Tino Santander
Con las mismas palabras
Todos los hombres que quisieron transformar al Perú han fracasado

Cada vez que llego al Cusco recuerdo la frase de Riva Agüero: “Cusco, hay que verte desde lo más alto y desde lejos, emperatriz destronada de infaustos destinos”. El Cusco, fue un santuario, me dice César Chacón, un amigo español afincado en la ciudad imperial hace 60 años y que él llama la “Ciudad de Dios”. Pero la ciudad se está convirtiendo en un inmenso pueblo joven lleno de cantinas y bares que destrozan la superposición del arte de la cultura española sobre lo incaico; esa fusión cultural que ha creado al mestizo, a quien los intelectuales del siglo XX llamaban “cholo”, como expresión de la peruanidad.
César Chacón es un agudo y sereno observador de la realidad nacional, por eso le pregunté su opinión del mensaje presidencial. Chacón fue muy claro: “Vizcarra es un pigmeo de la política, y el país es un desierto espiritual que apedrea a todo aquel que intenta transformarlo. Siempre me he preguntado por qué el pueblo peruano escogió lo peor”, me dijo sin tapujos.
Las “elites dominantes” no entendieron a Bartolomé Herrera que exaltaba la “soberanía de la inteligencia”, ni valoraron a José Gálvez Egúsquiza, que pregonaba desde el rectorado del Colegio Guadalupe la tolerancia y el respeto a las libertades democráticas; ambos fueron las primeras voces solitarias que clamaban en el desierto peruano. Ni el ejemplo heroico de Túpac Amaru, Miguel Grau, Francisco Bolognesi, Andrés Avelino Cáceres y los miles de peruanos que dieron su vida por el Perú ha conmovido a su clase política. Al contrario, sus vidas no son un paradigma para los peruanos, sino un ritual comercial y festivo que nada tiene que ver con el amor a la patria.
Todos los hombres que quisieron transformar al Perú han fracasado o sus ideas han sido tergiversadas o aprovechadas para lucrar. La propuesta de José Carlos Mariátegui de construir “un socialismo democrático sin calco ni copia”, ha sido prostituida por la izquierda patibularia y facciosa que dice seguir a Mariátegui, pero solo se aprovecha de su figura para obtener sinecuras en nombre de la revolución. El caso de Haya de la Torres, es patético: uno de los ideólogos socialdemócratas más importante de América Latina ha sido traicionado y olvidado por sus seguidores, y en su nombre han hecho de la política un vil negociado.
Ni los profetas contemporáneos son escuchados. Allí se tiene a Mario Vargas Llosa, que cree que el Perú puede ser un país libre y democrático; o Hernando de Soto, que ilusamente aspira a acabar con la informalidad. O al clandestino profesor de Derecho Jorge Astete, que cree utópicamente que podemos separar la política del derecho y crear una República donde impere la ley y no la voluntad de caudillos. Todos ellos, me dijo Chacón, son algunas de las voces que claman en el desierto, que anuncian buenas nuevas que entusiasman y emocionan, pero que son aprovechadas para la corrupción.
En Urubamba le pregunté a una campesina, que vendía choclos con queso, si escuchó el mensaje del presidente y me dijo: “Con las mismas palabras nos hablaron Fujimori, Toledo, Humala, Alan y PPK, Y todos nos engañaron, todos son corruptos. Nosotros, los que nos levantamos a las cinco de la mañana para trabajar, preferimos escuchar nuestra música que a esos suas (ladrones)”. Los peruanos no escuchan a nadie ni entienden nada, siguen su camino al margen de sus elites.
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