César Félix Sánchez
Cuando despertaron, el Gobierno estaba todavía allí
Reflexiones sobre la permanencia en el poder de Dina Boluarte
Han pasado ya más de un semestre y el Gobierno aguanta, contra viento y marea. Como dijimos en un artículo al inicio del desmadre, un análisis de las fuerzas en juego nos llevaba a la conclusión de que, en la guerra civil líquida que vivimos, el Estado iba a prevalecer. Y para horror de los «politólogos», opinólogos y progresistas de todo pelaje, Dina Boluarte se mantuvo en el poder.
¿La razón? Ni el Ejército ni el Congreso se han dejado amilanar por las calles y por la presión mediática, a diferencia de noviembre de 2020. Recordemos la insurrección de ese año: fue una exhibición en pequeño del uso de la fuerza callejera y un boceto de la tanatocracia que la extrema izquierda esbozaría dos años después: provocar y utilizar los muertos en refriegas provocadas para obtener resultados políticos, ocasionando cambios en el Ejecutivo y capturando el poder. Si eso no es semejante a un golpe de estado o a una violencia política no sé qué puede serlo. Parece que estas instituciones, así como buena parte de la prensa, aprendieron la lección: ceder ante los falsos moderantismos y las minorías ruidosas kerenskianas lo único que provoca es abrir paso a los extremismos más radicales y al caos.
La tan anunciada Toma de Lima ocurrió el mes pasado y tampoco pudo remecer al Gobierno. Ocurrió también un parto de los montes: sectores que hasta ayer no más estaban asociados a la derecha liberal mediática y que incluso trabajaron para el gobierno en los años de plomo «fujimontesinistas» decidieron marchar codo a codo con los que buscan, entre otras extravagancias, el cambio de constitución y el reemplazo del modelo económico. Me corrijo: no fueron codo a codo con los castillistas y demás hierbas, fueron detrás de ellos. De más está decir que adherirse a una marcha convocada por conspicuos representantes del extremismo como la Coordinadora del Macrosur y el Fenate no deja mucho espacio para el deslinde. Solo quizás para algunos selfies en las redes sociales en plan safari. ¿Qué pedían estos nuevos «indignados»? No se sabe bien. Pero parece que detrás del gaseoso pedido de adelanto de elecciones estaba la indignación por la supuesta connivencia del Gobierno con el grupo La Resistencia que, en plena Lima civilizada, se atrevió a exhibir ante ellos una pálida muestra de lo que muchos peruanos del interior sufrimos a diario por parte de sus compañeros de marcha.
Pero parece que, como siempre suele suceder en el Perú, esa suma restó. Y el endose liber-caviar más bien aguó la marcha, que acabó convertida en una especie de pasacalle de progresía urbana con una raleada vanguardia de «desadaptados» que buscaba, intermitentemente, algún incidente con la policía.
¿Qué le cabe esperar a la derecha, más allá de la supervivencia del régimen y la consiguiente frustración de los designios constituyentes y revolucionarios de la izquierda? No mucho, lamentablemente. El único interés del gobierno de Dina Boluarte es su propia supervivencia, nada más, y no existe ni existirá ni la voluntad política ni la energía para emprender las reformas necesarias para evitar el peligroso estancamiento de nuestra economía y el generalizado deterioro institucional. El Congreso, hijo de la atomización irremediable posterior al golpe de Vizcarra en 2019, no puede ponerse de acuerdo más que en las cosas muy menudas, que a veces también son las más mezquinas.
Hay que tener presente siempre que el gobierno de Dina es un caballo prestado. No llegó al poder con un programa ni con cuadros de derecha, simplemente la fuerza de las circunstancias lo obligó a orillarse al lado opuesto del castillismo. Por tanto, hay que tener cuidado con que en la batalla de las narrativas se instale el falso sentido común de que este es un gobierno de derecha típico y representativo.
Sigo pensando que quizás el mejor escenario a mediano plazo habría sido que Boluarte renuncie el 7 de diciembre, condenando el golpe de Castillo, pero también honrado la promesa que, mal que mal, hizo ante cientos de peruanos en las calles y plazas del sur del país de irse si él se iba. Unas elecciones adelantadas, considerando incluso todas las desventajas de los partidos ya existentes, de unas reglas de juego bastante mediocres y de Salas Arenas, habrían sido un paseo en el campo para cualquiera de las derechas, puesto que la opinión pública estaría todavía embebida de los escándalos, locuras y papelones de Castillo y sus aliados. La asonada habría sido probablemente mucho menor, ante la inminencia del deporte electoral, verdadera pasión para los agitadores. Sin embargo, una vez producida la insurrección con las características con las que se dio, no quedaba más remedio que apuntalar al gobierno establecido.
Pero el costo político ha sido alto a largo plazo. A una izquierda desmoralizada y desprestigiada por la experiencia caótica de Castillo le cayó del cielo un mito político martirial, que puede ser explotado políticamente con resultados inciertos. Habrá que ver si logran sacar réditos de él en el 2026.
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