adelante. Por alguna razón, la canciller alemana, Angela Merkel, ha señalado refiriéndose a los efectos trágicos de la actual pandemia que "desde la Segunda Guerra Mundial no ha habido un desafío que dependa tanto de nuestra solidaridad común".
COMENTARIOS