Cecilia Bákula

Bicentenario‌ ‌y‌ ‌crisis‌ ‌de‌ ‌valores‌

Una crisis que nos desgarra y quiebra como sociedad

 Bicentenario‌ ‌y‌ ‌crisis‌ ‌de‌ ‌valores‌
Cecilia Bákula
07 de marzo del 2021


Estamos a un mes escaso para vivir un proceso electoral que definirá, en muchos aspectos, el gobierno y la sociedad con que el Perú recibe sus primeros 200 años de vida independiente. Todo ello podría parecer un momento normal dentro del
corsi e ricorsi de nuestra historia, si no fuera porque se da en unas circunstancias en que el país vive una crisis de valores de tal magnitud que estamos a punto de abrir la puerta a un descalabro que podría no tener retorno. O cuando menos, instaurarse por muchos años en nuestra sociedad. 

Esto significa que si la independencia, en su propia historia y circunstancias, significó un quiebre pero con esperanzas, ilusión y un futuro que se veía diferente y promisorio, el bicentenario se nos muestra como algo radicalmente distinto: un panorama incierto, un futuro con nubarrones, una pandemia que nos mina y una falta de valores éticos, morales y ciudadanos que nos están llevando a ser una sociedad con pocas esperanzas de ser “firme y feliz por la unión”.

Quizá esa es la razón por la que el 11 de abril decidiremos muchas cosas: afianzaremos un sistema de gobierno democrático con miras a consolidar una economía de mercado o daremos el giro a un empobrecimiento mayor, a una desesperanza aún más honda y a una destrucción de lo poco que nos queda como elementos de identidad común y conciencia de nación y patria.

Defenderemos o echaremos por la borda la ya dramática y débil institucionalidad que nos va quedando, encabezada lamentablemente por un gobierno que se sustenta en un Estado que no responde a las mínimas necesidades de los ciudadanos. Y que, ante nuestros horrorizados ojos, se ha convertido en un botín de inmunda angurria económica, contra los intereses de la gran mayoría.

¿Cómo es posible que lleguemos al bicentenario así, con una crisis de valores que nos desgarra y quiebra como sociedad? ¿En qué momento la coima y la corrupción se instalaron tan profundamente en el Estado, como una forma “natural” de acción?

¿Por qué hemos dejado que nos roben la esperanza y el derecho a un futuro cuando menos en la salud, la educación y el acceso al trabajo? Y lo peor es que vivimos anestesiados con migajas que se nos dan. Se nos miente como para paliar nuestra propia sentencia de muerte, para hacernos creer que la realidad no es tan grave como la que vivimos. Se nos miente como a un pueblo sometido a recibir pequeñísimos alicientes y “engaña muchachos”.

Se nos miente en las vacunas, se nos miente sobre las tablets, se nos miente en las inversiones, se nos engaña en las cifras de crecimiento, se nos da información falsa o cuando menos tendenciosa en las acciones del Estado, se nos miente en la idoneidad de quienes osan creerse capaces de hacer algo más que promover el latrocinio. Y así llegamos al bicentenario, en una situación de inseguridad y de pobreza, y con sentimientos de haber sido traicionados, de tener escasas fuerzas para sobrevivir con dignidad.

Sin embargo, por alguna razón misteriosa, el peruano tiene una fuerza interior que empieza ya a emerger. Y que lo ha hecho, a lo largo de la historia, en los momentos en los que las crisis parecían marcar el final de nuestra existencia.

El 11 de abril, tenemos esa única oportunidad, No solo de votar, sino de elegir; de entregarle nuestras esperanzas y nuestros derechos, sueños e inquietudes sociales y nacionales a quienes puedan tener convicciones claras y herramientas ciertas.

No quiero pensar que somos una nación fallida. Quiero pensar que somos una nación difícil, lograda con el esfuerzo y la sangre derramada en las lides de la entrega, la resistencia y el honor. Y que así como nuestra geografía es recia y difícil, así es nuestro espíritu capaz de doblegar al más temido de los futuros.

Nuestro país tiene, ante esta crisis tan aguda, una quizá última oportunidad de sacar la garra de sus luchadores, el ímpetu de nuestros ancestros, el honor de nuestros héroes, la pureza de sus santos y la vitalidad de sus jóvenes. Entonces, levemos las anclas de la desidia y de la derrota para mirar rumbo norte. Y para decirles a las siguientes generaciones, que fuimos capaces de revertir la tendencia fatal.

Y que quede escrito en la historia que nos arriesgamos a dejar en herencia no una crisis sino una esperanza, no la pobreza sino riqueza, no corrupción sino valores, no pandemia sino salud, no ignorancia sino educación, no hambre sino progreso. ¿Nos daremos por vencidos? ¡No! Nos toca elegir el futuro que queremos para los que vienen; para que no tengamos que arrepentirnos de no haber escrito nuestra historia, con pundonor, valentía y decisión.

Ese futuro mejor costará mucho esfuerzo, significará sacrificios, implicará enfrentamientos. Pero no podemos renunciar a ser una nación posible y venturosa, aunque en ello se nos vaya la vida; aun la poca que nos pueda quedar.

Cecilia Bákula
07 de marzo del 2021

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